Aunque actualmente se evita describir las aberrantes acciones llevadas a cabo por los aborígenes durante los malones, es importante comunicarlas para comprender el contexto en el que el naciente Estado Argentino se impuso.
A modo de ejemplo reproducimos el testimonio que “The Standard” –publicación de habla inglesa en Argentina- comunicó a través de sus páginas el 30 de noviembre de 1870, el mismo pertenece a un testigo del malón que pocos días antes sufrió la localidad de Sauce Grande:
“… apenas habíamos comenzado con nuestra retirada –dice-, cuando vinieron los indios a toda velocidad gritando como demonios (…) comenzaron a lancear a todos los Cristianos que pudieron alcanzar, matando a dos e hiriendo a varios, uno gravemente (…) tenía ocho lanzazos a través de varias partes del cuerpo…”.
Cabe destacar que este tipo de situaciones se vivían continuamente, manteniendo en jaque a muchos ciudadanos. La violencia ejercida por los aborígenes sobre las poblaciones alejadas implicó una crueldad extrema, como la de asesinar bebes jugando a “pincharlos” con sus lanzas. Mientras algunos se dedicaban a esto, las cosechas eran destruidas o robadas, al igual que los animales. Por otra parte, como es bien conocido, durante los malones muchas mujeres eran secuestradas y posteriormente vendidas o tomadas como amantes, es decir que pasaron años siendo violadas en medio de aquel desierto en el que sus gritos sólo hallaron eco en la nada.
Con el fin de evitar este infierno a tantos inocentes las autoridades argentinas utilizaron diversas tácticas, una de ellas es conocida como “Zanja de Alsina”. La misma fue ideada durante los primeros años de la presidencia de Avellaneda por Adolfo Alsina, su primer Ministro de Guerra. Buscaba actuar de barrera para evitar los malones y para su planificación se contrató al ingeniero francés Alfredo Ebelot, a quien debemos interesantes crónicas de la época. Todo comenzó a concretarse a fines de julio de 1876.
Alsina aseguró que de este modo iría “contra el Desierto y no contra los indios”. Patrocinaba un avance paulatino hacia el sur. Hasta entonces buscarlos en sus tolderías y tratar de acabar con ellos –como hizo Juan Manuel de Rosas, entre otros- no había dado resultados.
Como el plan resultaba ex¬tremadamente costoso se limitó a Buenos Aires, dejando al resto de las provincias para otro momento y bien en claro las preferencias del poder central. A medida que avanzaran, la tierra sería repartida, se fundarían nuevos pueblos y se iría así habitando la Patagonia.
Roca, subalterno inmediato de Alsina, se mostró en contra y presentó un plan opuesto. Pero no prosperó. En una carta personal Julio Argentino escribió: “¡Qué disparate la zanja de Alsina! Y Avellaneda lo deja hacer. Es lo que se le ocurre a un pueblo débil y en la infancia, atacar con murallas a sus enemigos. Así pensaron los chinos y no se liberaron de ser conquistados por un puñado de tártaros, insignificantes, comparado con la población china”.
Desde luego la prensa no dejó de criticar esta acción y las burlas se incrementaron a medida que el plan no daba los frutos esperados. Con la repentina muerte de Alsina a fines de 1877, Roca ocupó su lugar y el resto de la historia lleva por nombre “Conquista del Desierto”.
* Historiadora - Especial para Los Andes