Hace unos años, investigando el tema de las metáforas políticas, empecé a buscar el origen de la famosa frase «cañones en lugar de mantequilla» (con permiso de la particularidad rioplatense, mantendré el termino español más difundido para denominar a la sustancia que conocemos como manteca) que alude a la necesidad de privilegiar la procuración de instrumentos de acción colectiva (para el caso, armas al servicio de intereses nacionales) por encima de los recursos destinados a satisfacer el bienestar individual (la mantequilla como alimento refinado, propio de clases acomodadas) en el campo de la producción.
Erróneamente pensaba que había sido una ocurrencia del inefable Ministro del Aire de Hitler y as de la aviación, el Reichsmarschall Hermann Göring, quien en un discurso de 1936 dijo:
“No tenemos mantequilla, pero les pregunto -¿ustedes prefieren tener mantequilla o cañones?- la preparación nos hace poderosos. La mantequilla sólo nos hace engordar.”
La expresión se hizo popular en versión abreviada: «cañones en lugar de mantequilla» (Zuerst Kanonen Statt Butter). Sin embargo no es un invento de Göring. Al parecer fue William Bryan, Secretario de Estado durante la Primera Guerra Mundial, quien la empleó primero, para enfatizar la necesidad de priorizar la fabricación de armamentos.
Mientras buscaba encontré esta pequeña ilustración, hecha a lápiz y acuarela por un exiliado alemán de nombre desconocido en 1943, año en que el Reich perdió la iniciativa de la guerra. En ella se confrontan los efectos de haber preferido los cañones a la mantequilla. Los cañones generan destrucción: unas ruinas humeantes de edificios civiles. La mantequilla, en cambio, prosperidad: una calle con pequeños y primorosos chalet estilo californiano, frente a los que se puede ver un flamante Volkswagen Tipo 1, símbolo del bienestar de las clases populares.
El cataclismo que se cernía sobre Alemania parecía no dar margen para cuestionar la linealidad del argumento. Cualquier alternativa parecía mejor que los cañones. Con la distancia del tiempo y el espacio podemos cuestionarla: ¿es cierto que elegir la mantequilla trae prosperidad?
Juan Domingo Perón regresó de su viaje de estudios por Europa fascinado por la experiencia fascista. Vuelve a la Argentina no bien se inician las hostilidades en el teatro europeo. Cree haber encontrado un modelo político que puede servir para su país, con las adaptaciones del caso. Una alternativa a la democracia liberal capitalista y al socialismo de partido único.
Perón es un atento observador de la guerra. Entiende que el expansionismo militar exacerbado precipita el colapso, tanto de su admirado fascismo como también del nacionalsocialismo. Es preciso poner como prioridad la defensa nacional, el rearme y la preparación para la próxima guerra, pero hay que equilibrarlo con un sustancial mejoramiento en las condiciones de vida de la población: cañones, pero también mantequilla.
Perón prepara a la Argentina para el choque entre los vencedores de 1945, que cree inevitable. Impulsa la industria de armamento local como una estrategia de autonomía respecto de los bloques hegemónicos. Acepta negociar con los ingleses deuda por armamento moderno. Adopta una posición, si no equidistante, sí diferenciada de ambos bloques. Nace la Tercera Posición.
Paralelamente implementa políticas de redistribución del ingreso, sentando las bases del Estado argentino de Bienestar. Crece la clase media merced a políticas de fortalecimiento de ingresos, la sanción de derechos sociales y laborales y la provisión de servicios públicos. Pero el tiempo pasa, la guerra no llega, los excedentes conseguidos durante la anterior guerra se acaban, sobreviene la crisis y resulta imprescindible plantearse tanto el volumen del gasto público como su gravitación en el desarrollo económico.
Para 1952 la incipiente industria armamentística local entraba en pérdida, la Argentina compraba tanques de los arsenales británicos a precio de chatarra y en 1955 Perón ofrecía un régimen muy favorable de inversión a la subsidiaria local de la Standard Oil.
Durante las décadas siguientes la Argentina siguió perdiendo relevancia en el plano internacional, así como también sucumbió en la competencia con Brasil como potencia regional. No solamente se resignó a ocupar un lugar dentro del bloque continental de los EEUU, sino que incluso le tocó una posición subordinada en el contexto sudamericano.
Frustrado el ambicioso proyecto geopolítico de la Tercera Posición, la defensa nacional empezó a ocuparse de forma creciente de asuntos internos. Para eso no hacia falta cañones de gran calibre. Lo que no perdió importancia fue la mantequilla. Reducido a fenómeno doméstico, el peronismo y los que lo sucedieron mantuvieron y agrandaron el Estado de Bienestar tanto como pudieron. Dado el apego popular a la mantequilla, ningún gobierno se atrevió a poner en cuestión la importancia de su regular provisión.
El esquema funcionó bien hasta entrados los años 70, cuando la distribución de mantequilla empezó a fallar. El Estado argentino de Bienestar -de remota proyección continental- demandaba muchos mayores recursos de los que producía. La Argentina gastaba más de lo que generaba.
Durante los años noventa el peronismo intentó ajustar el tamaño del Estado a las posibilidades nacionales, aún con contradicciones y desatinos. No funcionó. El nuevo siglo sorprendió a la Argentina en una inédita situación de abundancia económica, lo que le permitió obtener recursos como nunca antes en su historia.
Los cañones ya eran un recuerdo histórico, así como también la inversión en infraestructura que permitiera mejorar la productividad nacional, o una estabilización de las finanzas públicas que diera previsibilidad y recorrido a la actividad económica.
Quizá existía en la centenaria distinción una lección valiosa: mejor cañones que mantequilla. Llevado a términos contemporáneos: ahorro o consumo. El ahorro permite autonomía, estatal e individual, concentración de recursos, poder. El consumo genera dependencia, estatal e individual, dispersión, debilidad. La mantequilla nos engorda.
Lamentablemente el peronismo volvió más doméstico que nunca. La distribución de mantequilla alcanzó cotas inimaginables, del mismo modo que los índices de pobreza y subdesarrollo aumentaron sin cesar. La población se ha vuelto cada vez más dependiente, sin por eso ser más próspera. Todo lo contrario.
Este breve itinerario nos sirve para reencontrar la pequeña ilustración del artista exiliado. ¿Produce prosperidad la provisión de mantequilla? La situación argentina no tiene la magnitud del aniquilamiento de Alemania en 1945. Pero el resultado se expresa mejor en términos de destrucción que de crecimiento. Hay un aspecto relacionado con los hábitos culturales sobre el que mejor no abundar.
Los argentinos están experimentando un amargo despertar después de un largo sueño, que empezó siendo placentero pero terminó en pesadilla, y que les muestra un país empobrecido, empequeñecido y embrutecido, con graves limitaciones y enormes carencias. En asuntos políticos es infinitamente mejor la vigilia, por cruel e intolerable que nos resulte.
* El autor es profesor universitario.