Han transcurrido 40 años y el recuerdo de los argentinos es doloroso y pertinaz. Malvinas es un desafío que ningún gobierno argentino pudo, supo o quiso resolver, desde 1965 cuando las Naciones Unidas exhortaron al Reino Unido y a nuestro país a negociar una solución a la disputa por la soberanía.
Han pasado 57 años y estamos igual, aunque quizá mucho peor desde que ya no hay más vuelos a las islas desde Chile, Brasil y mucho menos desde nuestro país. Quien quiera ir a las islas desde nuestro país hoy, debe hacerlo desde Londres observando un procedimiento complicado y muy costoso. Los isleños no quieren ver más a argentinos visitando ese suelo austral, ni siquiera para poner una flor en las tumbas de combatientes que no pudieron ser identificados.
Los soldados argentinos que fueron a Malvinas en 1982 a enfrentar una fuerza militar con veteranos de varios conflictos armados, incluyendo mercenarios llamados “gurkas” (ciudadanos nepaleses expertos en la lucha cuerpo a cuerpo con armas blancas), eran en realidad jovencitos de 18/19 años que de pronto se encontraron protagonizando la más dolorosa experiencia de sus vidas.
Alrededor de de 600 de ellos cayeron en combate (en total 649); otros quedaron con secuelas sicológicas al terminar la Guerra y regresaron a su hogar en nuestro país tan traumados que los llevó al suicidio (300).
Ellos, fueron los principales protagonistas de la trágica historia malvinense. Ellos merecen nuestro eterno respeto y reconocimiento; aquí debemos reconocer también a los que igualmente perdieron la vida a bordo del destructor Manuel Belgrano, hundido en las heladas aguas del sur del Océano Atlántico.
Asimismo, justo es reconocer a los oficiales y suboficiales caídos que lucharon con valor por ideales que es muy fácil declamar pero muy difícil demostrar en el campo de batalla.
El capricho y tozudez del almirante Jorge Isaac Anaya, miembro de la Junta Militar gobernante integrada por el dictador general Leopoldo Fortunato Galtieri y el brigadier Basilio Lami Dozo, perdió la última oportunidad de lograr un entendimiento con la llamada “Propuesta de las Cuatro Banderas” impulsada por el presidente del Perú, Arquitecto Fernando Belaunde Terry. Consistía en establecer un alto el fuego de inmediato en las islas y crear una autoridad colegiada para el archipiélago integrada por Argentina, Reino Unido, EEUU y Perú; estos dos últimos países como garantes del cumplimiento del Tratado que se firmaría de ser aceptado por todas las partes.
Las banderas de dichos países se irían retirando con el transcurso de los años y la última, sería la bandera argentina, que quedaría como país soberano en Malvinas. Tanto el gobierno de la Gran Bretaña (Margaret Thatcher), como el de EEUU (Ronald Reagan) y el de Perú aceptaron la propuesta. Estaban dispuestos a implementar esa solución que parecía la más sensata, dadas las diferencias de poderío militar de ambos bandos militares. Este proceso seguramente habría llevado años, quizá décadas, pero a 57 años desde la Resolución de las Naciones Unidas que exhortaba a negociar a las Partes (R.2065), estaríamos hoy posiblemente ejerciendo la soberanía en las Islas. Al almirante Anaya que fue quien se opuso terminantemente a aceptar la propuesta se le llamó el “almirante Canaya”.
Pero hubo otro protagonista que casi no fue mencionado en los libros de historia ni homenajeado por los diferentes gobiernos que se sucedieron desde 1982: las madres de cada uno de los militares que partieron a combatir a Malvinas. La mayoría de ellos, eran “soldaditos de 18 años” que fueron a combatir porque estaban cumpliendo el servicio militar. Esas madres que abrazaron por última vez en su vida a sus hijos que partían para incorporarse al frente de batalla. Esas madres que lloraron y padecieron lo indecible en interminable días y noches desde el 2 de abril al 14 de junio de 1982, cuando nuestro país se rindió incondicionalmente.
La angustia, la ansiedad, la inconsolable tristeza de esas madres no ha sido aún admitida. Esas madres vivieron el calvario de pasar los tres meses que duró el conflicto bélico escuchando las penosas noticias sobre el desarrollo de la Guerra y que tenían como fuente al Gobierno militar; en la mayoría de los casos ocultaba o alteraba la verdad de los hechos.
En este 40 aniversario de la única guerra que Argentina perdió en toda su historia dejando un destino incierto para el futuro del archipiélago que incluye a las Georgias y Sandwich del Sur además de nuestras Malvinas, vaya un sincero y humilde reconocimiento a las “Madres de Malvinas”. Esas madres cuyos nombres no aparecen en ningún cenotafio como el que está en plaza Retiro de la ciudad de Buenos Aires y en la Isla Gran Malvina y en el Cementerio de Darwin.
Tan conmovedora es esta realidad, que me es imposible no sentir una profunda emoción ante esas madres silenciosas que no hacen uso político de su dolor como lamentablemente, sí lo hacen otras que se han apropiado del dolor de las demás.
*El autor es Diplomático de carrera (R).