El retroceso de las democracias latinoamericanas data del golpismo militar impulsado por EE.UU. que llevó la guerra fría global a nuestros países. Los ochenta inician la transición a la democracia, aunque sin una renovación institucional, ni política. Autodesignados “reserva moral de la sociedad” tras sus dictaduras represivas, los militares perdieron todo reconocimiento social, y su capacidad de influencia. Pero ello no fortaleció las democracias, que erosionan la legitimidad de origen con gran incapacidad de gestión. La crisis de gobernabilidad muestra una paulatina desconexión con la sociedad y sus demandas. El uso del poder por algunos dirigentes electos como gobiernos u oposición a lo largo de las últimas décadas, socava la confianza en la democracia y en los políticos.
La involución democrática se agrava en América Latina por la persistente corrupción de líderes que personalizan ingresos y socializan gastos, generando estados deficitarios, que enfrentan la democracia a perspectivas críticas.
A nivel global, en el actual milenio, muchas democracias formales fueron cuestionadas y desembocaron en agitación y revueltas sociales. Desde 2015, el número de países que experimentaron un retroceso democrático supera el número de los que se democratizan. Según el “The Global State of Democracy” de la sueca International IDEA un cuarto de la población población mundial vive una democracia en retroceso -incluyendo EE.UU.- y alcanza casi dos tercios si consideramos los regímenes autoritarios o híbridos.
El Pew Research Center, encuestó casi 20.000 personas y concluye en una creciente separación entre quienes detentan el poder y las necesidades de la población. Otro sondeo anterior en 34 países, señalaba que más de la mitad de los ciudadanos en el mundo no está satisfecha con el funcionamiento de la democracia.
Por otro lado, en tanto remanente del intervencionismo soviético Rusia sostiene modelos autoritarios como Bielorusia, Corea del Norte, y sus ex satélites ideológicos latinoamericanos: Cuba, Nicaragua, Venezuela. Y China, que nunca pretendió apoyar la democracia, perfeccionó un autoritarismo digital fácilmente exportable.
Noviembre del año pasado trajo elecciones presidenciales: Nicaragua, Chile, y Honduras; parlamentarias en Argentina, y autoridades regionales en Venezuela. Difícilmente se podría pensar que ellas contribuirán al afianzamiento de la democracia. El solo ejercicio del poder electoral no evita que la integridad electoral esté cada vez más cuestionada, incluso en democracias establecidas.
Se suma el cada vez menor compromiso de los medios de comunicación en promover y defender el orden democrático. Desplazados por las redes sociales se necesita un nuevo enfoque para organizar la infraestructura digital de la comunicación pública. La llamada esfera pública digital tiene cada vez más impacto, especialmente por parte de la sociedad civil y el mundo académico.
La percepción del mundo actual -complejo, dinámico e incierto- es necesariamente imperfecta y la decisión política considera limitados aspectos de la realidad. Adoptando políticas que ignoran el impacto de la globalización sobre nuestras sociedades y sus modelos de integración en los mercados mundiales. Esto vale tanto para los temas actuales como para las políticas destinadas a generar transformaciones a largo plazo.
Enfrentar los problemas locales ha prácticamente monopolizado la gestión política en muchos países de la región. En esa agenda, el fortalecimiento institucional y la democratización económica estuvieron ausentes. Problemas globales: desde el hambre y la pobreza, al cambio climático tampoco han sido suficientemente atendidos. La creencia de que la tecnología y el conocimiento pueden resolverlos, no se sostiene sin plantearse previamente quien los controla. Lejos está la democracia de hacerlo.
En los últimos años, la democracia estuvo sitiada: las revueltas y convulsiones sociales extendidas en casi toda la región previamente a la irrupción de la pandemia, solo quedaron en suspenso por el contexto alterado por el covid, con una resaca de autocracia que capitalizó la polarización.
Al respecto Jeremy Adelman precisa: “La polarización es la incapacidad de instituciones políticas de mantener la integración de todos los sectores nacionales en un modelo de toma de decisión común, a través básicamente de sistemas representativos”.
Globalmente, la protesta y la acción cívica persisten tras el aislamiento obligatorio. Movimientos a favor de la democracia enfrentando a la represión y protestas contra el cambio climático y las desigualdades de género y raciales se realizaron, pese las restricciones durante la pandemia.
Pero la regeneración de la democracia no es sólo un problema político, requiere un modelo económico democratizador, que atienda tanto la pobreza y el empleo, como generar opciones de inversión al ahorro nacional, para participar en las nuevas cadenas de producción del mundo digital; y una reforma fiscal que impulse la distribución y la producción, entre otros objetivos. En la sociedad del conocimiento debiera considerarse que la datificación, la digitalización y la inteligencia de la información, constituyen los nuevos componentes básicos del poder y la participación en sus beneficios son fundamentales para la reconstrucción democrática.
*El autor es licenciado en Ciencias Políticas y Sociales. Doctor en Historia. Dirige en Centro Latinoamericano de Globalización y Prospectiva