La cantidad de víctimas del rosismo se cuentan por millares, sería imposible abarcarlas en su totalidad. Aun así, existen textos que intentan dar dignidad a sus víctimas borrándolas del olvido.
Entre ellos encontramos cronologías de degüellos y asesinatos en tiempos federales, bajo la sombra cómplice del Restaurador.
El 31 de marzo de 1839, tras vencer en la Batalla de Pago Largo, los tenientes de Rosas degollaron a sangre fría a más de mil prisioneros rendidos. Del cadáver de su jefe, el gobernador de Corrientes D. Genaro Berón de Astrada, sacaron una lonja de piel e hicieron una manea para el caballo de Rosas.
Casi tres años más tarde, fue fusilado en Santos Lugares Zacarias Escola. Los verdugos mostraron a su anciana madre el cadáver sangriento y maltratado. En abril del mismo año la mazorca degolló al coronel D. José María Dupuy, cuyo cadáver fue ridículamente ataviado y colgado en público personificando a Judas.
Los asesinatos también sucedían en los domicilios de las víctimas, tal fue el caso del comerciante español Antonio Monis, asesinado a los tiros por la Mazorca en el umbral de su hogar y ante la mirada aterrada de su pequeña hija de cuatro años. Su mujer no pudo sepultarlo durante días e imploró llorando a gritos que alguien le ayudase levantar el cadáver; pero todos tenían miedo. Finalmente, un honorable francés colaboró con la desdichada.
La Mazorca actuaba con cierta independencia, no todo el tiempo su jefe les señalaba a quiénes debían atacar, pero consintió siempre y cuando le pareció oportuno ordenó que los asesinatos cesaran. Las familias no podían estar tranquilas nunca: una sirvienta que delataba a sus patrones unitarios obtenía la libertad si era esclava y recompensas cuantiosas en caso de ser libre. De esta manera se sometió a Buenos Aires.
El norteamericano John Anthony King —que dejó memorias sobre su estadía en Argentina— comentó el caso de Pedro Baca y su familia, un opositor que advertido por un amigo decidió salir de la ciudad durante un tiempo. Al día siguiente de su partida los mazorqueros visitaron su hogar y expulsaron a la familia sin permitirles llevarse nada. Refugiados en casa de un amigo la esposa de Baca envió “a un muchacho de doce años -escribe King- para solicitarse el permiso de alzar una muda de ropa para la desamparada familia, pero como llegó a la casa con miedo y dijo su mensaje, algunos de los miserables que quedaron custodiándola, lo declararon espía (…). Vi al pobre chico mientras lo conducían como dejo dicho; ¡una criatura de doce años detenida por es pía! (…) antes que se puso el sol ese muchacho fue fusilado por orden de Rosas, en el corral o patio del cuartel…”.
Ese ser siniestro era Juan Manuel de Rosas, resulta inentendible que muchas figuras políticas lo veneren o, quizás, no tanto.
*La autora es historiadora