El contraste fue muy grande. Javier Milei habló como habla siempre, atacando con agresividad a críticos y opositores, añadiendo una grotesca imitación para ridiculizar al economista Carlos Melconián, un liberal pragmático y centrista que cuestiona la dolarización propuesta por el presidente argentino. Por su parte, Luis Lacalle Pou no fue agresivo ni irrespetuoso con quienes tienen miradas diferentes. Y desde esas formas respetuosas, planteó su diferencia con el libertarismo que expresa su par de Argentina.
“Tenemos que tener un Estado fuerte para que el individuo pueda gozar de la libertad”, dijo el presidente de Uruguay. En la cena de la Fundación Libertad, ante una audiencia en la que no son pocos los que adhieren a un liberalismo duro y conservador, Lacalle Pou se atrevió a defender y reivindicar el rol del Estado, hablando como un liberal que está lejos del dogmatismo; un hombre de centro que jamás acusaría a los pobres de ser artífices de su pobreza ni consideraría al Estado como una organización criminal.
Se atrevió incluso a decir algo que Milei seguramente considera una “imbecilidad” típica de “los zurdos”, a pesar de ser una obviedad para el sentido común: “No todos podemos disfrutar de la libertad. Acá seguramente casi todos se irán en auto, dormirán calentitos, con hijos que estudian, mañana tienen laburo y tienen salud decente”, dijo el mandatario uruguayo, añadiendo a renglón seguido que es “difícil gozar de la libertad individual si se vive en un rancho, si no se tiene acceso a la salud, si los hijos no pueden estudiar y por ende no tienen una luz al final del túnel”.
Si a eso mismo lo hubiera dicho Martín Lousteau o Ricardo López Murphy, el presidente ultraconservador argentino no se habría contenido como lo hizo con Lacalle Pou, quien le agradeció el cambió de posición respecto al viejo pedido uruguayo de poder profundizar el acceso al puerto de Montevideo en 14 metros. A Lousteau, a López Murphy, igual que a cualquier radical o liberal centrista que hubiera dicho exactamente lo que dijo el presidente de Uruguay, Milei le hubiera rugido alguna descalificación agraviante, antecedida por la palabra “zurdo”, ese término que usaba la dictadura para referirse a los izquierdistas y también a los liberales consecuentes que reclamaban respeto a los Derechos Humanos y retorno a la democracia. En realidad, los jerarcas de la dictadura llamaban “zurdo” a todos los que no apoyaban el régimen.
Las palabras de Lacalle Pou aportan racionalidad a una Argentina siempre embriagada de ideologismos. Un antídoto contra la sobredosis de dogmatismo. Pero sobre todo una bocanada de sentido común para que los argentinos recuerden que no es lo mismo el liberalismo que el libertarismo, mucho menos el de vertiente ultraconservadora.
El presidente argentino ridiculizando con imitaciones caricaturescas a figuras que él desprecia fue la contracara del jefe de Estado uruguayo.
Sin haber estado en la cena de la Fundación Libertad, también fue contracara de Milei el presidente conservador de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, quien reivindicó la “Revolución de Los Claveles” al celebrarse medio siglo de aquel levantamiento de militares antifascistas contra el régimen del “Estado Nuevo” que creó y lideró Oliveira Salazar hasta que una afección cerebral dejó el poder en manos de Marcelo Caetano, quien comandó el país hasta la rebelión revolucionaria del 25 de abril de 1974.
El actual presidente conservador de Portugal es un moderado que tiene en claro la diferencia entre dictadura y democracia. Por eso la centroderecha, siguiendo los pasos de Angela Merkel (quien cogobernó con los socialdemócratas para cerrar el paso a la extrema derecha representada por el partido Alternativa por Alemania), prefirió formar un gobierno apoyado por la centroizquierda antes que aliarse al partido ultraderechista Chega (Basta), versión portuguesa del partido ultraconservador español Vox.
El conservador moderado Luis Montenegro acompañó la decisión de no cogobernar en alianza con la ultraderechista Chega, convirtiéndose en primer ministro de un gobierno minoritario con apoyo del Partido Socialista.
En esa moderación y clara vocación institucionalista y democrática se diferencian del presidente argentino, quien parece preferir los extremos y concentra sus mayores aborrecimientos en los partidos y dirigencias centristas, incluidos los liberales no dogmáticos.
* El autor es politólogo y periodista.