La degradación del planeta de la mano del hombre, si bien muy tangible, resulta aún más clara cuando se analizan datos. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) de Naciones Unidas clarifican esta depredación: el aumento de la temperatura promedio de la Tierra en más de 1°C desde la era preindustrial; 2.000 millones de personas viven en países que sufren alto estrés hídrico; para 2030, 700 millones de personas podrían ser desplazadas por escasez intensa de agua; los desastres climáticos se cobraron la vida de aproximadamente 1,3 millones de personas entre 1998 y 2017; la acidificación de los océanos aumentó un 26% desde la era preindustrial; la degradación de los suelos afecta una quinta parte de la superficie terrestre y la vida de 1.000 millones de personas; el riesgo de extinción empeoró un 10% en los últimos 25 años; unas 290 millones de hectáreas de bosque nativo fueron deforestadas entre 1990 y 2015; un 7% de las enfermedades infecciosas son generadas por vectores animales, causando más de 700.000 muertes anuales.
Habiendo trascendido la tragedia global del Coronavirus, es imperativo analizar nuestra relación con los ecosistemas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una zoonosis es una enfermedad infecciosa que ha pasado de un animal a humanos a través de bacterias, virus, parásitos o agentes no convencionales, que se propagan a los humanos por contacto directo o a través de alimentos, agua o medio ambiente. Representan un importante problema de salud pública mundial debido a nuestra estrecha relación con los animales de granja y domésticos, y el entorno natural. Las zoonosis también pueden causar alteraciones en la producción y el comercio de productos de origen animal destinados a la alimentación y otros usos, e incluyen un gran porcentaje de las enfermedades nuevas y existentes en los humanos.
La entropía en salud es la tendencia irreversible de los seres vivos a alcanzar su estado más probable: enfermedad y muerte, porque instintivamente vivimos en el caos, el desorden y la desorganización. Somos de ADN y ARN que conllevan la información necesaria para nacer, desarrollarse, reproducirse y morir, al igual que en nuestros convivientes: los virus, productores de enfermedades letales; especialmente, los más modernos como HIV, Gripe A, Coronavirus y Dengue, que son de ARN y usan el ADN propio y del ser humano. En este sentido:
1) Los animales de un mismo ecosistema sirven de huéspedes para que estos gérmenes cumplan el postulado (también entrópico) de nacer, desarrollarse y reproducirse.
2) Los virus, bacterias, hongos y organismos intermedios huéspedes de los animales a los que se les quita el hábitat, son trasladados a otras latitudes, provocando la aparición de enfermedades y muertes que no eran esperadas.
3) Siendo entrópico, el ser humano se desarrolla, se traslada, sobrevive, produce, domina a sus congéneres, generando caos y desorganización.
Por su parte, la neguentropía se ejerce desde el sistema sanitario para organizar y disminuir el caos y los costos marginales, esos recursos monetarios y no monetarios no presupuestados para estas enfermedades. En esta línea, surge la medicina climática, estudiando la conexión entre la salud y el cambio climático; y cómo afecta la manera en que respiramos, nos alimentamos y vivimos: la contaminación del aire genera más gases de efecto invernadero, exacerbando crisis asmáticas; el aumento de las temperaturas extiende el territorio y la vida de los mosquitos, trayendo Dengue y Zika; las sequías y fenómenos climáticos extremos afectan la producción y disponibilidad de alimentos, así como pueden provocar desplazamientos forzados y traumáticos, afectando el bienestar emocional (Markov, 2024).
Recientemente, la OMS ha presentado un enfoque integrado que pretende equilibrar y optimizar de forma sostenible la salud de las personas, los animales y los ecosistemas: “Una Salud”, reconociendo que la salud de las personas, animales domésticos y salvajes, plantas y medio ambiente están estrechamente relacionados y son interdependientes. Así, la colaboración entre sectores y disciplinas contribuiría a proteger la salud, afrontar retos sanitarios como la aparición de enfermedades infecciosas, la resistencia a los antimicrobianos y la seguridad alimentaria, y promover la salud y la integridad de nuestros ecosistemas. Esta vinculación ayudaría a abordar todo el espectro del control de enfermedades y contribuir a la seguridad sanitaria mundial, con la posibilidad de aplicarlo a distintos niveles; basado en gobernanza, comunicación, colaboración y coordinación eficaces para avanzar hacia soluciones equitativas y holísticas.
Al fin, el mundo se distingue, cada vez más, por su alta conflictividad sobre recursos naturales, guerras, incendios, inundaciones, entre otras catástrofes. El riesgo ecosistémico y la supervivencia misma están en jaque, y nos encontramos a contrarreloj… ¿hasta cuándo vamos a mutilar los ecosistemas, nuestros soportes vitales, y cuándo seremos más neguentrópicos?
* Guillermina Elias es doctora en Relaciones Internacionales y especialista en política ambiental. Trabaja e el IANIGLA-CONICET Mendoza.
* Orlando G. Elias es médico especialista en administración de salud.