La primera impresión es que prueba negligencia, falta de líderes con estatura política y predominio de las mezquindades por sobre los objetivos. Todo eso es parte de la crisis que sacude a Juntos por el Cambio (JxC), pero las convulsiones que resquebrajan la coalición opositora también constituyen un trance inevitable, incluso lógico, en una fuerza con la posibilidad cierta de alcanzar el poder.
No es seguro que JxC gane la elección presidencial, pero es posible que lo haga. Y en semejante umbral, tiene lógica que estalle una puja por la conducción y la orientación política del futuro gobierno.
La puja se da en el PRO, porque esa fuerza política ha conseguido convertirse en la cabeza de la coalición. En esa cabeza hay dos neuronas con personalidades fuertes, contrapuestas y con posiciones político-ideológicas diferentes, aunque posiblemente las diferencias sean de grado, y menores de lo que intentan demostrar con sobreactuaciones.
La principal diferencia entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich se da sobre la interpretación de lo que falló en el gobierno Mauricio Macri.
Bullrich coincide con el ex presidente en que el error fue no haber hecho velozmente las reformas del Estado y la economía. Pero Rodríguez Larreta señala como falla determinante no haber sabido construir los consensos necesarios para encarar una verdadera transformación, que saque al país del pantano en el que lleva décadas hundiéndose.
Ambos señalamientos son acertados. El “gradualismo” por el que optó aquella gestión terminó fracasando porque ni siquiera inició las más indispensables reformas, lo que dejó al país sin inversiones, un vacío que se llenó con endeudamiento. No obstante, para las necesarias transformaciones profundas que debían operarse, un gobierno necesita mucha más espalda política que la que tenía Macri. Eso se consigue ampliando el oficialismo para dar a los inversores las garantías de que el gobierno podrá sostenerse y sostener las transformaciones en curso.
A la vista está que Macri y Marcos Peña cayeron en un triunfalismo inconducente tras la victoria en los comicios de medio término, mientras los inversores internos y externos, además de mirar el apoyo al gobierno en aquellas urnas, miraban si se ensanchaba el oficialismo comprometiendo con un programa de reformas transformadoras a la mayor cantidad posible de sectores y agrupaciones políticas.
Macri no hizo reformas ni construyó la base de sustentación necesaria para aplicarlas y sostenerlas en el tiempo. Y al no ver esos cimientos que dan firmeza a la construcción, no llegaron las inversiones y el edificio quedó en promesa incumplida.
Por cierto, con su desenfreno demagógico y salvajismo político, la oposición de entonces tuvo un porcentaje inmenso de responsabilidad en aquella frustración argentina. Pero Macri había apostado a que una ola de inversiones llegaría y le daría la espalda política que necesitaba para las transformaciones de fondo, mientras que los términos de la ecuación son al revés: las inversiones no llegarían por el sólo hecho de que al país no lo gobernara más el populismo kirchnerista, sino Mauricio Macri. Llegarían si comprobaban, además de voluntad de cambio en el gobierno, capacidad de impulsar y sostener en el tiempo el proceso transformador.
Desde ese ángulo de observación, lo que señalan Rodríguez Larreta y las cabezas visibles del radicalismo y la Coalición Cívica, es la necesidad de ampliar la espalda política del oficialismo, para que tenga la musculatura que requiere levantar y sostener un programa de reformas profundas.
“Vísteme despacio, que tengo prisa”, le dijo Napoleón a quien, por tratar de prender velozmente su complejo traje con infinidad de botones, se puso nervioso, perdió el pulso y demoraba más. La anécdota, quizá leyenda, que recoge la historia del emperador Bonaparte, sirve para entender la complejidad del proceso que necesita el país.
Si bien ese proceso transformador no debe tener una lentitud pasmosa, tampoco debe cobrar una velocidad que ponga en riesgo su continuidad y consolidación. Lo crucial no es que la transformación se haga a velocidad de vértigo, sino que el proceso transformador perdure hasta alcanzar sus metas y consolidarlas.
Sostener el proceso para consolidar los cambios que se operen en el Estado y en la economía, se puede si se construye el consenso más amplio posible. Y priorizar la velocidad atenta contra esa construcción imprescindible.
En ese punto, la mirada radical-larretista-carriocista es más completa que la de Bullrich y Macri.
Hay otro paso que el jefe de gobierno porteño y los radicales intentan dar, pero exhibiendo torpezas que los hacen tropezar, haciendo que la coalición trastabille. Esas torpezas y tropiezos no quitan validez al hecho de que ese eje centrista también parece entender mejor la necesidad de quitarles al kirchnerismo el ropaje peronista que Cristina siempre menospreció y en el que comenzó a refugiarse recién cuando creció el asedio judicial por las causas que la involucran.
* El autor es politólogo y periodista.