La “ideología” es un término generado en 1796 por Antoine Destutt de Tracy. Se define como la ciencia que estudia las ideas. Luego Carlos Marx y Federico Engels la usarían para explicar las grandes cosmovisiones que interpretaban la historia. Pero con el tiempo, “ideología” se fue transformando (o deformando, o vulgarizando) en un sustituto de la religión, en el deseo de construir un reino celestial en este mundo, pero dirigido por un profeta político que sustituya al líder religioso y que le propone a sus adherentes un modo total de entender el mundo, modo del cual no se puede salir. La ideología da respuesta a todos los actos y pensamientos de la vida pública y privada de sus adherentes. Es una especie de religión no basada en la fe, sino en la razón deformada.
El peronismo, en general no es un movimiento ideologizado, pero su vertiente K (más particularmente la cristinista en su versión más radicalizada) es por demás ideologizada. Cristina siempre simpatizó periféricamente con ese estilo de entender la vida pero de a poco ( a veces por necesidades nada ideológicas pero otras veces por auténticas conversiones) fue deviniendo la profeta mayor del ideologismo peronista.
¿En qué consiste básicamente esa ideología que el cristinismo comparte en casi todo con el populismo progresista no peronista?
La pareja de estudiosos de las ciencias sociales compuesta por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe lo definió claramente: se trata de dar vuelta 180 grados la valoración de algunos conceptos. En particular del término populismo que de ser considerado en general como algo negativo pasa a ser mirado positivamente, como la superación de la democracia republicana burguesa capitalista. Su reemplazo por el gobierno de los pueblos que deben estar por encima de las instituciones liberales (de la división de poderes, sobre todo) que son un obstáculo para el encuentro entre el líder y el pueblo. El poder es uno solo y el pueblo (representado por el líder) debe reunificar lo que las elites dominantes dividieron, sostiene esta ideología adoptada del todo por Cristina.
Desde ese punto de vista se trata de recuperar para el peronismo lo que el mismo peronismo fue dejando de lado (incluso, en gran parte, el último Perón) por considerarlo negativo: la lucha contra los medios de comunicación y contra las cúpulas de la Justicia, el culto a la personalidad, el adoctrinamiento como modo positivo de educar y el corporativismo como forma organizativa superior a la capitalista individual.
Visto desde una óptica republicana liberal esos son vicios, retrocesos, involuciones cuando de una democracia se trata. Pero para la ideología populista se trata de avances que hizo el primer peronismo en pos de una sociedad anticapitalista, que nunca logró concretar del todo. Del mismo modo, salvo en la crítica que se le pueda hacer a la violencia (algunos lo hacen, otros la defienden subliminalmente y algunos hasta directamente) el ideologismo cristinista piensa que en la pelea final a muerte entre Perón y los Montoneros, éstos últimos tenían razón por sobre el General aunque quizá hayan errado en sus tácticas. Por eso hoy tenemos el Día del Montonero y sus principales líderes de ese entonces asesoran a los que consideran sus sucesores actuales, el “mapuchismo” de Jones Huala que quiere liberar los territorios de Chile y Argentina del capitalismo para ir en versión indigenista a la patria socialista que ellos proclamaron en los 70.
Aunque cueste creerlo, esto hoy se discute, y mucho, no sólo entre sectas aisladas sino en ámbitos muy elevados del poder político nacional, de los cuales el secretario de Derechos Humanos y el director del INAI son expresiones concretísimas, que van a hablar hasta a la ONU o deciden cuáles deben ser las tierras liberadas de los terratenientes como Joe Lewis, hacia cuyas propiedades avanza Juan Grabois con intenciones de hacerle la guerra de zapa al capitalismo transnacional invasor de nuestra soberanía, o de la soberanía indígena.
La gran “virtud” que tiene esta ideología es que sus miembros aunque hoy sean los políticos más poderosos del país y muchos sean magnates con fortunas de origen político, ellos se niegan a considerarse el “poder”. Estén en el gobierno o en la oposición, los que en serio mandan -según esta ideología- son fuerzas ocultas, sobre todo las que hoy se expresan en el lawfare (jueces, prensa y políticos burgueses, que son apenas marionetas de grandes empresarios organizados en sinarquías internacionales). Por eso la ideología populista siempre es víctima del verdadero poder y por ende siempre tiene derecho a luchar contra el poder, el cual nunca jamás posee, aunque gobierne el país. Eso es lo que hace que cada acto que se supone “autoritario” (como clausurar el diario La Prensa antes y ahora intentarlo con Clarin o la Nación o como querer jueces militantes en la Corte Suprema y demás tribunales) son luchas parciales en pos de una sociedad revolucionaria. Son combates populares, no excesos autoritarios.
El cristinismo, aunque hoy es la modalidad mayoritaria del peronismo, critica a casi todas las anteriores expresiones peronistas. Sólo rescata al Perón en su faz autoritaria de los 40/50, a Evita en lo que se oponía o quería superar a Perón y a los Montoneros setentistas. El último Perón fue un mero burgués que los traicionó, los renovadores de los 80 querían sustituir a John William Cooke por Felipe González y Menem hizo neoliberal al peronismo. Contra todo eso vienen ellos a luchar considerando positivo todo lo que pueda herir la democracia republicana y acelerar la revolución, pero simulando formar parte de la república porque ya fracasó generar un régimen autoritario a medias como en los 50 o tomar el poder por la violencia como en los 70. Hoy se trata de avanzar en la “revolución” disimulándolo lo más posible, gestando pequeños actos en esa dirección. Vamos por todo, pero de a poquito.
Ese ideologismo rayano en el delirio pero muy vigente en altos círculos del poder es el que, en los hechos, generó la única disputa real en la cuestión de los mapuches del sur de Mendoza, porque complicó lo que se podía resolver mediante discusiones racionales, en vez de arriesgarnos a estimular conflictos graves como los que ocurren en Chile por igual tema.
El artículo de la Constitución Nacional sobre pueblos originarios no es culpable de nada. En él, con sano criterio, se garantiza la supervivencia y protección de los pueblos originarias que viven en comunidad en terrenos ocupados ancestralmente, para que nadie los avasalle. Algo que no se puede discutir. Después hay variadas leyes de puesteros y del uso de la tierra que bien pueden servir para garantizar derechos e incluso ampliarlos. El problema es que no se cumplen bien y se cometen abusos contra los puesteros, sean de pueblos originarios o no (entre los cuales no debería haber diferencias porque todos expresan una tradición que se debe conservar). Pero esas son cuestiones de gestión a las cuales el debate actual tiene que obligar a mejorar.
Lo que causó estos líos estériles no pasa por lo que todos están de acuerdo, que es el respeto a esas familias o comunidades tradicionales que quieren preservar un modo de vida, más allá de sus orígenes étnicos. Origen que es un tema para historiadores y antropólogos más que para políticos. Pero lo más seguro es que casi todos sean producto de mezclas genéticas y de mestizajes o sea que el debate es más teórico que práctico.
Lo que sí causó todos estos líos estériles es aprovechar estas realidades para querer ideológicamente dividir el mundo (como hacen brutalmente los canales de tevé oficialistas y los ideólogos populistas K) entre territorios supuestamente tomados por grandes empresarios extranjeros que se quieren quedar con nuestras tierras y para luchar contra ellos otorgarle extensas propiedades de tierra a los pueblos originarios como una forma de combate contra el imperialismo territorial. Los mapuches contra Joe Lewis. Y en última instancia, ante un país (o dos países tomados por el capitalismo extranjero), hacer de las tierras entregadas a los pueblos indígenas territorios liberados, cuyo extremo se expresa en el deseo de la RAM de Jones Huala de constituir un “viejo-nuevo” país mapuche que no reconozca más soberanía que la indígena, incluso utilizando la violencia como se ve en el sur argentino y mucho más en Chile. Estimulado por ideólogos que sugieren avanzar en la recuperación de los territorios ocupados por Roca, Alsina y Avellaneda.
Digan lo que digan (que no lo dirán) detrás de los que dirigen el INAI está esta concepción política. Algo imposible de realizar, pero que deteriora las relaciones institucionales y genera conflictos innecesarios como los que hoy ocurren en Mendoza por culpa exclusiva de ellos.
Pero además es un debate falso porque nada de lo que se proponen lo lograrán, excepto afectar la convivencia entre los argentinos. Que eso y poco más es este populismo que no puede clausurar diarios ni guillotinar Cortes como el primer peronismo, y que no propone directamente la violencia política como los Montoneros, pero que sin embargo rescata esos horrores como antecedentes de una nueva concepción supuestamente revolucionaria, que no conduce a ninguna parte, pero que mientras esté en el poder, impide que el país crezca hacia alguna parte.
En realidad, es un puro retroceso. Ni los mapuches son los Montoneros, ni este gobierno es revolucionario. Sólo fingen lo que no son para seguir lucrando políticamente y vaya a saber de qué otras formas más.
Los marxistas auténticos decían que la religión era el opio de los pueblos porque les predicaba la resignación de ser pobres a cambio de alcanzar la riqueza -suponemos espiritual- en el reino de los cielos. En cambio ellos querían que hicieran la revolución en la tierra y construyeran acá el reino de los cielos.
Hoy que se demostró el tremendo fracaso de esa idea de revolución, la ideología ha devenido el opio de ciertos intelectuales porque en vez de ponerse a pensar cómo solucionar los problemas reales de los pueblos, inventan abstracciones basadas en viejas recetas ya anacrónicas para poder seguir viviendo de ellas sin cambiar en un ápice la realidad de los que suponen dicen ayudar . La ideología es una excusa para explicar por izquierda por qué viven por derecha haciéndose ricos y poderosos al mismo tiempo que dicen combatir contra los ricos y poderosos. Una farsa que en la Argentina, pero no sólo en Argentina, ha alcanzado proporciones alarmantes. Y que ahora quieren usar de experimentos de laboratorio a los humildes puesteros que sólo anhelan justicia, derechos y dignidad en vez de que los consideren los nuevos sujetos revolucionarios de una revolución inexistente. Con la cual sólo lucrarán los intermediarios mientras que los puesteros, sean originarios o no, ni la verán pasar. Pura hipocresía disfrazada de progresismo.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar