La institucionalidad mendocina ahora crece por todo Cuyo

Brisas agradables que traen consigo nuevos tiempos parecen estar corriendo por el país profundo, el país interior. Como anticipando, tal vez, desde la periferia al centro, el renacer de todo un país en decadencia. Las elecciones a gobernador cuyanas están marchando en ese sentido. En San Luis derrotando a un eternizado gobierno caudillista de familia. En San Juan venciendo a un “renovador peronista” que no supo o no quiso ser tal. Y en Mendoza votando por un sano equilibrio donde a varios se les dio parte del poder y a ninguno el poder entero. Triunfos, todos, de las instituciones por sobre las personas.

La institucionalidad mendocina ahora crece por todo Cuyo
Marcelo Orrego, el campeón argentino de Judo que terminó con 20 años de peronismo en San Juan

Los resultados de las elecciones para gobernador en San Juan y San Luis pueden ayudarnos a entender que Mendoza, la hermana mayor de las provincias cuyanas, pese a su ganado y merecido prestigio nacional de provincia institucionalmente sólida, está tan lejos de Twin Peaks como de la isla de la transparencia, no somos ni una cosa ni la otra.

Twin Peaks, la miniserie de televisión del afamado director estadounidense David Lynch cuenta la investigación del cruel asesinato de la joven Laura Palmer, lo cual al fin resulta ser una excusa para ir descubriendo, tras la búsqueda del asesino, a una comunidad que por debajo de una fachada de cordialidad civilizada esconde mil secretos y corruptelas desnudadas debido al crimen.

La isla de la transparencia es el apodo con el que a veces se quiere designar a Mendoza como la provincia donde nuestra comparativamente alta institucionalidad es la demostración exterior de una comunidad que funciona con altos estándares de cultura política los cuales se traducen en todas las esferas de la vida pública casi como un paraíso de civilidad y de acuerdos de todo tipo en medio de un país fracturado por el caudillismo y las políticas de facción.

En realidad ninguna de las dos cosas son ciertas, aunque algo de ambas hay en nuestra querida Mendoza. La institucionalidad no es un atributo adeudado en particular a ningún sector político del presente, sino que es una construcción de décadas donde los logros de las épocas y los hombres sensatos (como la generación de notables que armó el soporte mayor de la institucionalidad mendocina, la Constitución de 1916 que aún con muchas reformas -más de forma que de fondo- aún nos rige) se impusieron y predominaron a largo plazo por sobre los momentos de intolerancia que también los hubo, porque somos parte de la Argentina. Quizá la rigidez del clima que con un desierto que nos desafía constantemente y desastres naturales que, tal cual los sismos, amenazan siempre resurgir, nos hayan hecho más precavidos que temerarios. Y el influjo de lo mejor de la cultura política chilena que fue elevada desde sus inicios. Nosotros los mendocinos fuimos los que supimos sintetizar mejor que nadie en la Argentina los logros de la alta institucionalidad trasandina quizá por formar alguna vez parte del mismo virreinato, pero reemplazando sus sempiternas tendencias a la elitización del poder por la democratización a la argentina.

No obstante, como en todo pueblo grande que se fue transformando por su afán casi nunca detenido de progreso en una provincia mediana y moderna, las bajas pasiones y las hipocresías disfrazadas de conservadurismo (porque tenemos un conservadurismo bueno, el que nos hace ser moderados en un país revoltoso y uno malo, el que pretende ocultar bajo la excusa de no deteriorar nuestras fachadas lustrosas a los pecados secretos de una parte de nuestra elite) también existieron y difícilmente dejen de existir. Que se mostraron políticamente con el despotismo del fraile Aldao durante la época rosista, o el nepotismo de los gobiernos oligárquicos de familia durante la segunda mitad del siglo XIX o incluso las tendencias al caudillismo del civitismo (Civit, hombre dual, tan autoritario en su personalidad como tan apasionado por el progreso provincial y nacional ) o la lucha frenética entre radicales lencinistas e yrigoyenistas que llevó incluso al asesinato político. Y la historia sería larga de contar: hoy mismo, aunque la democracia del 83 ha fortalecido nuestra institucionalidad en vez de haberla debilitado, eso no implica que haya varios lugares del poder político donde el nepotismo, el amiguismo e incluso la corrupción se imponen a la eficiencia y austeridad necesarias. Lo sucedido en la justicia federal por el caso Bento, que aunque sea nacional ocurre en territorio mendocino y con protagonistas mendocinos, podría dar lugar a una serie como Twin Peaks, o más aún a un viejo antecedente de la misma: la serie televisiva de los años 60 llamada “Peyton Place, la caldera del diablo”, donde se desnudaba a una comunidad en apariencia idílica pero inundada en sus interiores de gravísimos vicios en las conductas de sus personalidades más poderosas, e incluso muchas de ellas prestigiosas.

Sin embargo, como decía Sarmiento y otros prohombres, ya desde inicios de nuestra vida como patria libre, Mendoza siempre tendió a ser la Barcelona o la Turín de la Argentina, como una especie de flor en el desierto que crecía con el esfuerzo de nativos e inmigrantes hacendosos más preocupados de desarrollar el trabajo meritocrático creando oasis en el desierto, que por las acumulaciones desmedidas de poder y dinero. De allí que fue Mendoza una de las pocas provincias que ya a principios del siglo XX había forjado una burguesía muy sólida en medio de un mar de caudillos políticos y de señores feudales o patrones de estancia que en las provincias cercanas manejaban la producción en connivencia con el atraso económico. Defectos que en nuestra provincia brillaron por su ausencia y que nos hizo ganar una merecida fama como una provincia andina que sin contar con los beneficios de la pampa húmeda, avanzaba tanto o más que los que recibían los beneficios de los trigos y las mieses en vez de las rigideces del desierto.

Supimos tener en la década de los 80, unos inicios democráticos donde tres fuerzas políticas se consolidaron más en sus virtudes que en sus defectos y eso nos dio una alternancia política aún cuando con el tiempo la calidad de la clase política, como en todo el país, se fue deteriorando. Eso fue la obra de las generaciones anteriores que nos dieron una institucionalidad muy valiosa, pero también obra de estas generaciones que no se ocuparon (como en otras provincias que también tenían una buena institucionalidad previa) de cambiarla por otra que favoreciera más a los caudillos que como nunca cundieron por doquier a lo largo y a la ancho de la república desde 1983 hasta ahora. Eso no ocurrió en Mendoza, donde siempre hubo anticuerpos. Solo por citar el último: ante la debacle actual del peronismo mendocino, que a diferencia del de Córdoba no supo mantener una identidad provincial sólida (cuando al principio de la democracia era el PJ de Mendoza más mendocinista que el de Córdoba cordobesista), casi a la manera de un autocontrol no necesariamente premeditado, la coalición no peronista que en 2015 había reunido casi todo lo que había por fuera del partido local de Perón (e incluso hasta porciones del PJ), ante el riesgo de concentrar poder en exceso, se debió enfrentar a unas PASO ultracompetitivas entre dos candidatos, Cornejo y Petri. Y por otra parte de la misma Cambia Mendoza se desgaja una especie de tercera fuerza, la Unión Mendocina. Por las razones que fuera, mejores o peores, el electorado frenó cualquier concentración de poder. Por eso, ahora, gane quien gane, nadie podría ceder a la tentación de fortalecer algún tipo de caudillismo que Mendoza no quiere, y si existen algunos rasgos de excesivo personalismo, el contenido mismo del mensaje electoral obligará a que se lo desmantele.

En fin, que tanto el mendocinismo separatista que supone que Mendoza es tan diferente y mejor al resto del país que merecería ser otro país, como quienes suponen que Mendoza tras una hipocresía formal no se diferencia en nada de los vicios institucionales de un país faccioso, son dos ideas extremas y profundamente equivocadas sobre la naturaleza de nuestra provincia y nuestros comprovincianos. Ni el mendo-“cinismo” ni el mendo- “separatismo” nos expresan realmente. Si nos diferencia positivamente, en cambio, el mendo-“institucionalismo” con el cual la inmensa mayoría de los mendocinos y el resto de los que habitan nuestra tierra, se sienten profundamente identificados.

Pero además, algo nuevo aparece en el horizonte, ya que ahora nuestros vecinos se están identificando (sobre todo a través de esa maravilla que es el voto popular en tiempos de cambio) cada vez más con este tipo de postulados mendocinos luego de tantos años donde el caudillismo feudal avanzó raudamente, con enormes apoyos nacionales, sobre las provincias andinas, o del norte o del sur argentino. Hoy, más allá de algún voto casual, una brisa que amenaza con transformarse en fuerte viento pareciera estar adelantando nuevos tiempos nacionales desde el interior federal.

Aún queda el humo de las dos batallas libradas en el norte argentino, tanto en Jujuy como en Chaco, provincias deformadas por el kirchnerismo que fue creando, con aportes nacionales, especies de gobiernos piqueteros paraestatales que mantenían en prisión clientelística a los más pobres de ambas provincias. El clan Sena chaqueño no es más que un remedo del clan Sala jujeño y ambos han entrado en profunda crisis, lo que a la larga llevará a la mayor democratización e institucionalización republicana de ambas provincias norteñas tantas veces humilladas por déspotas disfrazados de gobernadores como aún sigue existiendo en la Formosa feudal, el más poderoso bastión del caudillismo en sus peores expresiones. Y no sólo en Formosa.

En Chaco, un asesinato brutal perpetrado por el clan Sena dio lugar a una reacción popular ni siquiera imaginada. Allí los ciudadanos por decenas de miles salieron a las calles a protestar por algo más que el alevoso crimen, cuestionando al sistema paralelo de gobierno (aliado al gobernador Capitanich) que mantiene sumidos en el clientelismo a los ciudadanos chaqueños. Lo cual, como conclusión se expresó en una derrota del caudillejo local en las PASO.

Frente a ese cachetada al sistema armado por el caudillismo en las provincias más chicas del país, de inmediato la reacción estalló en Jujuy mediante un conato insurreccional y golpista armado por el clan Sala, la izquierda extrema y con apoyo total del gobierno nacional para volver al orden anterior. Pero el golpe fracasó y las instituciones jujeñas siguen democratizándose como muy posiblemente comenzará a ocurrir con el Chaco.

Más cerca nuestro, dos grandes urnazos contra el caudillismo hemos vivido en este anticipo de nuevos tiempos. En San Luis, un gobierno de familia que conducía la provincia desde 1983 sin solución de continuidad fue desalojado del gobierno y es de esperar que el nuevo gobernador devuelva la república perdida, robada a los puntanos por el implacable caudillismo que durante décadas frenó la división de poderes y la libertad de prensa, degradando institucionalmente de modo brutal a esa hermosa provincia cuyana.

En San Juan la renovación parecía venir desde dentro del peronismo con un gobernador que amenaza acabar con el “giojismo” que había modificado dos veces la Constitución local para hacerse reelegir. Pero esta “renovación” apenas sufrió un contrapié electoral en los comicios legislativos de 2021 donde la empataron, comenzó toda una tarea de demolición institucional para sobrevivir en el poder adoptando los mismos males que decía venía a poner fin. Se eliminaron las PASO, se impuso la ley de lemas, se vulneró la Constitución para forzar una cuarta reelección y se quiso continuar en el poder a partir de un familiar ni siquiera mínimamente capacitado para ese cargo.

Hartos de tantas trapisondas, los ciudadanos sanjuaninos se cansaron y esta vez dijeron no a tanto abuso de poder rescatando las tradiciones institucionales del mejor Cuyo.

Ahora el reciente gobernador electo promete derogar la ley de lemas y llamar a un plebiscito para reformar la constitución y volver al sistema de una sola reelección continuada del gobernador. Ojalá sepa y pueda cumplir con su promesa ya que tendrá una legislatura opositora. Pero lo cierto es que los aires de modernización institucional acaban de tocar de manera fenomenal a nuestra otra entrañable vecina.

Son demasiados los casos para ser casualidades. Más bien parecen una tendencia de época. Quizá algo esté cambiando en serio en la Argentina.

Además, que San Juan y San Luis se acerquen a la mejor institucionalidad mendocina debería obligarnos a nosotros, los mendocinos, a mejorar todo lo que hay que mejorar para seguir al frente de esta larga construcción que ahora más que provincial quizá pase a ser regional. Y que tal vez sea uno de los antecedentes fundamentales de la reconstrucción republicana nacional sobre la cual deberá apoyarse todo proyecto de desarrollo económico que quiera ser sustentable en el tiempo y que acabe de una vez para siempre con estos tiempos de decadencia.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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