Más de una vez hemos escuchado a alguien, cuando habla acerca de otra persona por la que siente especial cariño o aprecio, llamarla “la niña de sus ojos”: ¿qué se quiere decir al emplear esta locución y por qué se la utiliza? Al buscar en el diccionario el vocablo “niña”, nos encontramos con que la octava acepción es “pupila del ojo”; al saber lo importante que es la pupila para el funcionamiento del ojo como responsable de la entrada de luz, entendemos el valor connotativo de la frase que se aplica a una persona por la que se experimenta un singular afecto.
No es la única locución en que el vocablo “niña” adquiere una acepción distinguida; así, si una persona recibe una consideración especial, privilegiada, se dirá que se la trata como a un “niño/a bonito/a”. Pero esa misma frase se aplica a alguien joven que se muestra presumido e insustancial: “No haga caso de sus comentarios porque provienen de un niño bonito”.
Si la locución usada es “niño de la bola”, se pueden significar dos cosas: coloquialmente, se está aludiendo a un niño afortunado, pero, en el ámbito religioso, se está nombrando al Niño Jesús, con la esfera del mundo en sus manos o bajo sus pies.
Para nombrar a un menor que vive en la mendicidad, sin hogar, se habla de un “niño o niña de la calle”. En relación con este valor, se daba también “niño o niña de la doctrina”, como expresión hoy poco usual, para nombrar a aquellos huérfanos que eran recogidos en un colegio, para criarlos y educarlos hasta que, al ser mayores, pudieran aprender un oficio.
Otra locución no muy conocida por los vecinos es “niño o niña bitongo o bitonga”, como forma coloquial, masculina y femenina, poco usada en la actualidad, como equivalente a “persona joven presumida”.
Cuando a alguien se lo llama “niño o niña de pecho”, se puede aludir literalmente a que está aún en la lactancia, pero también, coloquialmente, se puede hacer referencia a quien, por sus cualidades o comportamiento aparenta menos edad que la que tiene.
Existe una locución coloquial, con valor exclamativo, que va introducida por el enfático “qué”. Se trata de “ni qué niño muerto”, como expresión enfática de rechazo o desprecio hacia aquello que se acaba de mencionar: “¡Qué datos ni qué niño muerto!”.
Y si una persona se muestra muy contenta por algo que acaba de obtener, se usa la locución adjetiva coloquial “como niño con zapatos nuevos”: “Estaba feliz con el nombramiento, como niño con zapatos nuevos”.
Cuando algo se apetece con gran ansia y deseo y ello se evidencia en la atención con que mira, se dice que “se le saltan las niñas de los ojos”. Parecida es la locución adverbial “sobre las niñas de los ojos”, usada para ponderar la estimación que se hace de algo o de alguien.
En esta situación de pandemia, nos impacta a todos el estado de “alerta” en que se considera a Mendoza. Y vemos que algunos hablan de “la alerta”, mientras que otros dicen “el alerta”. Y, luego, no saben cómo poner el adjetivo a continuación, si en masculino o en femenino.
El término “alerta” posee diferentes valores.
La etimología nos señala que el origen del término se encuentra en la locución interjectiva “all’erta” que se usaba para poner a los soldados en guardia ante un posible ataque; con ese valor significativo se ha conservado en español en nuestra interjección “¡alerta!”, como aviso de alarma: “¡Alerta! Anda por la vecindad una banda de ladrones”.
De esa interjección, surge el sustantivo “alerta”, del cual averiguamos, a través de la Fundéu, que la última edición del diccionario académico nos lo da con los dos géneros. Lo corroboramos y advertimos que es femenino si tiene el valor de “situación de vigilancia o atención”: “Toman medidas extremas por la alerta meteorológica”. En cambio, puede ser masculino o femenino, en el caso de significar “aviso o llamado para ejercer vigilancia”. Así, entonces, se acepta “Rige desde hoy el alerta rojo” y “Han decretado en esta zona la alerta roja”.
Como puede advertirse, los dos valores están muy cercanos y son admisibles, pero no deben mezclarse los géneros en el caso de colocar artículo y adjetivo: “la alerta meteorológica” o “el alerta meteorológico”, pero no *”el alerta meteorológica” (la colocación del asterisco indica que la construcción no es correcta).
De todos modos, nos dice la Fundéu, si existe duda y no se acierta a distinguir si quiere decir “situación de vigilancia” o “llamada de atención”, se aconseja optar por el género femenino porque siempre es adecuado.
Además, “alerta” puede ser un adjetivo de una sola terminación para masculino y femenino, equivalente a “vigilante, atento”: decimos “guardián alerta” y “cuidadora alerta”. En cuanto a su plural, puede concordar con el sustantivo al que acompaña, como en “espíritus alertas”, o permanecer invariable en número, como en “sentidos alerta”.
Por otra parte, “alerta” puede aparecer como adverbio y ser, por lo tanto, invariable, junto a verbos como “estar, poner, vivir, mantener, continuar, permanecer”: “Permaneció toda la noche alerta, asustado por los ruidos extraños”. “Los habitantes del lugar estaban siempre alerta por el peligro de súbitas crecientes del arroyo”.
En otra época, existió la forma adjetiva “alerto”, pero ha caído en desuso.
Con respecto al sustantivo “alerta”, el diccionario académico registra el significado que toma cuando va acompañado de adjetivos que indican color, siempre de género femenino; así, “alerta amarilla” indica que el peligro por el cual se toman precauciones es de un tono moderado; en cambio, en un grado intermedio, se hablará de “alerta naranja” y se dirá “alerta roja” cuando haya un estado de máxima atención y vigilancia, decretado por una autoridad a raíz de momentos de gran peligro, especialmente ocasionados por catástrofes naturales. Con los últimos fríos, se habló de “alerta violeta”, cuya explicación es que se lanza cuando hay anuncio de temperaturas extremadamente bajas.