La kirchnerización del 25 de mayo

El cualquier democracia resulta inconcebible lo que aquí ocurre desde hace años: nada menos que una alta autoridad institucional, la vicepresidenta, evocando el arribo de su marido a la presidencia en lugar de evocar el Cabildo Abierto de 1810.

La kirchnerización del 25 de mayo
Cristina Kirchner el 25 de mayo de 2023

La imagen de un presidente escabulléndose como una sombra por detrás del escenario en el que la vicepresidenta escenificó su liderazgo estelar, habrá llamado la atención en muchos países.

Los gobernantes y demás líderes del mundo que defienden la democracia liberal, habrán visto un descomunal acto de culto personalista, con una multitud entregada a las alabanzas. Los que profesan culturas políticas menos abrazadas al espíritu democrático que reclama a los gobernantes actuar como humildes mandatarios, habrán envidiado a la vicepresidenta argentina tener a disposición semejante feligresía y una dirigencia en la que todos quedan siempre interpretando sus gestos y mensajes como señales cargadas de sabiduría. Y algunos habrán deparado en la patética escena de Alberto Fernández entrando a la Catedral con un séquito de ministros que, a la salida del tedeum, lo dejó solo en el regreso a la Casa Rosada porque todos se fueron al acto al que no había sido invitado.

Esa escena cruel evidenciaba la humillación que le propinó Cristina Kirchner. Alberto caminando sólo hacia la Rosada fue el rey desnudo de poder al que la multitud kirchnerista le dio la espalda. Por eso un presidente como el boliviano Luis Alberto Arce, al observar lo ocurrido en la Plaza de Mayo se habrá jurado no permitir jamás que Evo Morales haga con él lo que la líder kirchnerista hizo con el hombre al que convirtió en presidente: humillarlo.

Arce también llegó al poder, en buena medida, por tener un mentor popular que lo eligió como sucesor. Pero ese mentor, Evo Morales, le debe a quien fue su ministro de Economía lo que hizo fuertes sus gobiernos: el crecimiento económico. Por eso Arce, a diferencia de Alberto, le disputa a Evo Morales cada centímetro de poder en el Estado y en la estructura partidaria.

También Santiago Peña habrá observador con escozor al presidente que se escabullía como una sombra por detrás del escenario que llenó la estelaridad de la líder kirchnerista. El joven mandatario paraguayo rogará que su mentor político, Horacio Cartes, el millonario que se convirtió en principal accionista del Partido Colorado, le imponga sumisión total a su dictat, bajo amenaza de “albertizarlo” como venganza atroz si se le insubordina en algo.

Por cierto, Rafael Correa le envidiará a Cristina propinar al presidente que ella creó la humillación que él hubiera querido propinarle a Lenin Moreno, por haberse rebelado contra él ni bien entró al Palacio Carondelet.

Si Trump hubiera observado lo ocurrido en la Plaza de Mayo, habría aplaudido a Cristina y se hubiera identificado con ella. El magnate neoyorquino ha demostrado estar convencido de que los ayudados por un líder a alcanzar una posición, le deben lealtad perruna para siempre. Por eso le exigió a Brad Raffensperger, alto funcionario del gobierno de Georgia al que él apoyó en sus campañas electorales, que encontrara como sea los 11.780 votos que le faltaban para ganar ese estado sureño. O sea, le exigía que cometiera un fraude porque le debía gratitud. Del mismo modo actuó con el vicepresidente Mike Pence, exigiéndole que el Congreso desconociera el resultado de la elección que perdió con Joe Biden. Y ahora califica de desleal y traidor a Ron DeSantis por desafiarlo al competir en las primarias por la candidatura presidencial republicana.

Como Trump apoyó al joven ultraconservador que se convirtió en gobernador de Florida, considera una traición que lo enfrente en primarias.

El líder conservador que también se adueñó del partido al que pertenece, habrá envidiado además a Cristina la apropiación de la fecha patria. En Argentina, el 25 de Mayo se conmemoró la llegada de Néstor a la presidencia, pasando a un segundo plano el Cabildo abierto de 1810.

Ya querría Donald Trump hacer suyo el 4 de julio, colocando algún acontecimiento de la historia de su liderazgo por sobre el “Independence Day” de 1776. Pero eso resulta impensable. También es impensable que Francia permita a una facción política apropiarse del 14 de Julio. Ese día ningún político hace nada que no esté referido a la Toma de la Bastilla en 1789.

Incluso no hace falta irse tan lejos. Uruguay no permitiría que un partido o alguna facción partidaria se apropien del 18 de Julo, poniendo por encima un evento propio en lugar de evocar la jura en 1830 de la primera Constitución.

En cualquier democracia resulta inconcebible lo que aquí ocurre desde hace años: nada menos que una alta autoridad institucional, la vicepresidenta, evocando el arribo de su marido a la presidencia en lugar de evocar el Cabildo Abierto de 1810. Sin embargo, Argentina ha naturalizado esa apropiación que pone la historia al servicio de una facción.

* El autor es politólogo y periodista.

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