En las últimas semanas se sucedieron eventos tanto provinciales como nacionales que demuestran el incremento de la violencia.
En Las Heras se produjo una balacera en un partido de fútbol, que terminó con una persona herida; en Buenos Aires, unos quince adolescentes volcando con sus manos un auto Ford Falcon porque creían que era donde se movilizaban unos chicos con los que se habían peleado; o la golpiza a un joven jugador de hándbol a la salida de un boliche de Chacras de Coria por defender a una chica.
Y a raíz de estos hechos nos preguntamos: ¿El incremento de la violencia tiene que ver con el fracaso de un sistema escolar que viene desde hace más de treinta años en caída estrepitosa? ¿Tiene relación directa con lo que muchos llaman la interminable “tragedia educativa argentina?
Además del nivel académico de nuestros estudiantes, que de acuerdo a las pruebas internacionales es cada vez peor, y donde la mayoría de los países de la región nos han superado en Lengua, Matemáticas y Ciencias Sociales. ¿También abandonamos la función esencial de la escuela de inculcar valores mínimos de respeto y convivencia?
Largo ha sido este proceso de destrucción, dónde no ha sido casualidad que desaparezcan en nuestras aulas, referencias a la verdad, el bien y el orden. Sino que cada uno construye su verdad y sus normas de convivencia, junto a sus deseos de qué es lo que está bien y qué está mal.
Es una sociedad relativizada que ha sido socavada y cambiada con principios demoledores de toda convivencia social, totalmente anómica donde la escuela fue perdiendo su papel y se trasformó como dicen algunos autores en “una larga preparación para el viaje de egresados”.
La violencia social tiene muchas causas, pero sin duda es la escuela la gran herramienta de transformación de conductas. Lamentablemente las normas de convivencia y los premios y castigos, han desaparecido de la formación y del léxico educativo, y por consiguiente pocos son las que logran incorporarlas a su vida.
Tal vez este proceso de anarquía educativa, sea un proceso mundial. Es muy difícil para los docentes, pese a sus esfuerzos individuales, obtener resultados positivos cuando desde los lugares donde deben surgir las soluciones, tales como las universidades, los centros de Formación docente, y desde el mismo Estado, ciertas corrientes intelectuales nieguen la necesidad de la norma, ven a la escuela como una entidad opresora y relativicen conceptos como “autoridad, orden y valores”.
La obtención de los logros académicos por medio del “esfuerzo”, genera hábitos para el mundo laboral, sin embargo este término pareciera derogado de la cultura argentina.
La educación, está en crisis, y se debe a un cambio de concepción sobre la función de la escuela, el rol del maestro y el valor de los aprendizajes. En una sociedad que muta permanentemente, la irrupción de las tecnologías de la información y comunicación pusieron en crisis el “cómo enseñamos y aprendemos”. Se nos presenta el desafío de cómo competir con las redes sociales.
El pensador Claudio Magris dice que: “Se privilegia lo superficial, lo efímero, el artificio, la espectacularidad, el éxito como medida del valor del ser humano, en contraposición con la duración, la profundidad, la jerarquización, que antes eran valoradas”.
En la escuela de hoy, como en la sociedad, se ha instalado la tendencia al facilismo y la liviandad. Lo importante no son los saberes, sino permanecer dentro de la institución.
Si por un lado hemos relativizado valores trascendentales, también estamos negando el valor de la inteligencia y del esfuerzo como medio para obtener resultados.
En Argentina solo 14% tiene educación universitaria completa. De cada 100 jóvenes que egresan de la escuela primaria, solo 50 terminan la secundaria, de los cuales la mayoría tiene dificultades para leer, escribir y hacer razonamientos abstractos.
Estos datos explican la sociedad que tenemos, con más del 40% de pobreza, marginalidad y desempleo.
La búsqueda de soluciones a este complejo problema debe encararse por vía doble: por un lado retomar los valores que hacen a la promoción del ser humano (esfuerzo personal, respeto, reflexión, imaginación, ética, solidaridad, etc.) y por el otro replantear definitivamente la educación que el mundo cambiante de hoy necesita. Es imperante construir un amplio consenso nacional que entienda que los parches y el alambre no van más.
El proceso involucra a todos los actores, alumnos, padres, docentes, directivos, autoridades, gremios y consumidores del producto educativo: seres humanos formados para adaptarse a todo tipo de situación.
La Inclusión no es amontonamiento, es una educación adaptativa para sacar la mejor versión de cada ser humano. Muchos de los trabajos de hoy, en breve no existirán más, o serán realizados por máquinas, robots e Inteligencia Artificial. Los requerimientos cambian tan rápido, que lo aprendido hoy, tal vez no sirva para resolver la problemática de mañana.
En este contexto, resulta indispensable mantener nuestros conocimientos adaptados y actualizados, pero con ello no alcanza. Es necesario que los involucrados desarrollen capacidades para enfrentar las novedades y dificultades que puedan aparecer, y para ello los valores como el esfuerzo y la perseverancia son claves.
Lo que pasó no se puede cambiar, pero está en nuestras manos qué queremos lograr: alumnos con trayectorias acordes a sus capacidades. Padres involucrados. Docentes en aprendizaje y evaluación constante. Directivos buscando satisfacer las necesidades para que el sistema goce de bienestar, y autoridades y gremios facilitando herramientas.
Recordemos cuando Pueyrredón le decía al San Martín que “era imposible cruzar Los Andes”, y el Libertador le respondía “que era imprescindible” y lo hizo.
El requerimiento de cambiar la Argentina, no se puede llevar a cabo sin una revolución educativa.
El desafío está echado.
*El autor es Senador Provincial - Cambia Mendoza