La Tolerancia es la base intelectual de la Civilización

La cuestión que nos debe preocupar es cuando se incentiva la polarización entre el grueso de la población como tribus diferentes sin una historia y un destino común.

La Tolerancia es la base intelectual de la Civilización
Encuentro. Compartir con un otro requiere límites y tolerancia.

La tolerancia es según el diccionario de la lengua española “respeto a las ideas, creencias, o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. La tolerancia es un deber y un derecho, no se puede exigir tolerancia hacia las ideas y cultura propias sino se hace lo mismo con las de los otros. Es recíproca y esencial para asegurar la convivencia civilizada.

“Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. En esta frase de Voltaire está definida con claridad el derecho a la libertad de expresión y el significado del respeto y la tolerancia hacia las discrepancia que es esencial en una democracia.

Otra palabra relacionada con la tolerancia (del latín tolerare) es moderado de raíz indoeuropea que viene del verbo moderari, raíz también de meditar. Moderado es estar en la justa medida, es adoptar posiciones alejadas de los extremos. Una palabra muy usada para definir sus posiciones políticas por ese político notable de Mendoza que fue Carlos Aguinaga. Moderación como meditar son actitudes poco usuales en estos tiempos, no solo en esta parte del mundo en el que reaparecen fantasmas como los que asolaron y nos llevaron a períodos nefastos para la condición humana en los treinta del siglo pasado.

Las insatisfacciones sociales, las expectativas de mejoramiento social no cumplidas, la emergencia de oligarquías saqueadoras, los cambios en las estructuras productivas con su secuela de beneficiarios y perdedores provocan el surgimiento de supuestos redentores que promueven el conflicto, la búsqueda de culpables innominados y la división social. Pareciera que una sociedad resentida busca profetas que se le parecen en sus complejos, resentimientos y búsqueda de chivos expiatorios para sus frustraciones.

Es una manera, al señalar culpables externos, de evadir las responsabilidades. Lo vemos en los sátrapas que gobiernan varias provincias argentinas, siempre la culpa es del centralismo porteño, que en realidad es de un estado nacional que las provincias impusieron por las fuerzas de las armas a los porteños en 1880. Pero así como en las provincias dirigencias de tercera trasladan las culpas de sus fracasos a lo que se decide en Buenos Aires, en este ámbito las tienen los ingleses, los Estados Unidos, el FMI, la sinarquía. Nunca se asume la responsabilidad.

Muy grave es cuando las presuntas culpas son de un sector de la sociedad en que vivimos. Pueblo y anti pueblo, pueblo y oligarquía, patriotas y anti patria o cipayos, gente de bien o planeros, pueblo y casta. Grietas que parecían superadas en los primeros años del restablecimiento de las instituciones democráticas y con los gestos de reconciliación que más allá de enormes falencias tuvieron lugar en el gobierno de Menem, reaparecieron con el gobierno de la diarquía santacruceña y que salvo el interregno del gobierno de Macri retornaron y se acentuaron desde el retorno kirchnerista al poder.

Basta repasar las redes sociales, o los comentarios a pie de página en las ediciones online de los diarios para observar y preocuparse con el nivel de violencia de parte de la sociedad. Desde el poder se ha atacado y se sigue incentivando el agravio, la difamación, el insulto al que piensa diferente. No hay diferencias entre unos y otros, parece una competencia para lograr el premio a quien insulta más. La grosería y las guarangadas (como señalaba Claudio Escribano en una nota reciente que, además, es una clase de escritura) las vemos en el poder y en ámbitos sociales extensos. Esto nos muestra la chatura intelectual que predomina y que provoca la ausencia del debate público como se observó en la última sesión del senado nacional con discursos, de los que votaron a favor o en contra de la ley bases, de una mediocridad lamentable.

El agravio, la descalificación del que tiene ideas diferentes es una muestra de inseguridad y temor a la discusión. Siempre hubo grupúsculos antisistema que pretenden incendiar todo como vimos en los incidentes en Plaza del Congreso. Ese es un problema de política de seguridad. La cuestión que nos debe preocupar es cuando se incentiva la polarización entre el grueso de la población como tribus diferentes sin una historia y un destino común.

Los avances del mundo que fueron el gran aporte de Occidente se lograron cuando predominaron las ideas de tolerancia y moderación que no son otra cosa que establecer el imperio de la ley, asegurando la convivencia civilizada con el respeto a la libertad y los derechos individuales. La posibilidad de cuestionar los dogmas predominantes fue lo que permitió los enormes progresos de los últimos doscientos cincuenta años y que transformaron al mundo. Eran imposibles en regiones y estados donde discutir las verdades establecidas llevaban al patíbulo.

Los extremos solo conducen a situaciones peligrosas como nos muestran las historias de las guerras civiles americanas y europeas. No hay que jugar con fuego porque el fuego quema.

* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia y miembro del Instituto Argentino de Historia Militar.

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