La producción de conocimientos y la democracia

¿Cómo se construye el conocimiento y que relación tiene con las instituciones de la democracia?

La producción de conocimientos y la democracia
El 2023 parece ser el año de la Inteligencia Artificial y ahora dan el salto a los buscadores de Google y Microsoft.

Se asegura que transitamos de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento. Si bien el conocimiento resulta de datos e información, supone más que la mera acumulación de la última. Requiere el trabajo humano, y pronto de la inteligencia artificial, para generarlo.

El conocimiento está en la base de todas las relaciones sociales, productivas, culturales y desde luego políticas. Podemos reconocer diversos tipos de conocimientos, cuyas dinámicas evolucionan al ritmo del tiempo social.

Una primera distinción es entre el conocimiento científico y el conocimiento común o vulgar. El primero - más prestigioso, lo que no supone que sea siempre el más acertado- reconoce modos y transformaciones diversas. Se presenta como un conjunto de datos verificables apoyados en evidencias y formalizados en teorías científicas. En su dinámica durante décadas se privilegió la especialización, que estudiaba un campo en profundidad, con abstracción de cualquier otra disciplina. Un avance lo plantea M. Gibbons y otros en su libro: “La nueva era de producción del conocimiento”; donde se presentan el modo 1 tradicional; y el modo 2 interdisciplinario que atiende a un contexto social y científico ampliado. Hoy se habla de un tercer modo: un paradigma capaz de convertir a las universidades, los centros científicos y de innovación en agentes de un modelo de desarrollo inteligente, solidario y sustentable.

Atendiendo a su dinámica, es indispensable Thomas Kuhn y su libro “Las estructuras de las revoluciones científicas” que devela como cambian los paradigmas científicos. Entiende por paradigma aquel conjunto de conceptos que sirve de modelos para otros casos similares.

Las últimas e irreversibles transformaciones operadas por la pandemia del covid19, nos llevaron a revalorizar el rol del conocimiento científico en la formulación de políticas públicas. Sin embargo numerosos científicos se sienten ignorados e incluso descartados por los políticos y el público. No podemos desconocer que por su vinculación institucional y la pervivencia del modo propietario del conocimiento se hace necesario de un análisis crítico, y principalmente se requiere de científicos y sus instituciones un aumento significativo en el análisis y comunicación de riesgos.

Pasando al conocimiento común, Daniel Kahneman, recibió el Nobel por integrar aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica, relacionándolos con el juicio y la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre. Afirma que se pueden tomar decisiones en base a dos tipos de pensamiento distintos: el sistema de pensamiento rápido, y el sistema de pensamiento lento. El primero, el más difundido y aplicado, es el de las respuestas automáticas, lo que hacemos sin análisis ni reflexión. Se apoya en la intuición y no consume mucha energía. Como dice el tango “no pensar, ni equivocado”, lo que nos brinda una sensación de falsa seguridad.

En tanto el segundo sistema genera respuestas conscientes, pero lentamente, insume más tiempo cuando más profunda y amplia es la reflexión. Implica un gasto mayor de energía, y está lejos de ser el más difundido, si consideramos el total de las acciones humanas.

Información y conocimiento son dos componentes indispensables del poder en los tiempos de la nueva globalización. Donde democracia, autocracia, izquierdas, derechas, estabilidad y crisis están en cuestión: hasta las últimas décadas del siglo pasado conformaban parte del libreto de las antiguas ideologías de la sociedad industrial, hoy son claramente insuficientes.

Hay que reconocer que lo que se piensa y lo que se dice están condicionados también por la estructura social, pero no es inocuo, tiene peso y predetermina actitudes. Lo que se dice constituye hechos que adquieren vida propia, independientemente de las conciencias individuales, de lo que los receptores del discurso puedan atribuirles. Conforman la agenda de lo supuestamente importante y de aquello a lo que se debe atender. El discurso social puede y de hecho, generalmente transita fuera de la realidad social.

Importa por lo que se supone que dice, pero mucho más por lo que silencia, por lo que excluye de la óptica social. Ordena lo que hay que hablar y lo que debe mencionarse. Incluye temáticas específicas para cada contexto, géneros y modalidades expresivas socialmente aceptadas y de los tabúes. Imponiendo una muy pobre “visión del mundo”, que determina lo global, la pertenencia, incluso la identidad.

Impone también el modo de decir. El discurso social se apoya en el pensamiento rápido que domina nuestra sociedad y distorsiona la democracia que no elige, sino que sólo opta por un menú predeterminado de “representantes” que lejos de interpretar sus intereses sirven a patrones ideológicos, corporativos o a si mismos. Se estima que solamente un 10% de la población está en condiciones de distinguir la verdad de la mentira y eso se ha instalado en las redes sociales, los multimedias y la información pública.

Si se pretende que la democracia y sus instituciones desarrollen políticas públicas más eficientes, es cada vez más necesario que se articulen sobre evidencias científicas. No sólo la legislatura, sino y fundamentalmente el ejecutivo y sobre todo la justicia.

* El autor es Licenciado en Ciencias Políticas. Doctor en Historia. Dirige en Centro Latinoamericano de Globalización y Prospectiva.

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