“Quien hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo poder. También los cristianos primitivos sabían muy exactamente que el mundo está regido por los demonios y que quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno solo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto, es un niño políticamente hablando. Max Weber en “El político y el científico”.
“Yo soy el administrador temporal (de la Iglesia que conduce). Eso me obliga a manejar valores cotizables en bolsa y al mismo tiempo a mantener voto de pobreza, a pactar con enemigos y a condenar en ocasiones a los amigos. Cada mañana me siento a esta mesa para gobernar con la ayuda de Dios Nuestro Señor a sacerdotes, intelectuales, estúpidos, fanáticos, honestos, políticos, opuestos al celibato, malvados, santos y pecadores”. Palabras que Arturo Pérez Reverte le hace decir al personaje de un poderoso obispo en su novela “La Piel del tambor”.
¿Qué cosa es la política?
Las opiniones que sobre la política tienen dos intelectuales tan prestigiosos como el sociólogo alemán Max Weber y el novelista Arturo Pérez Reverte, coinciden mucho con la impresión que acerca de la actividad política tienen las grandes mayorías de los pueblos de hoy. Pero ambos escritores definen así a la política de ayer, hoy y mañana (incluso la que se hace desde la antipolítica) sin valoraciones positivas o negativas a diferencia de los pueblos que la juzgan definitivamente como negativa. Pero la política es así, siempre lo fue y siempre lo será. La gran diferencia entre el buen y el mal político es que el bueno negocia con los “demonios que gobiernan el mundo” sin transformarse en uno de ellos, sino para mejorar la vida de los que representa, mientras que el malo cae en el “pacto faústico”, vale decir, vende su alma al diablo a cambio de tener poder y todo lo que éste genera. El límite entre ambas actitudes es muy estrecho y más lo es definir cuando cada político actúa por buenas o malas razones. Pero lo cierto es que con esta definición de política es totalmente lógico que los que están afuera de ella, la vean como algo negativo. O sea que lo que estamos viviendo ahora no es nada nuevo (casi siempre las sociedades desconfiaron de los políticos) sólo lo es quizá en el extremismo con el que se expresa, en el odio que han generado políticos que, sean o no corruptos, en países mundializados cada vez pueden hacer o hacen menos por sus gobernados.
Pero lo innegable es que la política es el lugar donde el bien y el mal (las fuerzas del cielo y las del maligno, diría Milei) libran su eterna lid. Y desde el día en que decidió entrar en política, pero con muchísima más fuerza, desde que se sentó en el sillón presidencial, nuestro anarcolibertario debió enfrentar el dilema de todos los políticos, que consiste en pelear contra el demonio, pero también en negociar con él. Y en eso está ahora, con sus viejas ideas de siempre, pero con nuevas prácticas que trata de disimular con un discurso vociferante, pero que sin embargo necesita ejercer cada vez más. Y nada, absolutamente nada, lo exceptúa de sacar ventaja en la negociación con el diablo a favor del pueblo, o venderle el alma al mismo a favor de sí mismo. Todo eso dependerá de él.
En ese sentido, la transformación de Milei desde que es presidente, aunque no haya afectado tanto en su discurso anterior, evidentemente lo ha llevado a adoptar diversas caras o facetas en su accionar. Ya, a poco más de 100 días de asumir, el presidente no es el mismo hombre qué era. En particular, porque se postuló como un hombre que no tenía nada que ver con los actuales políticos, pero incluso con la política en general, como quería la gente. Y hoy está haciendo política, rodeado de políticos de toda laya, de la casta, castos o “anti castos”. Y por su escasa experiencia, mientras hace política, está aprendiendo a hacer política.
En una primera aproximación al nuevo Milei, en aquel que está traduciendo en hechos lo que decía, podríamos afirmar que por ahora se mueve entre cuatro actitudes que a veces podrán conciliarse y a veces no pero que lo hacen un hombre de varias caras: la primera “ideológica”, la segunda “populista”, la tercera “política” y la cuarta de “realpolitik”. Todas esas caras, que en la campaña Milei pudo mostrarlas como una sola cara, ahora inevitablemente se bifurcan y cada vez se contradicen más.
El Milei ideológico
La más primitiva de sus caras es la ideológica, aquella en la que arrastra parte de los pre-conceptos teóricos que traía consigo, pero que no ha conseguido traducir en un razonable accionar político. Ideológicamente se mueve básicamente en dos temas: en los culturales y en los internacionales.
Venimos de un tiempo muy ideologista porque el kirchnerismo usó esta herramienta para captar muchas voluntades, por lo tanto politizó, partidizó y adoctrinó todo lo que pudo. Y del gobierno que lo reemplazara se esperaba que eliminara ese grave defecto y le devolviera la objetividad a las instituciones donde se produce la cultura. Pero nada de eso está ocurriendo en la mayoría de los temas. Casi todas las veces lo que se está haciendo es el viejo artilugio de desvestir un santo para vestir otro.
En vez de recurrir al Nunca Más de Alfonsín, a su “1985″, para acabar con la apropiación partidaria que el kirchnerismo hizo del tema de los derechos humanos asumiéndose como continuidad histórica de los jóvenes que hicieron la guerrilla (Montoneros y ERP) en los años 70 y por ende sin nombrar jamás a las víctimas de dicha violencia guerrillera, ahora el milei-villarruelismo está ocupado en reivindicar (con justa razón) a dichas víctimas olvidadas por la historia oficial K.... pero sin mencionar jamás los atroces crímenes de Estado de la dictadura militar instalada en 1976, en todo caso solo admitiendo que los militares cometieron excesos en medio de una guerra que ellos no iniciaron. Nada distinto a lo que decían los propios militares condenados. O sea, en vez de condenar la violencia venga de donde venga (con todas las jerarquizaciones en la entidad de una y otra violencia que se quieran hacer), la historia de los 70 sigue afectando al presente con esa división entre héroes y villanos, que sustituyó a la verdadera división, que era entre víctimas y victimarios. Hasta ahora, en la era Milei, la historia sigue adoctrinando como en la era K, y además se quiere demonizar o excluir en todo este tema a quien más hizo por los derechos humanos (porque lo hizo cuando era en serio peligroso hacerlo): Raúl Alfonsín, el olvidado por los Kirchner y el despreciado por Milei.
Si nos trasladamos a los terrenos de la cultura como actividad, allá tenemos al Instituto del Cine, al Fondo Nacional de las Artes, a las instituciones científicas y artísticas en general, a muchas de las cuales se las quiere cerrar o desfinanciar, no dentro del promedio del ajuste general, sino aún más allá. Cuando son infinitas las entidades culturales usurpadas por el kirchnerismo a las que habría que hacer retornar a su estado de objetividad, aparte de desburocratizarlas. Lo único que no se debería hacer es cambiar una doctrina por otra, como lo que expresó Milei en su acto de inauguración del año escolar frente a cientos de alumnos en la que no les habló como presidente, sino como militante anarco libertario. O en la inauguración de un salón de los próceres tan subjetivo y parcial como en la época anterior. Y por ahora, en ningún lado se ven correcciones en el sentido correcto dentro de aquellos lugares donde supuestamente se está librando la batalla cultural, que debería ser la batalla por liberar a las instituciones de su apropiación partidaria o doctrinaria.
En el tema internacional ocurre algo parecido. En cada entrevista ante un periodista extranjero Milei no se puede contener de expresar sus fobias contra una enorme cantidad de países y sus primeros mandatarios, algo que al asumir la presidencia debió aprender a callar por lo que ahora representa. Una cosa es criticar la dictadura venezolana o a la invasión rusa a Ucrania, que lo hacen todos los países democráticos. Pero no es lo mismo pelearse con China o con Brasil, dos de nuestros principales socios comerciales, por meras cuestiones ideológicas. Y ya pelearse con los elegidos democráticamente presidentes de Colombia o México raya con lo inexplicable. No es que Milei deba dejar de pensar lo que piensa, pero sí actuar como presidente en nombre de los intereses de la nación argentina y no de la facción ideológica a la cual pertenece.
El Milei populista
Su segunda cara es la populista. Es la que practica con las instituciones políticas y en su relación con la sociedad. Es la que aún mantiene casi enteramente en todo su discurso: una elite transformada en casta a la que él viene a destruir y un pueblo al que las instituciones controladas por la casta le impiden comunicarse directamente con él. Entonces Milei busca relacionarse directamente con el pueblo pasando por encima, menospreciando o banalizando a todas las instituciones. A un pueblo que sí es una novedad, porque no es mismo pueblo de siempre, sino que la globalización, la revolución tecnológica y las crisis económicas lo han hecho variar sustantivamente.
En un reciente libro, el sociólogo francés Francois Dubet dice que hoy en vez de un pueblo de trabajadores o un pueblo de ciudadanos, lo que tenemos en todo el mundo es un “pueblo de individuos”, donde cada uno lucha contra una desigualdad solitaria y sólo se juntan en la misma indignación contra las elites a las que consideran responsables de sus males tan variados. Ese es exactamente el pueblo de Milei, acá y en casi todas partes del mundo. Pero en la Argentina encontró un líder. Un líder como ellos, que los expresa más que representarlos.
Conviene reproducir textualmente a Dubet cuando dice: “La representación se debilita al máximo y hoy tenemos el extraño sentimiento de vivir en una sociedad en cólera donde las iras reemplazan a los conflictos y se vuelven más indignadas y rabiosas. Un pueblo de individuos no se unifica en sus propuestas, rápidamente vuelve a encontrar sus divisiones una vez que haya denunciado a las elites. Un pueblo de individuos que solo se sostiene por su propia acción, por el sentimiento de existir en internet, en los medios de comunicación, contra el desprecio de las elites y fuera de los marcos institucionales de la acción colectiva. En el régimen de desigualdades múltiples cada cual es el movimiento social y el militante de su propia causa. Nadie está verdaderamente autorizado a hablar por el otro. Cada uno es un individuo singular irreductible a ninguna causa (en común) “.
Un “pueblo de individuos”. Milei es una creación perfecta de esa nueva realidad sociopolítica profundamente antipolítica, que sobre todo se relaciona a través de las redes. Individuos solitarios a los que solo los unifica un líder en tanto siga siendo como ellos. Y la verdad es que Milei empezó siendo en todo como ellos, aunque hoy ya lo es cada vez menos, por más que trate de mantener el mismo discurso que lo llevó a poder. Pero que en caso de extremarlo, o de no limitarlo, le va a impedir gobernar, porque le va a impedir hacer política. Y Milei hoy está haciendo política. Aunque también siga haciendo populismo en su relación con la gente y con los políticos, por arriba y por abajo. Un populismo diferente, porque así como el populismo de los Kirchner era político e ideológico, el populismo de Milei es antipolítico y su ideología importa muchísimo menos que su actitud, el modo de plantarse frente al resto de la política y de la sociedad.
El Milei político
La política es la tercera cara de Milei, la más racional, la que está aprendiendo, la que está mostrando en su programa económico y en su propuesta desreguladora (sin incluir aquí valoraciones positivas o negativas sobre las mismas). Negocia a su modo, pero negocia, y manda a su gente a negociar. Cada tanto pega un grito populista o se consuela con que a fines del 2025, ganando muy bien las elecciones, su populismo y su política podrán ser una sola cosa. Pero por ahora si no hace política, no llegará en buenas condiciones a esa utópica fecha. Y Milei que no es tonto está haciendo a fondo política clásica, tradicional, aunque no pueda decirlo. El problema es que, como recién dijimos, mientras la hace la está aprendiendo. Y eso lo está llevando a cometer errores de primerizo o a ser demasiado rústico o elemental en el modo de comunicar o presentar sus propuestas. Pero eso se aprende, y Milei está aprendiendo. Puede a uno gustarle más o menos el contenido de sus políticas, aunque lo cierto es que en lo que se refiere a economía y desregulación el presidente cada día está aceptando más el apotegma clásico de que la única verdad es la realidad. Y que sólo aceptando la realidad, se puede transformar la realidad, que esa es la única política correcta, la única que funciona.
El Milei de la realpolitik
Queda, por ahora, una última cara, la hemos llamado la de la “realpolitik”, que quiere decir política realista en vez de política idealista, pero acá con esa expresión nos queremos referir a los hechos en que a Milei se la va la mano con el realismo político. Cuando usa las mismas estratagemas de la casta para intentar lograr los mismos objetivos de la casta, o sea para ningún fin distinto o superior, sino lo contrario.
Aplicó, como primera experiencia. la realpolitik en la campaña presidencial, cuando se alió con Sergio Massa para entre ambos tratar de dejar en un tercer lugar a Juntos por el Cambio y excluirlo del balotaje. El objetivo fue logrado porque la inexperiencia de Milei le ganó al mayor pícaro de la política argentina actual. Entre Massa y Milei se sacaron de encima a Patricia Bullrich, y con ayuda de Patricia y de Macri, Milei se sacó de encima a Massa. Un resultado muy pero muy inesperado. Pero que ubicó a Milei en las primera ligas de la política. Su realpolitik, por los motivos que sea, fue exitosa. Aunque quizá el factor principal no haya sido ese (aunque ayudó muchísimo) sino que Milei expresaba mejor que ninguno el espíritu de estos tiempos, a ese pueblo de individuos que es hoy la sociedad.
Estamos asistiendo ahora a su segundo intento de realpolitik. Con un objetivo mucho más discutible que el de ganar las elecciones. Si en aquel entonces quizá estaban mal los medios pero no los fines, ahora están mal los medios y los fines. Es que Milei la ha emprendido contra una de las instituciones más alejadas de la casta que tiene la política argentina: la mayoría de la Corte Suprema de Justicia, esa tan temida por kirchneristas como por mileistas como por casi todos los políticos es general porque sus fallos son imprevisibles, porque son objetivos, porque son independientes. Una de las pocas instituciones que pudo sobrevivir al tsunami kirchnerista. Y ahora Milei busca aliarse con el kirchnerismo que odia a esta Corte, para juntos acabar con la mayoría independiente. Y de ese modo que cada cual use a la nueva Corte cada vez que le toque gobernar. Hoy por ti, mañana por mí.
En fin, la cara doctrinaria de Milei es pre-política, la cara populista es anti-política, la cara política es la mejor, pero la que se relaciona con la realpolitik es la peor de todas. La que más lo acerca a la casta.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar