No sé qué significa que un diario publique el número cincuenta y cuatro como índice de pobreza. Tampoco que ponga una foto de Gaza, o una de un bazar chino en el centro. Creo en el desconcierto que generan los fragmentos y en el intento de encontrarles una forma. Las narrativas ya no se crean con notas de opinión, ni del todo en los diarios, ni del todo en las instituciones. Cada vez más la generan los boths, las IA bebés como les dicen. Nos logueamos, contraseña, dni, nombre. Captcha. QR. Aplicación. Algoritmo. Con eso arman el panorama. ¿Nosotros?, no. ¿Ellos?, tampoco. Cada vez más el villano es más ajeno y menos humano. Cuando las Tortugas Ninjas, era Destructor. Ahora no tiene cara, ni lugar.
El mundo de pronto resulta tan parcial, que se torna difícil pensar qué pasó en el año. Aun más complejo es pensar qué pasa. Y mucho peor se pone al pensar qué pasará.
Pasó y pasa Milei, claro que sí, pero tenemos que ser capaces de analizar los cables porque el segundero sigue avanzando. El mundo globalizado, tal como se nos había planteado hace décadas empieza a mostrar la hilacha. Vuelve a parcializarse. Lo menciona Harari en su Telón de Silicio, nuevas divisiones humanas. Emparentado a la cortina de Hierro de mediados del siglo XX, la humanidad, que conociera formas medianamente integradas posteriormente, vuelve a dinamitar la idea de una comunidad global.
Cada vez más solos en burbujas estancas de internet, cada vez más adentro de feeds de gente como uno, de reels de gente como uno. Los algoritmos trazan las ideas de lo que uno es, de lo que uno debiera ser, moviéndonos aparentemente libres en cápsulas separadas de información. ¿Cómo saber entonces?
Lo que pasó ya no se sabe, se parece a Baudrillard. O ya no importa, se parece a Bartleby. Cuánto dura una historia en Instagram. Cuánto un índice de desigualdad en la empatía general. Cuánto una clase de Historia en la escuela. Cuánto un libro recién publicado. El devenir no pasa bajo el puente, ni siquiera. De haberlo hecho, lo hubiéramos visto. Lo que pasó el año que terminó esta semana está trizado como un parabrisas. No se lo llevó el agua, ni puede retomarse. No puede hacerse una nota que recuente los diez hechos más relevantes. Eso no diría nada, porque el mapa cambió y se dispersó.
Las compañías tecnológicas, que ya ni el apodo multi les queda, llevan todas las de ganar. Ni siquiera precisan un escritorio de madera como este sobre el que escribo. Pueden concentrar todo en un punto diminuto, y ese punto, esa nueva estrella de Belén, ronda nuestros dispositivos que a esta hora es como decir que ronda todos nuestros pensamientos. Entonces, no ha corrido agua bajo el puente. Ni estamos en un fin de año ni en un principio de otro líquidos, a lo Zygmunt Bauman. Parece más bien un paisaje cuadriculado de píxeles, un paisaje de Meta Verso (siempre hacen gracia esos términos). Es imposible de narrar, pero todavía podemos sentir.
Quizá hoy más que nunca los libros, las músicas, las galerías de arte, incluso los farsantes dentro de ellas, sean necesarios para sentir y presentir. El campo cultural y el campo artístico quizá puedan brindarnos respuestas emocionales, si es que todavía logran ser lo suficientemente delirantes para contarnos otro aspecto. Toda la falta de duración que tiene este mundo, en algunos casos lo conserva el arte. Duración y tensión, la suma que como resultado da sentido.
Todo lo que ocurrió el año que pasó en Argentina fue lo uno, en un esquema que pudo confundirse con lo múltiple. En realidad, fue lo uno al lado de lo uno, y lo cero al lado de lo cero. Esa noche fue todo el año. Esas estrellas alineadas y remotas, dirigidas desde un poder completamente ignoto para nosotros, que todavía creemos distinguir un conejo en la luna.
Una vez, el Conejo le dijo a Alicia, “tendrás que fortalecerte Alicia, porque te lastimarán. Si no forjas tu mundo, los débiles dardos de los demás te destruirán”. Nosotros somos Alicia, pero los demás no son las personas distintas a nosotros, sino las políticas neoliberales y tecnológicas, las estrategias de sus compañías, y toda su basura monumental. Habrá que entenderlo pronto o nos vamos a dispersar del todo. El otro, el que quedó del otro lado del Silicio, o del Hierro, está con nosotros y con Alicia. En cambio, la política maquiavélica de lo uno, la tecnicidad educativa, el Big Data, o eso que acaba de mostrar el documental Buy Now!, de Netflix, esos casi trece millones de celulares que se tiran por día en el mundo, esos casi tres millones de zapatos producidos todos los días, esas casi doscientas mil prendas fabricadas por minuto, esas doce toneladas de plástico producidas por segundo, todo ese mar de capital y producción al pedo, es lo que nos lastimará, teledirigidamente por algoritmos y un puñado de empresarios sin alma ni formación ética.
Nos queda aferrarnos a que todavía nos sigue pasando el tiempo en carne y hueso, a que todavía amamos con las manos. Nos queda lo más importante. Lo que nosotros tenemos. Lo que no pueden comprar ni vender. Seguimos sintiendo el dolor, el desamparo, nos seguimos emocionando, se nos siguen cayendo las lágrimas con los detalles minúsculos del mundo. Tenemos que apresurar la huida hacia nosotros, y como cantó el Flaco en Halo Lunar, quebrar la mirada de maldad.
Todo el desprecio sobre el otro, toda la mezquindad, esa cosa insensata, no sirve para nada. Que todo eso baje. Y se hunda. Y se quede atrás.
Que no se ponga de moda ser un forro. Es mi deseo para este 2025.
* El autor es profesor de Sociología. Especialista en Docencia.