Si hay algo que debe reconocérsele a Javier Milei desde que asumió la presidencia, es su capacidad para imponerle la agenda que quiere al resto de la política y la sociedad. Su estilo frenético, imparable y vertiginoso de conducir, lo lleva a estar siempre en el centro de la escena. Por eso, lo que ocurrió este martes con la movilización universitaria, es un hecho inédito en el nuevo gobierno: la primera vez en que le ganaron la agenda a Milei y la sociedad miró mucho más a los universitarios que al presidente, quien además no se quedó callado, sino que intentó retener la agenda pública con una cadena nacional y un desaforado discurso tipo stand-up (monólogo humorista en vivo) en una cena liberal. Pero en esta ocasión, por primera vez, perdió.
Es que Milei no entendió que la marcha no fue como las anteriores del sindicalismo basadas en micros y organización, sino que fue una acción espontánea que sorprendió a propios y extraños. En ese sentido el clima de fastidio contra la decadencia permanente que lo hizo llegar al poder al libertario, es el mismo que impulsó esta movilización, luego de 20 años de conservadurismo kirchnerista a la que el macrismo (en su breve interregno) no pudo alterar. Pero además de formar parte del mismo clima que gestó a Milei, también es una protesta exitosa contra las limitaciones reales, los excesos verbales y los ajustes excesivos que en política educativa viene demostrando este gobierno.
No nos engañemos, la universidad en una sociedad corporativa participa de similares defectos al de las demás corporaciones, pero a la vez, la educación superior argentina (en el país que lideró la educación latinoamericana durante más de un siglo y que además de la ley 1420 produjo una reforma universitaria que fue inspiración para todo el resto de nuestro continente) tiene en la universidad pública a la institución más valorada por la sociedad (casi la única más valorada que lo contrario) pese a las burocracias corporativas que la acosan desde adentro. Y a los gobiernos que, desde afuera, las quieren usar o despreciar en vez de potenciarlas o mejorarlas. Además, tampoco se puede desconocer que la universidad argentina sigue generando muchos nichos de excelencia a los cuales una buena política debería tratar de generalizar y no dejarlos dispersos o aislados como están ahora. Lo que quizá falte es una nueva reforma universitaria con el mismo espíritu pluralista y autónomo de la de 1918 pero con los contenidos adaptados al nuevo tiempo, a la sociedad tecnológica que requiere de una educación acorde a los avances científicos.
Fue tan vertiginoso el cambio social que colocó a Milei en la presidencia, que aún son muchos los argentinos (sino casi todos) que están tratando de entender las significancias de esa transformación, sus sustratos profundos. Pero este martes fue Milei el que pareció no comprender una de las nuevas expresiones del mismo clima que lo gestó a él. Con su lógica anticorporativa puede haber leído los defectos corporativos de la universidad, y eso está bien. Pero lo que no está bien es que esa lectura se nutra tanto también de prejuicios ideológicos. Así como los K querían a la universidad como expresión académico partidaria de sus políticas de gobierno (una pérdida de la autonomía de hecho, sobre todo en las nuevas universidades creadas por y para el peronismo) y de cooptar partidariamente a los claustros, Milei aceptó como cierta y plenamente realizada esa intención kirchnerista y se puso a luchar contra ella, ni siquiera buscando la pluralidad supuestamente herida, sino desfinanciándola, despreciándola como refugio de “zurdos“ y sacándole todo prioridad cuantitativa y cualitativa. Cuando la realidad es que los K efectivamente intentaron transformar a la universidad en un coto cerrado de sus militantes aunque solo lo lograron parcialmente en algunas facultades. Pero la universidad -en su sentido general- siguió siendo universidad (en el sentido de universal) a pesar de tantas políticas -internas y externas- que la incluyeron en la decadencia general de la nación.
Aprovechando el clima gestado por la impresionante movilización, en vez de enfrentar dogmas versus desprecios, podría encararse el debate sobre la universidad que necesitamos. Posiblemente, la discusión sobre la gratuidad universitaria debería dejarse para el futuro, porque encararla ahora polarizaría tanto que acabaría con cualquier otro debate que permita transformaciones posibles. Acá hay una cultura de la gratuidad directa (porque indirectamente nada es gratis) que viene desde lejos (muy entremezclada con la cultura del radicalismo) y ha penetrado mucho en la vida universitaria. Pero sí se deberían discutir muchas otras cosas, como si no es más productivo mejorar las universidades existentes en vez de crear otras nuevas que a poco de andar participan de los mismos defectos de las anteriores, incluso agregándoles nuevos defectos por su partidización evidente. También deberían plantearse alternativas al ingreso irrestricto (que no es ni debe formularse como dogma) que nos hace ser uno de los países donde más alumnos entran en la educación superior pero uno de donde menos graduados salen. Postular también una autonomía que no fomente el corporativismo y una mayor integración con el resto de la sociedad, entre tantos otros temas. Ni que decir del tema de ampliar todo lo posible las auditorías internas y externas.
Sería un error creer que la marcha del martes lo que hizo es enfrentar un dogma sobre la sagrada educación impoluta versus un gobierno cuyo referente principal no tiene en claro ni siquiera el significado de la universidad. Porque no se puede negar que el ideologismo se intentó imponer en estos últimos 20 años por sobre el pluralismo. Nada menos que el vicerrector radical de la UBA dijo que no se puede ser universitario y mileista. La política partidaria ha penetrado mucho más de lo que debería (que no es lo mismo que “política” en su sentido más elevado, que es una cosa buena que conviva en los claustros) y la ideología es algunas casas de estudio es asfixiante. Lamentablemente, ante eso Milei no tiene por ahora más respuesta que considerar a las universidades como nido de ratas (tal cual gráficamente acusó al Senado), en este caso ratas marxistas.
Pero eso es un debate superestructural. No es lo que ocurre en el imaginario social de la inmensa mayoría de los argentinos (desde esa perspectiva hay que hacer la lectura principal de la marcha del martes) que pese a todos los terremotos sociales y políticos ocurridos durante las últimas décadas y de la crisis institucional que también afecta a las universidades, han salvado a las mismas como la última utopía posible para el progreso social. Algo que seguramente se incrementó mucho más desde que fue desapareciendo la movilidad social ascendente de la clase media, donde no solo el estudio hacía progresar, sino que también el trabajo, el esfuerzo y el mérito dignificaban y lograban que cada generación viviera un poco mejor que la anterior. Ahora casi el único ascenso social posible es el que se da por vía de la política. Y no solo por corrupción sino también porque desde allí se generan influencias que en otro lado ya no existen, puesto que se trata de un micromundo donde se mantienen privilegios que el resto de la sociedad ha perdido. Que el ascenso social sea el de los miembros de la clase política y poco más, es una deformidad institucional y social gravísima. Millones de personas se afiliaron a los partidos políticos en1983, y de allí surgió una nueva elite dirigencial cuyos miembros pudieron salvarse de las crisis económicas que ellos misma provocaron haciendo de la actividad política un blindaje contra el retroceso social del que careció el resto de la sociedad. Así se fue formando la casta. Es legítima la denuncia de Milei y por eso la sociedad en su inmensísima mayoría la comparte. La política devino un sector privilegiado, tanto en los corruptos como en los que no, en una de las pocas carreras laborales que no vio coartado el ascenso que se eliminó en casi todas las demás carreras.
Y en el criterio de muchísimos argentinos, ya ni siquiera, como antes, la educación primaria y secundaria permite mejorar mucho, pero la universidad todavía hace pensar a los padres que sus hijos allí aún tendrán una chance. Quizá terminen de taxistas como finalizan muchos graduados universitarios, pero la posibilidad de ascenso es mucho más con título que sin título, en comparación con las posibilidades de ascenso del resto de la sociedad. En la universidad, equivocados o no, los argentinos ven a una sobreviviente de esa identidad masiva de sociedad de clase media que tienen todos los sectores inclusos los más pobres que no llegan a ser económicamente clase media. Es el estado mental general de la sociedad argentina, aunque la realidad esté arrojando cada vez más clase media hacia la pobreza. Cosas que no ocurren en el resto de América Latina.
El kirchnerismo intentó copar la universidad ideológicamente, pero se interesó en ella. La halagó. El mileismo hasta ahora solo demostró desinterés o peor, la trató como el territorio del que el enemigo se ha apoderado. Entonces la ignoró programáticamente, la condenó conceptualmente y la intentó desfinanciar, incluso más que a otras instituciones. Y la que reaccionó no fue la casta universitaria (o al menos no lo hizo más que el resto de las corporaciones tratando de que le sacaran los menos privilegios posibles). No, los que reaccionaron son los pibes universitarios, los profes que enseñan y los padres que están preocupados. Desde esas perspectivas concurrió a la marcha la inmensa mayoría de los que asistieron. Está claro que la política tradicional intentó colgarse, en medida superlativa el kirchnerismo, que por sí solo no podría ni haber juntado, en el mejor de los casos, un 10% de esa misma gente. Coparon casi en un 100% los discursos en el palco de la Capital Federal, pero coparon en poco y nada los espacios de la plaza. El palco fue de la casta en versión universitaria (casi toda sindical) pero las calles fueron de la gente común que aún mantiene la utopía educativa y ve a la universidad como su pico máximo y la única esperanza concreta de ascender por fuera de la política. Es la gente pidiendo progresar por un camino diferente (e infinitamente más legítimo, o digamos infinitamente más productivo) al camino por el cual progresa la casta. Ese es el espíritu multitudinario de la marcha del martes.
Aclaremos que en Mendoza no fue lo mismo que en Capital Federal. Acá hubo más espíritu universitario que otra cosa, sin colgados políticos. Y paradójicamente, en las tierras prometidas de Milei -Mendoza y Córdoba- donde el libertario ganó por mayor proporción que en el resto del país, los convocados a la marcha universitaria fueron también proporcionalmente mayores a los del resto del país.
Aunque se critique corporativamente a la universidad y aunque se critique políticamente a Milei, es imposible desconocer que ambos fenómenos, la marcha triunfante y el triunfo del anarco libertario, son hijos de la misma época aunque sean expresiones diferentes y hasta quizá paralelas. Pero no es el pasado contra el futuro, es el presente contra el presente intentando dirimir el sentido del futuro. Milei ganó inesperadamente y la marcha ocurrió inesperadamente. Nadie pudo prever ambos fenómenos, ni los beneficiarios ni los perjudicados. Podía parecer más sensato imaginar que la primera reacción contra el ajuste de Milei ocurriría por el tema de las tarifas cuyo aumento al hacerlo en tan poco tiempo y en medio de un ajuste brutal, parece irracional, pero ocurrió por un lugar impensado. La universidad cooptada por el kirchnerismo y despreciada por el mileismo salió multitudinariamente a las calles para pedir que no se metan con ella. Lo cual está bien pero sólo en parte, porque hay que meterse con ella para mejorarla sustancialmente, pero no meterse como lo hicieron hasta ahora. Milei no entiende a la criatura que fue engendrada por el mismo embarazo de donde proviene él, y en ese sentido esta vez él fue más casta que pueblo, aunque haya ganado por expresar a una mayoría popular contra la casta. Es que al menos hasta ahora Milei no entendió a esa “causa noble” (él para rebajarle el precio le dice “causa que suena a noble”) que se encargó de provocar innecesariamente por puro prejuicio ideologista. Lo contrario pero en el fondo el mismo prejuicio que el kirchnerismo. Si ambas vertientes intentaron utilizar a la universidad, el martes la sociedad les dio un mentís rotundo. La gente movilizada no defendió la universidad tal como está (algunos quizá si, otros -la mayoría- seguramente no) sino lo que debe ser, su misión, su sentido. Pero ocurre que le corresponde a la política, en tanto dirección y representación de la sociedad, empezar a impulsar la resignificación de su misión y su sentido. Y para eso debe inspirarse en los mensajes de la movilización de esta semana. Si no se quiere que este último bastión de refugio del imaginario popular de ascenso social, también caiga y con él toda esperanza.
En fin, que en una sociedad abrumada de pasado, de repeticiones cíclicas infinitas, en los últimos trepidantes e intensos meses ya tenemos dos cosas nuevas para entender, que no parecen venir de nuestras reiteraciones permanentes, sino de los deseos (aún rústicos e incipientes) de las mayorías sociales en democracia que buscan un cambio profundo de país: uno, interpretar qué significa el fenómeno Milei, qué de nuevo trae consigo más allá del personaje. Y ahora, interpretar esta nueva realidad que instaló en el debate público la marcha universitaria, como en su momento lo hicieron las movilizaciones por la 125 que instalaron un nuevo actor social que hasta aquel entonces no pisaba fuerte en la política, aunque aportaba recursos sustanciales a la economía. Hoy quizá haya reaparecido otro actor social, el principal históricamente de la Argentina histórica, una clase media (real o aspiracional) que levante las banderas arriadas por tantos años de decadencia y desesperanza. Una clase media que no se apoye solo en la ira contra el pasado y la dirigencia, sino principalmente en la esperanza de ser nuevamente quien fije la impronta de nuestra sociedad en nombre de la educación popular.
Ojo, no quiere decir que sean los mismos los que apoyan a Milei que los que apoyaron la marcha universitaria, pero tampoco son unos versus los otros como quieren hacerlo ver los que se colgaron de la movilización por un lado o, por el otro lado, Milei cuando habla de la marcha de los zurdos. Hay claramente transversalidad, algunos ciudadanos se superponen, otros no. Pero ambos parecen expresar fenómenos nuevos de lo público.
Tanto Milei como nuestra universidad son susceptibles de muchísimas críticas, pero acá no se trata tanto de querer ni de odiar, sino mas bien de comprender. A las motivaciones de una clase media acosada, claro. Pero en particular a Milei, un hombre al cual es muy difícil querer porque él no parece amar a casi nadie, más allá de sí mismo. Pero tampoco es sencillo odiar a un hombre, al cual, por ejemplo, siete de cada diez mendocinos depositaron sus esperanzas de cambio. Empezar a entender y después -tal vez- odiar o querer, sería un consejo prudente en este tiempo de tantas imprudencias y de tantos apuros que siempre nos conducen al mismo lugar, al mismo callejón sin salida. Que esta vez lo nuevo sea realmente nuevo. Aunque ser nuevo no implica necesariamente ser mejor, pero sí que abra la puerta de ingreso a una transformación social positiva, imposible de concretar en una sociedad corporativamente tan conservadora, aislada y cerrada como aquella que gestaron los gobiernos anteriores, en particular el populismo kirchnerista, expresión acabadísima de la casta y las corporaciones a su máximo extremo.
Milei debería entender que es valorado no tanto por sí mismo o por sus estrafalarias ideas, sino porque la gente lo vio como el más capaz para enfrentar a la casta y a las corporaciones. Que se dedique entonces a reformarlas profundamente a ellas, en vez de meterse con los que sólo quieren una educación mejor para superarse en la vida, que son la mayoría de los argentinos. Infinidad de los cuales marcharon por ese reclamo justísimo el martes.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar