Ni Benjamín Netanyahu ni Vladimir Putin ni Volodimir Zelenski llegaron al final del 2023 con sus objetivos alcanzados en los campos de batalla.
El daño militar causado por el ejército israelí a Hamas no compensa el daño que la destrucción y las muertes civiles ocasionadas por la ofensiva en la Franja de Gaza causa a la imagen de Israel en el mundo.
Haber establecido el control casi total en el norte y avanzar sobre Khan Yunis y los demás rincones del sur, sin que la organización terrorista pueda detenerla, muestra que en términos convencionales la ventaja es de Israel.
Sin embargo, no haber capturado ni eliminado a Yahya Sinwar y a Mohamed Deif, el máximo líder y el comandante militar de Hamas en la Franja de Gaza, además de no haber reducido significativamente al Ezedim al Qasem, brazo militar de la organización terrorista, ni a la milicia aliada Jihad Islámica Palestina, sitúa a Netanyahu todavía lejos del objetivo que planteó y que justificaría esta guerra: la destrucción total de Hamas.
En relación al precio que está pagando en bajas propias, los logros de Israel pueden ser significativos. Pero no lo son en relación al altísimo precio político que está pagando su imagen ante el mundo.
Lo logrado en materia de bajas de Hamas y destrucción de sus arsenales es poco en comparación a la ola de protestas y repudios que han generado a escala global las miles de muertes civiles y la devastación causadas en el territorio gazatí.
Esa es, precisamente, la estrategia diseñada por Irán: estigmatizar a Israel como estado criminal. Los resultados de esta estrategia se dan en el largo plazo, pero en lo inmediato se perciben las señales del efecto que tendrá.
La señal más clara es que el mundo concluye el 2023 hablando, no de las masacres y violaciones perpetradas por el terrorismo sanguinario de Hamas en kibutzim y aldeas agrícolas del sur de Israel, sino de la destrucción y las muertes que los israelíes están causando a la población civil de la Franja de Gaza.
Además, crece la pregunta sobre el realismo de pretender la eliminación de Hamas. Es una organización terrorista diseñada para renacer de sus cenizas. Y sus eficaces campañas de reclutamiento futuro son las guerras que ella misma causa, precisamente, para que las muertes y la destrucción que produce Israel inoculen odio en los niños y adolescentes que se alistarán en los próximos años para continuar la jihad.
En la guerra que destruye a Ucrania, Putin concluye el año más aliviado que Zelenski. La tan anunciada contraofensiva ucraniana no logró atravesar el sistema de fortificaciones y campos minados con que el ejército ruso blindó los territorios que ocupa.
Los ucranianos no pudieron cruzar las líneas defensivas rusas y llegar hasta Crimea y hasta la costa del Mar de Azov, como se proponía Zelenski. La fatiga del aparato de guerra se hizo visible en ambos bandos, pero el lado ruso lo sobrelleva mejor por la abrumadora superioridad numérica de sus fuerzas y por el masivo aporte de municiones que le hizo el régimen norcoreano.
Es precisamente en ese punto, el de la provisión de armamentos y municiones, donde Ucrania está perdiendo una batalla crucial. Las potencias europeas empiezan a retacearle ayuda y en Estados Unidos los republicanos traban en el Congreso el aporte que necesita desesperadamente para continuar combatiendo.
Zelenski sabe que si Trump gana los comicios del 2024 y si así lo siguen vaticinando las encuestas en los próximos meses, no tendrá chance alguna de reconquistar todo el territorio que ha ocupado Rusia. Ergo, no podrá alcanzar el objetivo que se fijó desde el inicio de la invasión: recuperar la totalidad de los territorios que pertenecen a Ucrania desde mediados del siglo XX.
Haber salvado Kiev de la ofensiva inicial rusa lanzada desde Bielorrusia y haber recuperado Jerson y gran parte del Este, no es poco, sino una verdadera proeza militar. También lo es mantener a Ucrania independiente de Moscú, incorporándola a la Unión Europea (UE). Pero recuperar el sureste actualmente ocupado por Rusia, de momento resulta imposible.
Si Putin ha dado señales de disposición a aceptar que la guerra se congele definitivamente en este punto, es porque también su ejército está agotado y difícilmente pueda avanzar de manera significativa sobre otros territorios de Ucrania. De tal modo, aunque habrá expandido el mapa ruso, habrá quedado lejos del objetivo que se planteó al lanzar la invasión: anexar la mitad de Ucrania y dejar la otra mitad bajo un régimen títere de Moscú que renuncie a entrar en la OTAN y en la UE.
También habrá fracasado en impedir el crecimiento de la OTAN en sus fronteras, ya que Suecia y Finlandia se incorporan precisamente por la invasión a Ucrania.
* El autor es politólogo y periodista.