El capítulo romántico para Juan Manuel de Rosas comenzó en 1813 cuando decidió casarse con Encarnación Ezcurra y Arguibel, una joven dos años menor. El temperamento fuerte, decidido e impetuoso de aquella mujer bastó para seducirlo. Podríamos decir que era una especie de Juan Manuel de Rosas con miriñaque.
Como buena suegra, doña Agustina López Osorio de Rosas no sentía por ella agrado alguno y, consecuentemente, se opuso al matrimonio. Entonces su brillante hijo ideó un plan.
En una carta que Juan Manuel dejó a la vista de su madre, Ezcurra decía estar embarazada. Tres semanas después los jóvenes se desposaron. Como señala más de un autor, para la familia fue el embarazo más largo de la historia, pues el bebé nació catorce meses más tarde. La pareja tuvo tres hijos, y solo sobrevivieron Juan Bautista y Manuela.
Lucio V. Mansilla -sobrino de Rosas- describió esta relación en una biografía sobre su tío: “(…) la encarnación de aquellas dos almas fue completa. A nadie quizá amó tanto Rozas como a su mujer, ni nadie creyó tanto en él como ella; de modo que llegó a ser su brazo derecho, con esa impunidad, habilidad, perspicacia y doble vista que es peculiar a la organización femenil. Sin ella quizá no vuelve al poder. No era ella la que en ciertos momentos mandaba; pero inducía, sugestionaba y una inteligencia perfecta reinaba en aquel hogar, desde el tálamo hasta más allá”.
La pareja llegó a complementarse al punto de que Encarnación actuó políticamente en 1833, cuando su marido combatía a los aborígenes del desierto.
Muchas son las cartas en las que demuestra devoción y se jacta de perjudicar a los opositores. En una de las mismas, llamativamente, trató de prostituta a Ángela Baudrix (viuda de Manuel Dorrego): “No sé si te he dicho que don Luis Dorrego y su familia son cismáticos perros [los rosistas llamaban cismáticos a la facción federal contraria], pero me ha oído este ingrato y si alguna vez recuerda mis expresiones estoy segura tendrá un mal rato; la viuda de don Manuel Dorrego también lo es, aunque en esta prostituida no es extraño” (Carta de Ezcurra a Juan Manuel de Rosas, del 4 de diciembre de 1833).
El 20 de octubre de 1838 Ezcurra murió. Corrió entonces el rumor, alimentados por sus enemigos, de que Rosas se encerró un rato con el cadáver de su esposa, echando llave a la puerta y atracando el postigo. Lloró amargamente y abofeteó cada tanto a dos de sus sirvientes con desequilibrios mentales, preguntándoles por ella.
Se dijo también que no dejó a Encarnación confesarse por temor a lo que pudiese contar. Llegaron a decir que, al llegar el sacerdote, Juan Manuel colocó su brazo bajo la cabeza difunta moviéndola para simular una confesión.
Sobre lo que si tenemos certeza es que los funerales fueron fastuosos, como no se habían visto nunca. Todos fueron obligados a llorarla, imponiéndose un luto durante dos años.
* La autora es historiadora.