Llegamos al final de un año electoral intenso, cansador para la gente, entre otras razones por la abundancia de elecciones provinciales surgidas de desdoblamientos estratégicos o, mejor dicho, especulativos. No es el caso de Mendoza, que constituye una excepción porque aquí rige desde hace varios años un calendario propio; en todo caso, si de especulación se trata, el gobernante de turno sí puede decretar la unificación de fechas con los comicios nacionales. Ha ocurrido alguna vez.
De todos modos, probablemente lo más significativo sea detenerse en la trascendencia de este acto electoral. Este llamado a votar constituye, en la práctica, el final de la conmemoración de los 40 años del histórico 30 de octubre de 1983, cuando los argentinos pusieron en marcha un período que, aun con sobresaltos y desencantos, logró motorizar una estabilidad democrática de la que la Argentina no gozaba, prácticamente, desde el golpe de 1930. Digo que hoy es el final del recordatorio de la primera votación, porque la necesidad de una segunda vuelta cierra lo que quedó inconcluso el 22 de octubre de acuerdo con lo establecido en la reforma constitucional de 1994: saber quién será el nuevo Presidente.
Aquella reapertura democrática de 1983 restableció la vigencia de un bipartidismo (peronismo y radicalismo) que continuó copando la escena política durante muchos años. Y la creación de la coalición Cambiemos (Juntos por el Cambio), en la que el radicalismo fue partícipe importante, mantuvo vigente esa escena bipolar, ya que el PJ en todas sus etapas (menemismo, duhaldismo, kirchnerismo, etc) siempre supo acomodarse a una postura frentista que supo liderar entre agrupaciones menores que necesitaron de su tutelaje para poder subsistir en la escena política.
Sin embargo, en aquel momento el resurgimiento del radicalismo que representó Raúl Alfonsín no sólo sorprendió al peronismo con un triunfo categórico, inapelable: 51,7% de los votos contra 40,1% de la fórmula encabezada por Ítalo Lúder. Significaba intentar poner punto final a esas décadas de inestabilidad institucional con las que hasta llegó a especular la dirigencia peronista. Es que muchos daban por descontado que la sucesión de la dictadura sería encabezada por el PJ, sin advertir que no sería olvidada rápidamente la imagen de una Argentina en crisis total como la que condujo hasta su derrocamiento María Estela Martínez de Perón.
Hoy, 40 años después, el peronismo busca mantener el poder a través de un dirigente que le pide a la ciudadanía que perdone los pecados de sus antecesores, porque si triunfa supuestamente quedará sepultada una etapa del peronismo que él parece no querer seguir representando, más allá de que para llegar con chances usó recursos muy propios y distintivos del peronismo más histórico.
En la otra vereda aparece el personaje tal vez más disruptivo que haya dado la política en los últimos años. Javier Milei representa, de algún modo, el voto joven rebelde que no advierte futuro en el país y de otros más entrados en años cansados de esa política que desde 1983 a la fecha se fue desgastando.
Si se cumple aquello de que el que sale segundo en la primera vuelta es el que tiene más chances de ganar, todos sus errores, propios de inexperiencia política y excesiva subestimación de sus adversarios, quedarán disimulados y en el olvido, tapados por festejos que seguramente serán fervorosos. Si pierde, en cambio, no faltarán críticas dirigidas desde la parte derrotada de la “casta” a la que combatió, la perteneciente a la golpeada coalición de Juntos por el Cambio. Aunque seguirá siendo diputado nacional por dos años más, seguramente con la posibilidad de conducir a la veintena de legisladores que su espacio ganó en provincias en las que, como Mendoza, él es figura muy convocante. Un sitial posible y para nada despreciable.
Lo más importante pasa por la economía. Porque queda claro que, gane uno u otro, las dificultades no se irán de la noche a la mañana. Si el vencedor es Massa él mismo tendrá que inventar su propia transición: de ministro de Economía con poderes muy amplios a presidente de la Nación a partir del 10 de diciembre. Y si el que gana es Milei, probablemente deba pedirle a Massa un instructivo para saber cómo desactivar la bomba económica puesta a funcionar con fines solamente electorales. El año 2024 seguramente no será para nada apacible.
De aquel 1983 refundacional a este 2023, 40 años después, en el que los que compiten sostienen, por un lado, que lo anterior no sirvió y hay que cambiarlo y, por el otro, que lo que no sirvió puede mejorar y servir. Tal vez nos encontremos ante la segunda vuelta menos deseada; por lo menos, la más difícil: perdonar y renovar chances o crear un nuevo líder.