Según Sergio Massa, el éxito conseguido en su viaje a China es un nuevo préstamo que deberá pagar el país en las próximas gestiones de gobierno para evitar una nueva corrida cambiaria antes de las elecciones primarias de agosto. Como ese objetivo tampoco está asegurado con ese empréstito, Massa también negocia que el FMI adelante desembolsos que tiene pautados para el próximo gobierno.
Mientras, como el Banco Central no tiene divisas para atender los requerimientos de insumos importados que la industria local reclama para no caer en recesión definitiva, Massa también ha resuelto emitir permisos de importación pagaderos cuando cambie la gestión nacional. En simultáneo, amplió el cepo al dólar a las provincias que tomaron deuda en moneda extranjera.
Estas restricciones se suman a las renovaciones de deuda interna que se reciclan a tasas usurarias actualizables por el valor del dólar. Toda la agenda del ministro de Economía se ordena a tomar prestado algo del próximo gobierno para sostener el pulmotor electoral del gobierno actual. Del cual, además, no descarta ser candidato. En ese emprendimiento personal, Massa sumó el respaldo de Máximo Kirchner: le hizo decir que China es Cáritas. No presta dinero; administra donaciones.
Todas esas gestiones de Massa demuestran que ha cambiado su brújula. Ya no aspira a frenar la inflación (ese impuesto atroz sobre los pobres, como ha dicho su amigo el nuevo arzobispo de Buenos Aires). Sólo aspira a posponer la próxima corrida cambiaria, que avizora para el día después de alguno de los tres turnos electorales del actual gobierno: primarias, generales y balotaje. Son gestiones que disparan esquirlas geopolíticas de alto poder corrosivo. Massa le ha prometido relaciones carnales simultáneas a Estados Unidos y a China. Y le encomendó al presidente saliente, Alberto Fernández, una gestión subalterna de sumisión a Brasil, sin resultado financiero. Fernández le añadió un nuevo respaldo a la dictadura venezolana.
Este escenario donde se combinan una economía en punto de ebullición y una diplomacia convencida de que puede mentirle cualquier cosa a cualquiera, sin consecuencias, se alimenta del caos interno de la coalición gobernante. El Frente de Todos se enfrenta a una doble constatación. La primera es un hecho que parece consumado: el final político anticipado del presidente Fernández y la deserción electoral de Cristina Kirchner. La segunda es una acechanza bastante probable: su base potencial se ha restringido a menos de un tercio del electorado. Un capital riesgoso para superar la primera vuelta y escaso para ganar la segunda.
Momento de fragmentación
Esa fragilidad estructural opera por anticipado fragmentando el espacio del oficialismo antes de las Paso. Cualquier aventura tiene a disposición una candidatura posible. El fantasma de la proliferación de minorías que Cristina Kirchner venía profetizando para el sistema político en general, se le ha presentado primero en su casa.
Que el oficialismo haya bajado de manera drástica la vara de su organicidad opera como incentivo perverso sobre todo el resto de la escena política. Los dos tercios restantes del electorado potencial están ocupados por Juntos por el Cambio, también cruzado por vientos tempestuosos hasta la definición de su interna, y por una propuesta inorgánica que encabeza con un programa entre inviable y autoritario, el diputado Javier Milei.
La descripción por tercios potenciales del electorado es todavía insuficiente para analizar la realidad del sistema político. La danza de candidaturas es un espejismo que se desvanecerá en tres semanas. Para advertir otros modos en los que se está configurando la nueva escena conviene observar también la adaptación de los poderes institucionales restantes a la deriva del cuarto gobierno kirchnerista y el repliegue de los caciques territoriales en condiciones de resistencia o supervivencia.
El Congreso de la Nación está inactivo porque sus bloques están ocupados en la discusión de candidaturas. Podría estar debatiendo la carrera frenética de nuevo endeudamiento interno y externo que protagoniza Massa. No será así, pese a la gesticulación que el actual gobierno hizo cuando se obligó por ley a tratar esos temas en el Parlamento. Como el Congreso está parado, Massa cerró un acuerdo de deuda con China cuya tasa de interés es entre oscura y desconocida.
La Corte Suprema de Justicia eligió un camino inverso. Pese a estar bajo la presión de un juicio político ficticio viene decidiendo sobre malformaciones que se han encallecido en el sistema institucional. Atañen a los cacicazgos provinciales en repliegue por el fracaso de su apuesta política nacional. Sergio Uñac se imaginó tiempo atrás en San Juan como un postulante presidencial posible, heredero de una negociación provincial con el kirchnerismo que escrituró como conquista y patrimonio el vasto e indigente conurbano bonaerense. Juan Manzur soñaba lo mismo en Tucumán y llegó a intentarlo con un abordaje infructuoso en la Jefatura de Gabinete.
Cuando ambos se dieron cuenta del colapso del Frente de Todos, huyeron a sus territorios de origen para recalcular sus ambiciones de proyección nacional. Los mecanismos electorales que usaron para replegarse sin perder poder rebotaron en una Corte Suprema decidida a rechazar inventos violatorios de la Constitución Nacional.
Lo más interesante, por su perspectiva de largo plazo, es la doctrina constitucional que se consolida con esos fallos. El feudalismo provincial -que tanto perjuicio le ha producido al sistema político argentino- al fin encontró algunos límites que no tuvo durante los años de hegemonía de sus protagonistas más notorios: Carlos Menem y Néstor Kirchner. Un epígono del primero, Rodolfo Barra, intentará que zafe de la novedad el formoseño Gildo Insfrán.