Históricamente, rendir ingreso a un colegio preuniversitario formaba parte del calendario anual de la realidad educativa mendocina. Obtener un puntaje elevado en esas pruebas y superar airosamente los obstáculos presentados en las dos disciplinas que se examinaban, significaba comenzar a recorrer el camino de excelencia que cada escuela ofrecía a quienes evolucionaban desde niños y preadolescentes hasta jóvenes, listos para el mundo laboral o para la vida universitaria.
No creo en la tesitura de “todo tiempo pasado fue mejor”; diría, en cambio, que fue diferente; ¿por qué? En primer lugar, hay que destacar que la base para que los niños y jóvenes progresaran de verdad, sin dádivas ni facilismo, era la exigencia: cada uno debía dar lo mejor de sí mismo. Esa exigencia fue norma general, primero para los docentes consigo mismos y, luego, para con su alumnado.
El ingreso no se improvisaba, no consistía en que, cuando el examen se había suprimido, los maestros de los últimos grados mejoraban las calificaciones de quienes iban a presentarse como aspirantes; tampoco implicaba bajar la dificultad de los contenidos para que todo fuera sencillo y para que no resultara aburrido ni obsoleto.
Hoy hay una queja acerca de la falta de comprensión lectora y de desarrollo del pensamiento lógico; para alcanzar un nivel aceptable de comprensión hay que entrenar al estudiante en la lectura sistemática de buen material, con guías para alcanzar una decodificación adecuada. Para ello, hay un elemento esencial: el conocimiento del vocabulario del texto. Ese conocimiento se fortalece con un uso sistemático del diccionario –el gran ausente en el aula–, ese libro, hoy con telarañas, que se llamaba “mataburros, tumbaburros o amansaburros”; ahora, se accede al Diccionario del estudiante y al Diccionario de la lengua española, ambos de la RAE, desde cualquier dispositivo con internet. ¿Por qué es importante que docentes y estudiantes se familiaricen con su uso? Porque podemos conocer, para cada término, su origen, sus varias acepciones, su ortografía y sus sinónimos. Es preciso que el adolescente encuentre el valor de una palabra en su contexto. Hoy reina el caos en el ámbito ortográfico y normativo porque existe una sistemática actitud de que uno y otro son cosas perimidas que a nadie le interesan. La pobreza de vocabulario se evidencia en el uso impreciso de términos y, en su lugar, en el abuso de “comodines’ para expresarse o, peor aún, en el empleo de la fórmula “… y nada”. Respecto de esta carencia sistemática de palabras, nos dice Alicia Zorrilla, voz máxima de la Academia Argentina de Letras: “Al decir ‘nada’, el hablante “no puede decir más porque no hay más. Se niega la realidad por cómodo descontento, se ignora la poesía de cada instante por ceguera espiritual y se acude a la sonoridad de lo insustancial, que es la forma más acabada del silencio de lo dicho”.
Es lógico, entonces, que no haya comprensión lectora simplemente porque no se entiende lo que se lee: faltan formación e información de manera sistemática.
Por otro lado, se alude a la incoherencia y falta de lógica del hablar juvenil: se eliminó la enseñanza de la sintaxis; el análisis sintáctico no simplemente significaba reconocer sujeto y predicado -si se quiere minimizar esta práctica- sino establecer en un texto lo principal y lo accesorio.
Nuestros estudiantes perdieron aquello de la “respuesta completa” sustituida por la “opción múltiple”: solamente se indica con una cruz lo que se considera correcto; el joven no escribe y, por lo tanto, a fin de favorecer la rapidez en brindar el resultado, marca un casillero, de modo de poder realizarse la corrección automática. Ignoramos, pues, la caligrafía y la ortografía del alumno, además de su capacidad de escribir con cohesión y coherencia.
No se premia el espíritu de búsqueda e investigación: ¿para qué, si el celular todo lo puede y, además, la IA todo lo soluciona?
Se buscan causas para este status quaestionis: se ubica en primer lugar la acción negativa de la pandemia, pero, habiendo liderado durante mucho tiempo el ingreso al nivel superior, afirmo que debemos mirar hacia atrás y ver que esto no se improvisó en un día y no fue el resultado puntual de un hecho de salud poblacional; tampoco se puede atribuir este mal rendimiento al carácter complicado de las pruebas: incluyeron lo que debe saber un alumno que egresa del primario. Es preciso, desde los adelantos de este siglo XXI, volver a la excelencia, incorporando las novedades, pero retomando los pilares que hicieron grande la enseñanza en Mendoza y en el seno de la UNCuyo.
* La autora es profesora consulta por la UNCuyo.