La final brasileña

Parece que pretender hacer las cosas como corresponde equivale a sacar patente de bobo y puesto que “el fútbol es para vivos”, pues... resultados a la vista.

La final brasileña
Imagen ilustrativa / Gentileza

“El fútbol es una muestra gratis del país”.

Dante Panzeri

Dante Panzeri fue un periodista que hizo escuela. Resultó antipático para los aficionados de mi generación por su férrea oposición a la organización del Mundial ’78 de Argentina.

Nos demandó un tiempo entenderlo, sus razones eran muy válidas. Murió meses antes del evento.

Considero esa frase suya muy verdadera. El fútbol es un reflejo de la sociedad que lo practica. Un espejo que puede mostrarnos perfiles de nuestro propio rostro que solemos ignorar.

Por eso dicen muchos DTs: “Se juega como se vive”, misma idea.

Bajo ese concepto analizaremos la final de la Copa Libertadores de América 2020 entre Palmeiras y Santos de Brasil.

Por dos razones no me detendré en el análisis futbolístico. Primero porque no hay casi nada de fútbol para analizar en un partido paupérrimo (la magnífica pegada en el centro cruzado del gol y . . . poco más), segundo porque varios analista comentaron ya el hecho futbolístico casi nulo que se vio.

Las notas de periodistas argentinos referían a los equipos eliminados en la instancia previa, Boca Jrs. y River Plate lamentándose de que no fueron ellos los protagonistas de la final, aseverando que habrían producido un espectáculo mejor.

Esta idea falaz me anima al análisis.

Vimos dos equipos apostando todo a no perder. Curiosa forma de jugar una final, sin embargo no debe sorprendernos, son los tiempos que corren. Mi memoria guarda otras malas finales mal jugadas, aunque no tan malas, por los nervios, la presión, por lo mucho que hay en juego.

Ese entorno acuñó la frase repetida hasta la saciedad por el comentarista en de este partido: “Las finales hay que ganarlas; no jugar bien, ganar”.

Voy más allá porque lo que vimos fue más grave que dos equipos atados por los nervios o desbordados por la presión. Fue un escandaloso espectáculo de mala fe.

Los choques, la pierna fuerte, son normales, es fútbol, más en una final. Las simulaciones grotescamente exageradas, de ridículo mal gusto, las llamadas “faltas tácticas” (que en buen español son jugadas desleales, no tácticas), las protestas desencajadas y todo el repertorio de malas prácticas groseramente expuesto, no fueron producto del descontrol de los protagonistas sino lo contrario, un plan fríamente calculado y escrupulosamente ejecutado.

Salieron a ensuciar el encuentro.

El más claro ejemplo fue la acción de la expulsión de Alexi Cuca Stival, DT del Santos. Un hombre mayor (57 años) gateando como un infante y disputando la pelota a un rival, me resultó chocante y me repugna recordarlo.

Aprovechó para discutir dentro del terreno y entorpecer todavía más el partido.

El referee tiene una tarea difícil con este panorama. Resulta arduo imponer justicia cuando hay una tan mala voluntad manifiesta de parte de todos los implicados.

En mis no tan lejanas épocas de jugador (amateur) poner la mano sobre el referee era motivo de amonestación o expulsión. Para hablarle había que llevar las manos a la espalda y dirigirse a él con el debido respeto, siempre precedido por el ceremonial “Señor”, y ellos no nos tuteaban.

Hoy, los manoseos, los reclamos airados, los gritos, los gestos ampulosos, las palabrotas, todo vale.

Y no es un tema menor porque sin autoridad no hay orden. Son los tiempos que estamos viviendo, ni más, ni menos.

Hace 101 años, Ortega y Gasset publicó su obra más conocida, “La rebelión de las masas”, 1920. Obra fundamental para tratar de entender algo de los movimientos políticos y sociales del último siglo. Una anticipación magistral.

Los equipos de esta final, no los más grandes o populosos del Brasil, ofrecieron una apretada síntesis, muy gráfica, clara e ilustrativa, de los tiempos que vivimos.

Desorden, caos, obtener ventaja de cualquier manera excepto haciendo lo que corresponde.

Estamos muy rápidamente perdiendo el sentido del deber (no creo que esté irremisiblemente perdido). Parece que pretender hacer las cosas como corresponde equivale a obtener “patente de bobo” y puesto que “el fútbol es para vivos”, pues . . . resultados a la vista.

Cierro explicando por qué considero falaz la idea de que una nueva final entre Ríver y Boca habría ofrecido un espectáculo mejor.

Hay muy poco para explicar pues el fútbol es lo que se ve en el verde césped, todo lo demás son palabritas. La verdad, simple y cruda, es que los equipos brasileños ofrecieron espectáculos mucho mejores en algunos partidos de esta Copa, sólo en algunos, la calidad fue desmejorando a medida que se acercaban a la definición.

Y los equipos argentinos ya jugaron esa final, el espectáculo fue del mismo tipo aunque sin llegar a tanto.

En diciembre de 2018 este diario publicó una crónica con mi firma que expone estos mismos conceptos y otros con respecto a aquél partido.

Lo que se vio el sábado último es una versión mejorada del bochorno. En verdad, “empeorada” y mucho.

Estamos preocupados desde hace años por el Mundo que dejaremos a nuestros niños. Debiéramos ocuparnos más de los niños que dejaremos al Mundo.

El fútbol nos muestra esta realidad exhibida en un llamativo y vergonzoso espectáculo multicolor.

Escrito en Sherbroke, Quebec, Canadá, el primero de febrero de 2021, a mediodía.

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