Corrían los años 60, para ser más exactos, era abril de 1962. Un edificio añoso, ubicado en Rivadavia y Avenida España, en pleno corazón de la ciudad mendocina, albergaba gran parte de la entonces llamada con orgullo “Escuela Superior del Magisterio”.
Ese año comienza su actividad el CORO FEMENINO del establecimiento, bajo la dirección del por entonces muy joven maestro José Felipe Vallesi.
Haber pertenecido a aquella cohorte fundadora me otorga, con el paso del tiempo, la posibilidad de compartir, como tesoros de mi memoria, algunos recuerdos que no son meros papeles, fotos o partituras de esos años: son jalones de vida, grabados a fuego, primero en mi mente de estudiante, luego de docente y madre y, por fin, de jubilada y consulta de la querida casa de estudios universitarios.
Si nos ubicamos en el contexto, había que sembrar en las almas jóvenes el sentido de pertenencia. Y un modo era lograrlo a través de una canción que identificara al establecimiento en el contexto universitario y en el medio mendocino. Pues entonces, de la conjunción de dos voluntades, la poética de Eliseo Castro y la musical de Eduardo Grau, nace una marcha-canción para la Escuela del Magisterio.Siete estrofas, de cuatro líneas cada una, acuñadas en versos de arte menor, de cinco, seis y ocho sílabas, con rima asonante, constituían un canto de esperanza para los jóvenes que forjaban su futuro en la Escuela, como maestros y bachilleres.
¿Qué decían esos versos, hoy perdidos y olvidados?
Abiertas hacia el futuro,/ en busca del cielo azul, / alzan su vuelo, serenas, /las alas de la juventud. // Doradas por bellos soles, / que engarzan su manto de luz, / se baten entre las nubes / ansiosas por su inquietud. // Nuestro es el sueño / por el ansia del ser;/ nuestra es la antorcha, /encendida de fe. // Altas las frentes, / para siempre vencer, / como las alas / rumorosas del bien. // Y en la victoria / con el fresco laurel, / ha de rendirse / el esperado saber. // Tras de la honrosa jornada / vivida por un ideal, / alcemos nuestras banderas, / en marcha por rumbos de paz. // Cantemos al alma máter / y al numen que se dio triunfal; / dejemos los corazones / que ardan como en un altar.
El hablar del poeta es, al principio, metafórico: la juventud es representada por “alas” que, abiertas hacia el futuro, alzan un vuelo sereno, en busca del cielo azul. Inquietas, esas alas, que representan el vuelo del espíritu, quedan irisadas por el sol y, cubiertas de luz, aletean entre las nubes: la ciencia, el saber, el bien les van otorgando un dorado prestigio. Luego, el afán de búsqueda del saber adopta la primera persona: el poeta aparece involucrado en el sueño de ser, portando la antorcha de la fe, en busca del bien y del esperado saber. Pero...
Implacable, inexorable, el tiempo pasó... Los años iniciales de aquella Escuela se transformaron en una cifra importante: setenta y cinco años al servicio de la comunidad mendocina dieron al medio miles de alumnos, que salieron de sus aulas (”Tras de la honrosa jornada/ vivida por un ideal/, alcemos nuestras banderas/, en marcha por rumbos de paz).Es verdad que en este siglo XXI los adolescentes no buscan los mismos objetivos que perseguían los jovencitos de la segunda mitad del siglo pasado; es verdad también que los planes de estudios son muy distintos, en contenidos y en objetivos a los de aquellos años; asimismo, sabemos que los docentes, sembradores de entonces, ya no están, pero sí creemos que el espíritu fundacional , plasmado en esa letra versificada, permaneció y se ha visto cumplido. Ha fructificado y pervive...
Esto, indudablemente, se verificó en consonancia con el lema universitario “In spiritus remigio vita” (“La vida en el vuelo del espíritu”) y con el final del Himno de la UNCuyo: “En cumbre y llano/, junto al brazo triunfal/, canta la mente/ vendimia de luz augural”.
Magisterio, quienes fuimos sus alumnos, luego, sus docentes; los que, además, le confiamos a nuestros hijos para su educación; los que lo amamos por ser cuna de maestros y forja de tantas otras profesiones, debemos darle las gracias por setenta y cinco años de labor incansable; el deseo de aquellos visionarios trascendió los límites soñados y hoy es una realidad pujante, con entidad propia y dimensión de real grandeza en el contexto educativo y cultural de Mendoza.