Más de una vez, cuando hablamos, deseamos mantener oculta la identidad de la persona a la que nos estamos refiriendo. Entonces, recurrimos a distintas formas para borrar toda huella de individualización. Una manera es designar a esa persona como “fulano”: ¿qué significa este término? De origen árabe (“fulān”), el vocablo puede adoptar forma masculina (“fulano”) o femenina (“fulana”), con la intención de aludir a alguien cuyo nombre se ignora o no se quiere expresar; este adjetivo devenido en sustantivo significa “persona cualquiera”: “Esos cambios los hizo un fulano que es preferible olvidar”. También, un fulano o fulana puede ser una persona indeterminada o imaginaria: “Mañana llega fulano al gobierno y modifica todo”. Sirve también para referirse despreciativamente a alguien o, también, para nombrar sin referencia concreta a un amante: “De golpe, un fulano le lavó el cerebro”. Asimismo, es posible acentuar el carácter despectivo usando el diminutivo “fulanito o fulanita” , con lo cual no solo se borra la identidad sino que se minimiza la importancia de ese sujeto: “Un fulanito se quedó con todo”. La palabra femenina “fulana” suele ser usada como equivalente de “prostituta”: “Finalmente, se fue con una fulana”.
A fulano, lo acompaña, por lo general, “mengano”, palabra que también proviene del árabe “man kān”, con el valor de “quien sea”. En la mayoría de los casos, se usa después de “fulano”, como en “La suerte hoy le toca a fulano y mañana, a mengano”.
El tercer sujeto de nombre desconocido suele ser “zutano” que los diccionarios etimológicos hacen derivar del latín “scitanus”, traducido como “sabido”. Este tercer sujeto indeterminado suele ir en orden, después de fulano y mengano.
Completa el mundo de los sujetos desconocidos la palabra “perengano”, considerada más reciente y de menor uso.
También el diccionario académico registra la forma femenina “perengana” y nos indica que puede provenir de un cruce del sustantivo propio PERE o PÉREZ y la forma “mengano”. Se registra la variante “perencejo”, con el mismo valor.
Otras palabras de nuestro vocabulario también hacen referencia a sujetos cuya importancia es escasa: así, coloquialmente, encontramos el término “pelagatos”, que puede usarse en masculino o en femenino, y que señala a la persona insignificante y mediocre, sin posición social o económica: “Es un pobre pelagatos que no tiene dónde caerse muerto”.
También, como “persona inútil, de poca valía y despreciable” figura “pelanas”. Asimismo, se nos da “pelafustán” que añade en su definición los conceptos de “baladí, fútil, insignificante, desdeñable e insustancial”. El término nos es desconocido en la actualidad y estaba formado por el verbo “pelar” y el sustantivo “fustán”, que era una tela gruesa, con lanosidad en una de sus caras.
Indagando un poco más encontramos otros vocablos referidos a este deseo de borrar identidades: por un lado, “quídam”, por otro, “don nadie”. En cuanto a “quídam”, se origina en el pronombre indefinido latino escrito, en aquella lengua, sin tilde. El indefinido significaba “uno, alguno”; en la lengua coloquial, se usa despectivamente para referirse a un individuo desconocido o cuyo nombre se desea omitir, a quien no se concede ninguna importancia o valor: “No se trata de un quídam, sino de alguien de reconocido prestigio”. Al españolizarse, toma tilde como vocablo grave, pero fonéticamente, pronuncia la “u”.
Nos queda una expresión que lo sintetiza todo: “don nadie”. Al internarnos en las páginas del diccionario académico, bajo la entrada “nadie”, encontramos las formas “don nadie” y “doña nadie”, respectivamente masculino y femenino, para indicar “persona sin valía, poco conocida, de escaso poder e influencia”: “Lo consideraban un don nadie” y “Morirá siendo una doña nadie”.
¿Y qué pasa con “cualquiera”? Si lo uso para designar a una persona indeterminada, de poca importancia o indigna de consideración, puedo anteponerle el artículo “un”, común en cuanto al género: “No es un cualquiera pues ha tenido cargos de relevancia”. Se usa preferentemente en masculino pues el femenino “una cualquiera” tiene el valor de “mujer de moral relajada”.
A veces, un adjetivo hace hincapié en la debilidad de carácter y la identidad de la persona a quien se le atribuye esa cualidad queda absolutamente disminuida. Es el caso de “paparulo”, de “gil” y de “pelele”. “Paparulo” es una palabra de connotación negativa pues significa “torpe, ignorante, ingenuo”: “Es obra de un paparulo”. Otro tanto ocurre con “gil” y su femenino “gila” que, en Argentina y Uruguay, toma el valor de “simple, incauto”: “Vino un gil ofreciendo bolsas de residuos”. En cuanto a “pelele”, coloquialmente designa a una persona simple o inútil, acepción que proviene de su primera definición como “muñeco de paja o trapos que se suele poner en los balcones en las carnestolendas”.
No solamente a través de sustantivos o adjetivos se puede expresar menosprecio o indiferencia; también los verbos pueden señalar esa actitud denigrante. Actualmente, se usa mucho el verbo “ningunear”, relacionado con el indefinido “ninguno” que, precisamente, expresa la inexistencia de aquello denotado por el nombre al que modifica. La Academia lo recoge en su diccionario con dos acepciones: la primera es “no hacer caso de alguien, no tomarlo en consideración”: “Es permanente su actitud humillante: me ningunea una y otra vez”. La segunda acepción es “menospreciar a alguien”: “Alejandro lo ningunea delante de sus compañeros”.
Otro verbo que incluye una acepción negativa es “ignorar”: en efecto, la segunda definición que figura en el diccionario es la de “no hacer caso de algo o de alguien, o tratarlos como si no merecieran atención”: “No le demostraba enojo ni irritación, simplemente lo ignoraba”.
*La autora es Profesora Consulta de la UNCuyo.