Desde Platón y Aristóteles la cuestión del poder se debate en la región que llamamos Occidente y de la que formamos parte. A los escritos de esos pensadores griegos debemos agregar el génesis, que nos instruye que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, no se puede cuestionar, entonces, que somos iguales.
El evangelio de Mateo 22:21 muestra la distancia que debe haber en el gobierno terrenal con la religión, “Dad al César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, replica Jesús ante la pregunta de los fariseos sobre la licitud de pagar tributos al César. Es una clara definición que distingue el gobierno terrenal de las cuestiones de la fe religiosa de cada uno. Aunque algunos ven en esta frase la idea de un cogobierno y el origen de la idea del derecho divino de los reyes.
La idea del derecho divino de los reyes coincide con el renacimiento y la consolidación de algunos estados nacionales. En la Edad Media, la creencia dominante era que si bien el poder derivaba de Dios, el rey podía ser sancionado a través de su vicario en la tierra, el Papa. Aunque en algunos estados los señores feudales ponían límites, como los barones ingleses que le impusieron la Carta Magna a Juan sin Tierra, y los nobles de los reinos como el de Aragón, que le imponían al monarca este juramento: “Nos que somos tanto como vos y juntos más que vos os hacemos rey de Aragón si juráis los fueros y si no, no”. Una limitación al poder absoluto y a la idea de la divinidad del poder.
En el renacimiento Bodin y Bossuet, en el siglo siguiente, como colaborador de Luis XIV, serán los que darán sustento intelectual al concepto del derecho divino de los monarcas. No era la posición de Hobbes, promotor del absolutismo, para tener un estado fuerte que impusiera el orden pero separando religión y política.
Serán los jesuitas Juan de Mariana y Francisco Suárez que al derecho divino oponen la idea que el poder deriva del pueblo, al pueblo le dio ese atributo Dios, afirman estos teólogos.
Será a partir de John Milton, Locke y la revolución inglesa de 1688 que tanto el absolutismo como el derecho divino entran en crisis. La idea de la limitación del poder, de la división y el equilibrio de los poderes y la democracia como la conocemos tendrá en la revolución americana de 1776 su inicio. Thomas Paine y su Common Sense y el Federalista de Hamilton, Madison, Jay serán el sustento intelectual en el debate de cómo impedir, que el poder absoluto de un monarca se traslade a una mayoría circunstancial. Por eso el sistema de división de poderes. No es casual que los aspirantes a autócratas contemporáneos, más que los comicios cuestionan la división de poderes a través de palabras explícitas, como Cristina Fernández, o solapadamente buscando colonizar el poder judicial, como lo fue la mayoría automática en la Corte de los noventa. Buscan, además, erosionar la libertad de prensa, que la constitución de Estados Unidos y la nuestra, consagraron como un derecho indelegable del pueblo, negando al Congreso legislar sobre la misma.
Hoy la cuestión del poder está otra vez en el tapete porque desde el régimen de partido único de China proclaman que su sistema es más eficaz que la democracia, que vale la pena sacrificar libertad por bienestar. Pero en Occidente también surgen esos cuestionamientos, no solo en la Europa Oriental con carencias democráticas anteriores a la ocupación soviética.
Como en un revival de los treinta del siglo pasado surgen movimientos extremistas iliberales en Europa Occidental. Pero es en los Estados Unidos donde ahora se está librando la cuestión del poder con la aparición de mega millonarios que a través de sus intereses en tecnología digital muestran su ambición de manejar, no solo ese país, sino el mundo. Elon Musk, sudafricano y Peter Thiele, alemán que financia las campañas del vicepresidente Vance, no disimulan que pretenden terminar con el sistema democrático. A partir de la supresión del límite de aportes a las campañas electorales por la Corte Suprema, han contribuido con casi 300 millones de dólares al financiamiento de Trump. Ahora Musk ofrece cien millones de dólares a extremistas ingleses y apoya a los neonazis de Alemania, pretendiendo combatir la democracia en todos lados.
Un tuit de Elon Musk estuvo a punto de hacer naufragar un acuerdo bipartidista para evitar el cierre, antes de esta navidad, del gobierno federal.
En realidad lo que cuestionan son los límites, no solo a los presidentes, sino a las corporaciones. Incluso defienden los monopolios.
En teoría las redes democratizan la conversación pública, dando acceso a todos, incluso a los que dicen disparates como en las viejas mesas de café. Pero surge la cuestión de la capacidad de manipular las redes, el patrullaje para detectar opositores o los bloqueos de información que afecte a los que gobiernan. En los think thanks que financia Peter Thiele, abiertamente se cuestiona la democracia y el estado sugiriendo el reemplazo por gobiernos de los Ceos que actúen como los monarcas del pasado con agencias privadas de justicia, seguridad, defensa.
Queda claro que la defensa de la libertad y los valores de la civilización occidental es una tarea permanente y nunca concluida.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.