Escuchamos hablar a alguien que, para finalizar una argumentación, nos dice así: “Estas razones son, a la postre, las que me llevan a hablar de este modo”. Entonces, nos preguntamos si se debe decir “a la postre” y qué se quiere significar con esta expresión. Recurrimos a la etimología de “postre” y encontramos que el vocablo proviene del adjetivo latino “posterum” (último) y, a su vez, del adverbio y preposición “post” (después, detrás). Entre otros derivados tenemos “póstumo, postrero, postergar”; en el caso del postre, es lo que se come último, después de la comida.
Pero “posterus” era un adjetivo en su origen y se podía pensar, como tal, que derivó en “el postre” y “la postre”; solamente se hace sustantivo cuando designa el último plato que cierra una comida. Debido a ello, por aquel primitivo valor adjetivo, conservamos la forma “a la postre”, como una forma abreviada de decir “a la hora postre”, o sea, “a última hora”.
Entre los términos o formas equivalentes encontramos “a fin de cuentas”, “al fin y al cabo”, “en el fondo”, “por último”. Si lo comprobamos en nuestro ejemplo inicial, la oración podría haber sido “Estas razones son, al fin y al cabo (por último, a fin de cuentas, en el fondo) las que me llevan a hablar de este modo”.
Una rápida búsqueda de los valores del término “postre”, nos dice que es equivalente a “pie”, en algunos juegos, y el contrario a “mano”. Esto se explica porque el “postre” o “pie” es el último en orden de los que juegan, a la inversa del primero, llamado “mano”.
Usamos también la locución adverbial “a los postres”, que da a entender que algo se lleva a cabo al final, como última parte de un acto o situación: “Primero, el discurso, luego los premios y, a los postres, la actuación del grupo coral”.
Hay otras dos locuciones que son parecidas y que se usan para dar idea del remate de un proceso: “de postre” y “para postre”. Coloquialmente, estas formas significan “para colmo, por si fuera poco todo lo anterior”: “Ayer, el cajero me retuvo la tarjeta, no pude cargar combustible al auto y, para postre, empezó una lluvia torrencial”.
Y para referirnos a lo que viene después, traeremos a colación dos expresiones similares, aunque diferentes en valor: “Al final” y “a la final”. “Al final” es una locución adverbial que indica tiempo pues señala que un proceso ha llegado a término. A veces, se puede sustituir por “finalmente”, otras, por “en conclusión”, otras, por “en definitiva”. Lo observamos en estos ejemplos: “Lo que interesa, al final (en definitiva), es cuánto vas a ganar allí”. “Al final (finalmente), nos quedamos viendo cine en casa”. “El culpable, al final (en conclusión), recibió un castigo ejemplar”.
Esta locución “al final” no debe ser sustituida por “a la final” que tiene otro valor significativo. En efecto, una final es la competición última y decisiva en un certamen, en un campeonato o concurso. Así, entonces, “Son pocos los atletas que llegan a la final del certamen olímpico”. “Esos chicos de séptimo llegaron a la final del concurso de ortografía”.
Las expresiones que hemos analizado tienen que ver con la idea de “último”. Veamos qué nos dice el diccionario acerca de este adjetivo. Su primer valor es “que está al final de algo”: “Ha sido el último presidente constitucional”. Otro valor relacionado es “que representa el fin o término a que se deben dirigir todas las acciones y designios de alguien”: “El objetivo último que persigue es lograr ese título de posgrado”.
Además de estos valores, “último” forma una serie de locuciones: “Estar alguien a lo último” es lo mismo que “estar al cabo”, esto es, “estar para morir, en el fin de la vida”. En cambio, la locución “a la última” conlleva la idea de lucir alguien lo más actualizado en moda: “Siempre está elegantísima, pues viste a la última”.
Cuando se quiere concluir una exposición, la locución que se elige es “por último”, equivalente a “finalmente, después de todo”: “Por último, hablaremos acerca de esta nueva publicación”.
Con respecto a la expresión “ser lo último”, para referirse a algo, podemos usarla tanto para ponderar el colmo de lo admirativo como de lo peyorativo”: “”Esto es lo último en materia decorativa”, como un comentario positivo, y “Es lo último que se te puede ocurrir hacer”, como juicio desvalorizante. En relación con este último valor, aparece “la última sardina de la banasta”, frase coloquial definida como “lo último de las cosas”, similar a nuestro “último orejón del tarro”.
Si alguien luce siempre las novedades del mundo de la moda o en otros ámbitos, diremos que está en el “último grito”. En relación con la “última palabra”, se han acuñado dos expresiones en el uso: “Decir o tener la “última palabra” en un asunto, significa que se lo resuelve o esclarece de manera definitiva: “Yo no lo decido sino Juan, que tiene la última palabra”. La otra locución, “ser la última palabra del credo”, es de sentido opuesto pues constituye una locución coloquial que da a entender que algo es lo menos importante.
*La autora es Profesora Consulta de la UNCuyo.