L’Etat c’est moi

El presidente y su entorno familiar creen que pertenecen a una especie de realeza que no debe cumplir con las normas que el resto del pueblo sí debe cumplir.

L’Etat c’est moi
La foto de la fiesta de cumpleaños de Fabiola Yáñez con Alberto Fernández en la Quinta de Olivos.

“L’etat c’est moi” es la frase que se le adjudica a Luis XIV y que ha sido traducida como “El estado soy yo”. Más allá de la veracidad o no de que la frase haya sido pronunciada por el Rey Sol, sirve para pensar y repensar la representación de los gobernantes en un Estado republicano. La confusión de la persona con el Estado nos remite a tiempos de absolutismo monárquico. En una república, el gobernante elegido por el sufragio universal, además de estar en su cargo por un tiempo predeterminado, gobernará de tal forma que su representación no lo desobliga de cumplir con las normas dictadas por ese mismo estado. Representa al Estado, pero no es el Estado. Tiene algunos privilegios menores impuestos desde la misma Constitución Nacional, goza de una razonable inmunidad por sus dichos mientras dure en el cargo, pero no se encuentra eximido de cumplir con las leyes, sobre todo si son normas dictadas por él mismo, como lo son los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU).

Alberto Fernández se extralimitó de sus facultades. Lo hizo el 14 de julio de 2020 en ocasión de festejar el cumpleaños de su conviviente. Sabemos que también lo hizo en actos multitudinarios con sindicalistas o con militantes que ni siquiera utilizaban barbijos y con quienes el abrazo estrecho era el sello mismo de la impunidad. Pero en esos días cercanos al 14 de julio de 2020, en plenas restricciones impuestas desde el Poder Ejecutivo Nacional, como un contrapunto, como una contracara de la misma circunstancia que vivía el presidente y sus amigos, fallecía en agosto de 2020 Solange Musse, la argentina con cáncer a la que su papá no pudo ver por las restricciones sanitarias de la pandemia. Un hecho triste entre tantos que no llegamos a conocer simplemente porque no tuvieron difusión. Una paradoja al paso: el 14 de julio los franceses festejan la toma de la Bastilla, la caída del régimen absolutista y la llegada de la República.

El lunes el presidente redobló la apuesta, se defendió, dijo que ya había pedido disculpas, llamó “miserables” a quienes le decían que le había echado la culpa a su compañera, golpeó la mesa y subió el tono de su voz aflautada, como hace siempre. Ante esta nueva aparición en campaña del presidente me surge una pregunta: ¿pidió realmente disculpas cuando se excusó con el argumento de que su querida Fabiola había convocado a sus amigos a un brindis? No pudo. No quiso. No supo. Solo dijo que estaba arrepentido, que fue un error, pero no pidió disculpas, no pidió perdón, le echó efectivamente la culpa de todo a Fabiola y además, volvió a mentir. Es que ni siquiera fue un brindis, ya que en la foto pueden verse los platos de una cena, con postre y todo. Y el presidente sale en esa foto. ¿No se le ocurrió decirles a los invitados “chicos, chicas y chiques no podemos hacer esto, vayan a casa rápidamente”? Creo que no se le ocurrió porque el presidente y su entorno familiar creen que pertenecen a una especie de realeza que no debe cumplir con las normas que el resto del pueblo sí debe cumplir. Creo que no se le ocurrió porque su entorno político no pertenece al pensamiento republicano de gobierno, no cree en la división de poderes, ni en la periodicidad de las funciones, ni en la independencia de la Justicia, ni en la libertad de prensa, ni en la libertad de expresión, ni en la publicidad de los actos de gobierno, ni en la igualdad ante la ley, ni en una ética cívica republicana, ni en la crítica a los regímenes autoritarios y antidemocráticos del planeta como lo son Cuba, Venezuela o Nicaragua.

“L’etat c’est moi” lo dijo Luis XIV, pero lo piensa Alberto Fernández.

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