La rabia acompaña al hombre desde tiempos inmemoriales aunque recién en el siglo XVI fue descrita por primera vez. La labor estuvo en manos del médico italiano Girolamo Frascatoro, quién señaló: “… su incubación [tras la mordedura del animal rabioso] es insidiosa: la infección tarda en aparecer de 20 a 30 días, si bien, en algunos casos, se posterga hasta varios meses y, muy raramente, hasta un año. Cuando la enfermedad se manifiesta, el paciente no puede permanecer de pie ni tumbado, cada vez está más agitado, se araña y tiene una sed insoportable. La sed es angustiosa porque el enfermo rehúye el contacto con el agua (y cualquier otro líquido) y prefería morir de sed antes que beber o acercarse a cualquier líquido. Llegado a este estadio, la persona se vuelve rabiosa, mordiendo a otras personas, comienza a expulsar espuma por la boca, tuerce los ojos de modo dramático hasta que finalmente cae en un estado comatoso y expira”.
La rabia fue un verdadero flagelo en las ciudades del siglo XIX, dónde los perros salvajes se movían en jaurías sembrando terror. Mendoza no fue la excepción.
El 10 de marzo de 1885 Diario Los Andes publicó: “El Domingo a la tarde hubo de ser víctima de un perro rabioso un individuo de apellido Zambrano. Éste transitaba tranquilamente (…) al llegar frente al antiguo templo de San Agustín, se vio de improviso acometido por un rabioso animal, que con la mayor furia le despedazó completamente el poncho, pero sin ocasionarle mordedura alguna, gracias al amparo que le proporcionaron algunos escombros donde logró subirse y ponerse a salvo de tan terrible enemigo. El perro fue perseguido por varios individuos que concurrieron al lugar del suceso, logrando darle muerte en las cercanías del Zanjón”.
Pero, como era de esperar, no todos lograron escapar a las fauces de la rabia con éxito. Meses más tarde el mismo diario informó: “Hidrofóbico – Con motivo de que no es posible sujetar en los accesos de rabia que acometen al desdichado individuo J. Méndez, que se encuentra atacado de esta terrible enfermedad en el hospital, se ha resuelto tenerlo atado para evitar alguna desgracia que pueda ocasionar. Sabemos que hace cinco días que no recibe alimento de ninguna clase, y lo único que solicita es que lo desaten. Es muy probable, que por lo avanzado de la enfermedad, muera de un momento a otro”.
La muerte de Méndez se produjo al día siguiente, no hubo detalles al respecto, sólo se informó del deceso y la causa. Aunque según las crónicas fue víctima de la mordedura de un mono, las políticas sanitarias de entonces se centraron en los perros, a los que se trató con mucha crueldad y se buscó eliminar con el uso de albóndigas envenenadas.