Las caudillos, un ejemplo lejano del populismo

El caudillo debía ser rico porque para mantenerse en el poder, necesitaba financiar los ejércitos privados y las campañas contra los adversarios. Para ello los caudillos acumulaban riquezas y ampliaban sus bases económicas a expensas de otros sectores que pudieran competir por su predominio.

Las caudillos,  un ejemplo lejano del populismo
Francisco 'Pancho' Ramírez, caudillo de Entre Ríos.

Una de las grandes falacias que se tejen alrededor de los caudillos es la idea de que fueron personajes humildes y sirvieron a los pobres.

Como señaló en cierta oportunidad Ignacio Montes de Oca, el caudillo debía ser rico porque “para mantenerse en el poder, el líder provincial necesitaba financiar los ejércitos privados y las campañas contra los adversarios. Para ello los caudillos acumulaban riquezas y ampliaban sus bases económicas a expensas de otros sectores que pudieran competir por su predominio. El objetivo ‘patriótico’ justificaba, a su manera, el proceder contra todo derecho y oponerse era considerado como signo de pertenecer a las filas del adversario. Ser caudillo era entonces también contar con el arbitrio casi absoluto de los medios de producción de una región. No contradecir al hombre fuerte era una forma de intentar defender el patrimonio propio”.

Es decir, en su mayoría, se trató de miembros de las elites provinciales que lograron imponerse a sus iguales utilizando a los pobres y necesitados. No debe extrañarnos que muchos de los políticos actuales los veneren y consideren héroes.

Rosas lo expresó claramente en correspondencia a Santiago Vázquez, hacia 1829: “(…) conozco y respeto mucho a los talentos de muchos de los señores que han gobernado el país (…) pero a mi parecer todos cometían un error grande: se conducían muy bien con las clases ilustradas, pero despreciaban al hombre de la clase baja. Yo comprendí esto y me pareció (…) preciso hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar sus intereses, en fin, no ahorrar trabajos ni medios para adquirir más su concepto”.

Del otro lado de la grieta, el General Paz pudo observarlo en Güemes, a quién define de la siguiente forma en sus memorias: “Este demagogo, este tribuno, este orador, carecía hasta cierto punto del órgano material de la voz, pues era tan gangoso, por faltarle la campanilla, que quien no estaba acostumbrado a su trato, sufría una sensación penosa al verlo esforzarse para hacerse entender. Sin embargo (…) tenía para los gauchos tal unción en sus palabras y una elocuencia tan persuasiva que hubieran ido en derechura a hacerse matar para probarle su convencimiento y su adhesión”.

Lamentablemente muchas de esas personas no tenían más opción que seguir a los caudillos y someterse a sus decisiones para sobrevivir.

Otros eran engañados y la lista de personajes que simularon ser lo que no eran crece año tras año y generación tras generación.

* La autora es historiadora.

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