Esta semana terminó la primera parte y comenzó la segunda parte del gobierno conducido por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, habiendo nombrado ésta para manejar el gobierno nacional al ministro de Economía Sergio Massa sin por ello quitarle los atributos formales de su cargo al presidente Alberto Fernández.
Una gran simulación política por parte de quien siempre consideró que las instituciones de la República son de plástico y que su misión es moldearlas a gusto. Con el gobierno lo viene logrando hace dos años y medio aunque no por ello haya podido hasta ahora hacerlo funcionar. Con la Justicia hace mucho más que se lo propone, desde aquella democratización partidaria que impulsó cuando era presidenta hasta la Corte infinita que hoy desea instalar. Pero en la Justicia las cosas no le han salido nunca, salvo en cuanto a entorpecimiento y demora de las causas contra suya.
Sergio Massa, por su lado, tiene en claro (y además eso era lo que quería) que asumió una especie de presidencia alterna pero hasta ahora parece no tener la menor idea de qué hacer con ella. Por eso fue tan grandilocuente la puesta en escena de su asunción, para así disimular la pequeñez de las propuestas que tiene en carpeta.
Todo fue un enorme simulacro despegado de la realidad, con los participantes de la puesta teatral cantando, festejando y riendo a ultranza y sin decoro, mientras los espectadores se preguntaban: ¿de qué se reirán éstos?.
La despedida de Massa de la Cámara de Diputados pretendió ser la imitación de una Asamblea Legislativa donde los diputados de la mayoría le ceden el mandato del Poder Ejecutivo a alguien que no ejercerá de presidente pero que será más o menos lo mismo porque en la Argentina actual quien de verdad manda está en otro lugar, como todo el mundo sabe.
La asunción ministerial de Massa en la Casa de Gobierno pretendió ser la imitación del traspaso de los atributos formales de mando donde el presidente se los cede al ministro de Economía, mientras los partidarios de éste cantan alborozados: “Borombombóm, borombombóm, somos el Frente Renovador”, instigados por Malena Galmarini, la nueva Evita cheta del conurbano paquete.
En tanto, como una Gran Hermana que todo lo ve pero a la que nadie ve, Cristina Fernández observaba las funciones de títeres parapetada en su despacho del Senado o en su recoleta residencia particular. Ya había impartido su bendición cuando recibió en sus oficinas legislativas a Sergio Massa en una gran mesa donde la ungidora y el ungido aparecían separados en una punta y la otra, como simbolizando la gran distancia que existe entre ambos.
En fin, que aún en la mencionada forma patética que detallamos, las formalidades institucionales del traspaso de mando se cumplieron todas.
A partir de allí comenzó la nueva saga de Sergio Massa a ver si puede salvar aquello que los que ahora lo convocan estuvieron a punto de destruir, aunque él también fue parte de la destrucción en estos dos años y medio desde que volvió a los brazos de Cristina a cambio de devenir el político menos creíble del país. Imagen negativa que anhela revertir si las cosas le van medianamente bien, o al menos no tan mal como vienen viniendo.
En las teatralizaciones del figurado traspaso de mando, basta con observar los asistentes a los actos para ver las potencias y las limitaciones de Massa. Tiene algunos pocos políticos propios que cantan como si hubieran ganado la presidencia precisamente porque son personajes muy insignificantes. Y tiene algunos empresarios cercanos, generalmente gente a la que le va mejor o peor según las regulaciones que logran obtener o no de los gobiernos para sus empresas. El resto del peronismo mira expectante, salvo el ala izquierda que amaga con alejarse un poco pero sin irse del todo. Y la oposición critica, salvo algunos amigos que Massa supo hacer con su simpática e insustancial verborragia.
Todos los que lo apoyan esperan, sin decirlo, que el principal defecto del nuevo ungido puede ser su principal virtud. Vale decir, que ese inmortal nombre con que Mauricio Macri caracterizó a Massa, el de “ventajita”, pueda ser el sostén de la viveza criolla necesaria que muchos piensan se necesita para empezar a salir de esta encerrona. Habrá que ver, aunque por ahora lo que mostró de su programa económico y los funcionarios que propuso, aparecen tan mínimos e insuficientes como la mise en scène que montó para darle algo de cobertura simbólica a su designación.
En la misma semana aparecía otra remake: el de un impresionante juicio oral y público hacia un grupo de funcionarios y empresarios donde sobresalen Cristina, Máximo y Lázaro Báez. Que muchos críticos compararon (por su gran magnitud y significado) con el inicial juicio de la democracia a la Junta militar de la dictadura, con la diferencia que allí se juzgaba el genocidio y acá se juzga la corrupción. Mientras que, por el lado oficial, no faltó quien equiparara este juicio y su fiscal con otro fiscal: Alberto Nisman. Como una especie de amenaza, sabiendo lo tenebroso que es comparar al fiscal actual con aquel otro que finalizó muerto cuando acusaba al mismo poder político que se investiga hoy.
Por su lado, el clima que quiere crear el gobierno es el de una persecución política feroz hacia Cristina Kirchner por parte de la Justicia (comandada por la Corte Suprema), los medios de comunicación no oficiales y el poder fáctico que buscan poner presa a la liberadora de la Nación y su familia. precisamente por eso, por liberadora.
La idea es deslegitimar cualquier fallo contra Cristina por más pruebas que se presenten. Sólo se aceptaría (y eso aún está por verse) que la prueba fuera la de capturar al acusado infraganti como ocurrió con José López y sus bolsos. Menos de eso nada es admitido, como hacen con Amado Boudou que aunque lo hayan hallado culpable 16 jueces de todas las instancias, aun así el oficialismo lo sigue considerando inocente y lo glorifica.
En fin, aunque los expedientes judiciales griten pruebas indiscutibles contra los políticos y empresarios acusados, el poder oficial en pleno decidió negar y combatir esas contundentes certezas. Mientras tratan de reconstruir su hasta ahora fallido gobierno, intentarán deconstruir o hacer desaparecer lo mucho o poco que queda de justicia en la Argentina.
Sin embargo, no les queda mucho tiempo y no parecen tener ni la fuerza ni la importancia ni la magnitud ni la entidad suficientes para tan desmesuradas tareas.