La soledad de Argentina en la OEA parece una señal del carácter experimental que tiene la ideología gobernante. Siguiendo la orden de Javier Milei, la embajadora Sonia Cavallo fue la única que, en la sesión del Consejo de Permanente en Washington, se pronunció contra incluir la Agenda 2030 en la Asamblea General que deliberará en Asunción. Al hacerlo, Cavallo dejó tan en claro que actuaba por orden del presidente, que pareció tomar distancia de lo que le habían ordenado.
Ese compendio de 17 objetivos para el Desarrollo Sustentable, aprobado en el 2015 en Naciones Unidas por Argentina junto con 193 países más, está apoyado por todos los países americanos que integran la OEA. Por eso generó incomodidad el posicionamiento argentino (mejor dicho, su cambio de posición). Estados Unidos fue el más explícito en su molestia porque su representante, Frank Mora, se encargó de hacérselo saber a su colega argentina.
Para Milei, la Agenda 2030 es obra del “marxismo cultural” y debe ser combatida. ¿Por qué? Porque promueve la educación de calidad para toda la sociedad, la reducción de desigualdades, la igualdad de género. Promueve además la lucha contra el hambre, contra el cambio climático, contra la contaminación del agua, llamando a procurar trabajos dignos para todos e instituciones sólidas para que puedan alcanzarse esos y demás objetivos fijados por la ONU.
Llamar a eso “marxismo cultural” exhibe el dogmatismo del presidente argentino. Pero si el marxismo hubiera hecho un aporte sustancial a esta agenda, eso no la hace despreciable. Al contrario, sería “una buena” del marxismo, que si bien aportó instrumentos válidos en muchos ámbitos, es otro compendio de dogmas ideológicos que generó fanatismo y causó mucho daño en los países que se proclamaron marxistas.
Cada objetivo de la Agenda 2030 es valioso en sí mismo. La suma constituye un avance en la conciencia de la humanidad. Sólo lo descalifican los negacionistas del cambio climático y los ultraconservadores (que también son negacionistas), entre otros extremismos que abogan por la desigualdad social y se oponen a la aceptación de la diversidad sexual y otros avances hacia una sociedad más amable y menos cruel, prejuiciosa y segregativa.
Para ese conservadurismo rabiosamente des-igualitarista, todo lo que se oponga a su mirada del mundo es eso que describe como una maléfica conspiración: el “marxismo cultural”.
La extensión del dogmatismo a otras áreas hacen recordar ahora, cuando el país busca a un niño presuntamente secuestrado para ser vendido, a Javier Milei diciendo que la libertad para comprar y vender órganos debería extenderse hasta la libertad para comprar y vender niños. Esas posiciones negligentes y extremistas, plenas de una insensibilidad cruel, cobran perspectiva ahora, cuando la búsqueda del niño se ve limitada por la falta de recursos que padecen organismos como los que luchan contra la trata, porque fueron desfinanciados por el gobierno libertario.
Mientras estas desolaciones ocurrían en Argentina, el presidente viajaba por Europa recibiendo condecoraciones y regalos a medida de su ego, como el cuadro con su retrato de cuatro metros de alto de que le obsequió una organización ultraconservadora y parece diseñado por expertos norcoreanos en propaganda y culto personalista.
Antes lo había condecorado Isabel Díaz Ayuso frente a la evidente incomodidad de la dirigencia del PP, que habló del “populismo faltón” y aclaró que la dirigente madrileña actuaba por su cuenta, “incluso al margen del interés de su propio partido”.
Este nuevo paso de Milei por Madrid resultó más políticamente rentable a Pedro Sánchez y a todos los que cuestionan a Díaz Ayuso, que a ella misma.
También Milei cosechó más críticas de todo el arco político español por reincidir en su activismo invasor. Sólo la extrema derecha despechada porque Díaz Ayuso les quitó al ídolo para seguir robando votantes a Vox para ser ella la que gatille al argentino condecorado que dispara ráfagas de insultos a Sánchez, y para sentar diferencias con la dirigencia del PP.
La política exterior argentina está determinada por las furias y fobias del presidente. Parece empeñado en construir imagen de líder global como cruzado contra los “zurdos”, y garroneando un Nobel de Economía a través de voceros obsecuentes y por su propia boca.
La política exterior de Milei es él mismo. Por eso el comunicado sobre la asonada golpista en Bolivia, que debía limitarse a repudiar todo intento de golpe de Estado, añadió una aclaración innecesaria que parece dirigida a Luis Arce: los gobierno “se cambian en las urnas”, incluso sin son “malos” y “no gustan”.
Aclaración de la misma estofa que ese lugar común del izquierdismo bobo, que consiste en anteponer a cualquier reconocimiento de calidad de la literatura de Vargas Llosa, la patética aclaración “aunque no coincido con sus ideas políticas…”
*El autor es periodista y politólogo