El 2020 fue declarado por la Organización Mundial de la Salud como el año internacional del personal de enfermería y partería.
En las provincias argentinas, el trabajo de enfermería ocupa un lugar clave dentro del sistema de salud (Cerdá, Ramacciotti y Biernat, 2015; Ramacciotti, 2020). Sin embargo, en aquel año diferentes voces alertaron en Mendoza sobre el posible cierre de la carrera de Enfermería de la Universidad Nacional de Cuyo, principalmente, por motivos presupuestarios.
Esta situación contrasta con la oferta académica que ha brindado hasta el momento dicha carrera ya que, junto con las de índole privado y nivel superior, ha permitido que Mendoza sea una de las provincias con mayor nivel de profesionalización en enfermería.
El peligro que implica clausurar la formación de enfermeros universitarios y con ello recursos humanos idóneos con amplias funciones, lleva a reflexionar acerca del camino de constitución de este espacio formativo, el cual sentó las primeras bases de la enseñanza actual.
Hacia 1930 la incipiente preparación de los enfermeros de los hospitales públicos se vislumbró como uno de los problemas del sistema sanitario, debido a la falta de un espacio formal para su formación previa.
El reclutamiento de personal era realizado sobre aquellos que trabajaban inicialmente como “mucamos” o “peones de sala” y luego de varios años llegaban a ocupar la función de enfermeros.
Para dar respuesta a este vacío, el gobierno provincial desde 1937 delineó una serie de proyectos.
Aunque no tuvieron sanción parlamentaria sentaron las bases de leyes posteriores.
En 1941, durante la gobernación de Rodolfo Corominas Segura (1938-1941), el Director General de Salubridad, Félix Aguinaga, implementó el primer curso de enfermería para todos aquellos que desempeñaban tareas en el Estado.
Al año siguiente, creó la Escuela Mixta de Enfermeros, que comenzó a funcionar en forma provisoria en una escuela primaria de la Ciudad, y luego se trasladó al Hospital Central. Con una duración de 2 años, el programa de estudio contenía clases teórico-prácticas de Anatomía y Fisiología, Higiene, Puericultura y niños, Primeros Auxilios, Alimentación, Técnica de la Terapéutica del enfermero, Bactereología e Infecciones, y Especialidades Médicas.
Por su parte, se realizaban prácticas (también de dos años) en hospitales a cargo de los Jefes de Clínicas de cada establecimiento.
Aquellos enfermeros que acreditasen 10 años o más de antigüedad, lograrían titularse tras haber rendido un examen teórico de las materias mencionadas.
En 1944 obtuvieron el título 8 enfermeros, y en 1945, se entregaron 12 diplomas más. Desde entonces, todos los egresados serían contratados por el Estado.
Desde 1946, se amplió la oferta educativa con nuevas especialidades como Anestesistas, Instrumentistas y Nurses para desempeñarse como ayudantes de cirugía.
En 1947, se añadieron cursos de Radiografistas, Transfusionistas, Laboratoristas, Preparadores de farmacia y Auxiliares de Alimentación.
Los aspirantes debían seguir la enseñanza que impartiera la escuela de enfermería, especializándose luego en sus respectivas ramas.
De este modo se otorgaba el título de Enfermeros y Auxiliares Técnicos y la escuela pasó a denominarse Escuela Mixta de Enfermeros y Técnicos.
Sus graduados tendrían prioridad al momento de ocupar los puestos laborales del sistema de salud.
Hasta el año 1948, la posesión de un título para los enfermeros en ejercicio no era obligatoria, por lo que a partir de ese año se estipuló que todo personal de la Capital debía presentar su diploma de egresado en un plazo máximo de tres años, exigencia implementada también en los establecimientos privados.
Las transformaciones que tuvo la escuela en los primeros años buscaban responder a las demandas sanitarias y complejización del sistema de salud, siendo necesario además contar con recursos humanos capacitados para acompañar la política de expansión de la red hospitalaria y las campañas sanitarias destinadas a la lucha contra las enfermedades infectocontagiosas (Hirschegger, 2010, 2016).
Momentos complejos como el actual, producto de la pandemia por Covid-19, no solo reclaman continuar con la vigencia de estos espacios formativos, sino también cambios en los diseños curriculares y las prácticas educativas adaptados a los nuevos contextos.
El año 2021 se presenta con nuevos desafíos para los estudios sobre la enfermería en la Argentina, siendo uno de ellos vislumbrar los cambios y las continuidades en los procesos de formación en los espacios regionales.
Así, el proyecto de carácter federal (PISAC-Covid 19) “La enfermería y los cuidados sanitarios profesionales durante la pandemia y la postpandemia del COVID-19 (Argentina, siglos XX y XXI)”, dirigido por Karina Ramacciotti y financiado por la Agencia I+D+i propone descubrir qué cambios implicó la pandemia de Covid-19 para la práctica y las propuestas de formación en enfermería, teniendo en cuenta que este contexto habilitará tales modificaciones. Precisamente, un grupo de investigadores del INCIHUSA (CONICET) y de la UNCuyo forman parte de este proyecto y realizarán sus aportes para la región de Cuyo.