El 9 de diciembre de 1824, en la Pampa de Quinua, en las llanuras de Ayacucho, se libró una de las batallas más decisivas para la independencia de América. A 200 años de este histórico enfrentamiento, recordamos no solo la valentía de los soldados del Ejército Unido Libertador del Perú, provenientes de diversos rincones de América, sino también la importancia del largo proceso de independencia que culminó en esta gloriosa victoria.
El 28 de julio de 1821, José de San Martín proclamó la independencia del Perú en la Plaza Mayor de Lima, marcando un hito crucial en la lucha por la libertad en América del Sur. San Martín, quien había iniciado años antes su plan de liberación continental en tierras cuyanas, llegó a las costas peruanas en setiembre de 1820 al mando de la expedición libertadora proveniente de Chile, y poco después asumió el título de Protector del Perú, con el objetivo de consolidar la independencia y establecer un gobierno estable y progresista. Bajo su liderazgo, se implementaron reformas políticas y sociales que sentaron las bases para la construcción de una nación libre y soberana.
El protectorado de San Martín en el Perú fue un período de transición y organización. Durante este tiempo, el liderazgo sanmartiniano buscó fortalecer las instituciones y preparar al país para enfrentar los desafíos de una nación independiente. La proclamación de la independencia del Perú no solo fue un acto simbólico, sino también un paso decisivo hacia la consolidación de la libertad en toda la región, y el comienzo del fin de la dominación española en América del Sur. Sin embargo los resultados militares en tierra de los incas fueron esquivos para el libertador, el poderío militar de los realistas y las divisiones internas, impulsaron al Protector a buscar el concurso de su émulo del norte Simón Bolívar, quien había consolidado la unidad política y militar de la Gran Colombia.
Es por ello que, previo a la victoria de Ayacucho, es fundamental recordar el Encuentro de Guayaquil, ocurrido los días 26 y 27 de julio de 1822. En esta histórica reunión, los dos grandes libertadores y jefes de estado, José de San Martín y Simón Bolívar, se encontraron en la ciudad de Guayaquil para discutir el futuro de América. Aunque las horas de reunión fueron escasas para tan alto cometido, los resultados tuvieron un impacto profundo en la estrategia y el curso de las campañas libertadoras. San Martín, quien había liderado la exitosa campaña del sur, liberando Chile y Perú, buscaba consolidar la independencia de estos territorios y asegurar la unidad de las nuevas repúblicas. Bolívar, por su parte, había logrado liberar gran parte del norte de Sudamérica y tenía una visión clara de una América unida y libre, con un gobierno único de una Confederación de Estados bajo su mando. Aunque no se conocen todos los detalles de su conversación, lo cierto es que, al despedirse ambos libertadores en el puerto de Guayaquil, el destino de América quedó sellado con la decisión de San Martín de retirarse de la escena americana.
El retiro de San Martín de la escena pública, dejó expedito el camino para que Bolívar asumiera la conducción de la última fase de la guerra de la independencia, y en este contexto hay que entender que la Batalla de Ayacucho no fue un evento aislado, sino el resultado de años de lucha y sacrificio. Los ejércitos sanmartinianos, junto con las renovadas fuerzas de Bolívar que llegaron al Perú en 1823, casi un año después del retiro del Protector, iniciaron el último esfuerzo conjunto para que las jóvenes repúblicas alcanzaran la libertad definitiva que había demandado 14 años de lucha. Soldados de diversas regiones se unieron bajo una misma causa, dejando de lado las diferencias regionales para luchar por un futuro común.
Así este proceso de independencia fue un camino arduo y lleno de desafíos, desde las primeras acciones en el Río de la Plata hasta las campañas libertadoras a la sombra de Los Andes, cada paso fue un testimonio del espíritu de libertad de los pueblos americanos. La lucha no solo fue contra el yugo colonial, sino también contra las divisiones internas que amenazaban con fragmentar el sueño de una América libre. La unidad final de los ejércitos libertadores en Ayacucho es un ejemplo inspirador para nuestros tiempos. En un mundo cada vez más dividido, recordar la importancia de la cooperación y la unidad de miras de nuestros libertadores es fundamental. Los soldados que combatieron en Ayacucho provenían de diferentes regiones y culturas, pero compartían un mismo ideal: la libertad, la independencia y la justicia para todos los pueblos de América.
El legado de Ayacucho nos enseña que la verdadera fuerza reside en la unidad. Así como los ejércitos libertadores se unieron para derrotar al opresor, hoy debemos unirnos para enfrentar los desafíos que amenazan nuestra libertad y bienestar. La historia nos muestra que cuando trabajamos juntos, somos capaces de lograr lo imposible. La frase del Libertador San Martín, “Al americano libre corresponde transmitir a sus hijos la gloria de los que contribuyeron a la restauración de sus derechos”, resuena con fuerza en este aniversario. Es nuestro deber honrar la memoria de aquellos que lucharon por nuestra independencia, transmitiendo su legado a las futuras generaciones. Hoy, a 200 años de Ayacucho, renovamos nuestro compromiso con los ideales de libertad, justicia y unidad. Honremos a los héroes que nos precedieron, trabajando juntos para construir un futuro digno de su legado. Que la historia de Ayacucho inspire nuestras acciones y nos guíe en la búsqueda de un mundo más justo y libre.
(*) El autor es docente de la Universidad Nacional de Cuyo, escritor y ensayista. Miembro de la Academia Nacional Sanmartiniana, autor de los libros sobre el liderazgo de los padres fundadores: San Martín y Belgrano.