Es conocido que los caudillos recurrieron a la violencia, al crimen y al terror como métodos de coerción. Entra estos colocamos a Juan Manuel de Rosas que fue el mejor organizado, contó con un órgano especializado conocido como “la Mazorca”.
Este verdadero dispositivo de represión cumplía la misión de evitar sublevaciones y de contener al pueblo.
Existen muchos testimonios al respecto, citaremos hoy el del antiguo mazorquero Pedro Ávila, una especie de arrepentido que señaló como se manejaban:
“El señor Salomón, presidente de la sociedad popular restauradora del sosiego público, nos mandó a reunir el tantos de octubre, y nos dio orden que saliéramos con vergas unos trescientos hombres por las calles y se le diesen cincuenta palos a todo lo que se encontrase de frac, leva, o capa (…). Esto duró solamente dos días, porque el tercero se convirtió en asunto de un saqueo tan general; que recibíamos una orden viceversa para contener al pueblo, y que entrase en quietud. Al siguiente día de haber sujetado al populacho, se nos dio nueva orden para apalear a todo lo que encontrásemos sin chaleco colorado, sin bigote, o que tuviera alguna pinta verde o celeste en la ropa, sin excepción de edad, sexo ni estado. En esta segunda orden salimos más veteranos, y más bien previstos, porque encerraba la circunstancia de afeitar a todo el que usaba barba cerrada, y poner divisas celestes pegadas con alquitrán; siendo que nuestras facultades, eran algo más extensivas, desde que se nos permitía el degollar a algunos que fuesen de familias unitarias conocidas, y violar a las jóvenes a discreción que se conociesen por tales (…). Más allá se castigaba a una porción de señoritas, y después estirándolas se les untaba alquitrán, se les arrancaba la ropa a tirones y se les botaba por las calles desnudas...”.
Nuestra provincia sufrió el accionar del caudillismo en muchas oportunidades.
Tras la Batalla del Pilar, por ejemplo, la brutal montonera de Félix Aldao se ensañó con Mendoza. Hubo saqueos, violaciones y asesinatos.
Entre los muertos se encontraba un muchacho dedicado al periodismo, de apellido Salinas, que días antes había animado al bando unitario a través de la prensa.
Jaime Correas señaló al respecto: “la madre (…) encontró los despojos del cuerpo de su hijo colgados frente al Cabildo —actual Museo del Área Fundacional—, donde había sido puesto para escarmiento, junto a otros cadáveres, y tardó en reconocerlo pues le habían despellejado el rostro a cuchillo”.
La tortura no terminó allí. Durante días los cuerpos mutilados permanecieron insepultos por las calles de la ciudad. Nadie se atrevía a enterrarlos por temor a ser considerado unitario. Todos debían ver a sus familiares sin vida degradarse bajo el sol de septiembre.
El silencio solo era interrumpido por los gritos desgarradores de alguna nueva víctima siendo esta una constante cada vez que la que la barbarie sometió al pueblo.
* La autora es historiadora.