Hace algunos días se conoció la existencia de una zanja para evitar las tomas ilegales en Buenos Aires. Tal información nos hizo viajar en el tiempo y recordar la famosa solución que Adolfo Alsina consideró para evitar el avance de los indígenas y los malones en la frontera.
Por entonces era ministro de Guerra del presidente Nicolás Avellaneda y aunque distaba mucho de ser un cobarde, se lo tildó como tal al conocerse la acción que llevaría a cabo en el desierto: correr progresivamente la línea de frontera, ganando espacio a las tribus, construyendo un foso en la frontera que cubriría kilómetros.
Para esto contrató al ingeniero francés Alfredo Ebelot, quien planificó y dirigió la creación de la famosa “zanja de Alsina”. Alsina aseguró que iría “contra el Desierto y no contra los indios para destruirlos”. Patrocinaba un avance paulatino hacia el sur. Hasta entonces buscarlos en sus tolderías y matarlos no les había dado resultados. Solo los enfureció más.
El foso actuaría como barrera y debido a los costos se limitó a Buenos Aires, dejando al resto de las provincias para otro momento, como suele suceder.
A medida que avanzaran, la tierra sería repartida, se fundarían nuevos pueblos y se iría así habitando el desierto.
La zanja se construyó con dos metros de profundidad y tres de ancho. Aún hoy puede observarse en algunas zonas. Contaba con una defensa lateral hecha con la tierra extraída. Se ganaron inmediatamente cincuenta y seis mil kilómetros de terrenos listos para explotar y ocupar.
La ventaja principal del sistema consistía en que los aborígenes no podían llevarse el ganado. Paralelamente fueron fundados algunos pueblos, se construyeron ciento nueve fortines y se plantaron doscientos mil árboles en la línea de frontera. Además de un novedoso tendido telegráfico para comunicarse en cada punto.
La respuesta de Roca —segundo en el Ministerio de Guerra— fue rebatirlo y presentar un plan opuesto. Pero terminó siendo rechazado.
En una carta personal Julio Argentino escribió: “¡Qué disparate la zanja de Alsina! Y Avellaneda lo deja hacer. Es lo que se le ocurre a un pueblo débil y en la infancia, atacar con murallas a sus enemigos. Así pensaron los chinos y no se liberaron de ser conquistados por un puñado de tártaros, insignificantes, comparado con la población china”.
Inmediatamente las tribus se sintieron amenazadas. Namuncurá, Catriel y Pincén unieron fuerzas para arrasar Juárez, Tres Arroyos y Necochea. Fue un malón descomunal al que ellos mismos bautizaron “Invasión Grande”.
Tras este ataque masivo Alsina cambió de estrategia y organizó la contraofensiva. Les hizo saber que si se entregaban el gobierno actuaría como garante de sus vidas. En carta a Avellaneda explicó: “He creído, señor Presidente, deber dar este paso por la humanidad, para evitar que el resto de la tribu perezca de hambre o sea exterminada por un nuevo ataque”.
Siguiendo estas nuevas directivas, el coronel Nicolás Levalle atacó y venció a los hombres de Namuncurá. Fue para Alsina un triunfo póstumo. Murió en diciembre de 1877, con cuarenta y ocho años. A partir de entonces, la historia quedó en manos de Julio Argentino Roca.
* La autora es historiadora.