En la imaginación de Alberto Fernández, el presidente de México es el único gobernante latinoamericano que lo acompaña en el deseo de “cambiar el mundo”. Pero en la realidad, Andrés Manuel López Obrador es el presidente que le hizo dos inmensos favores a Donald Trump, el jefe de la Casa Blanca que más humillaciones causó a los mexicanos, con excepción de James Polk, quien declaró la guerra en la que México perdió Texas, California, Utah, Arizona, Nevada, Nuevo México, Colorado y parte de Wyoming, y Woodrow Wilson al ordenar la invasión de Veracruz.
El primer favor fue militarizar la frontera para cortar el flujo de migrantes hacia los Estados Unidos. Los operativos para cazar mexicanos y centroamericanos desesperados, equivalieron, en los hechos, a “pagar el muro de Trump”, como exigía el magnate neoyorquino.
AMLO redujo la inmigración ilegal financiando desde las arcas mexicanas las operaciones militares que la acotaron. Paralelamente, aceptaba la mayoría de las imposiciones de Trump para reformular la sociedad económica con Estados Unidos.
No coordinó acciones con Canadá, el otro golpeado por la clausura unilateral del NAFTA, sino que negoció solo y haciendo grandes concesiones. Y como corolario de semejante esfuerzo por mantener la sociedad con EE.UU., eligió Washington como destino de su primer viaje presidencial al exterior, reuniéndose con Trump y brindándole efusivos elogios.
Ese fue el segundo gran favor de AMLO al jefe de Estado que más ha denostado a los mexicanos. Con las encuestas afirmando que, si la elección fuera mañana, sería derrotado, el presidente necesita congraciarse con la populosa comunidad mexicana de Estados Unidos para revertir la animadversión que generaron sus incontables gestos de desprecio.
Trump necesitaba la postal que AMLO le permitió retratar en Washington, para usarla en su campaña electoral. Los elogios entre ambos contrastaron con las ofensas que el multimillonario mandatario norteamericano profirió al pueblo mexicano desde las primarias republicanas hasta que las encuestas le mostraron que tiene que reconquistar el voto hispano para tener chance electoral.
En su libro “Oye Trump”, AMLO lo repudió por referirse a los mexicanos “como Hitler y los nazis se referían a los judíos antes de lanzar el exterminio”. Tenía razón. Pero en Washington dijo que estaba ahí “para expresarle al pueblo estadounidense que su presidente se ha comportado con nosotros con gentileza y respeto”.
Ni siquiera Peña Nieto fue tan complaciente. La postal de AMLO en Washington y su esfuerzo para salvar la alianza económica con Estados Unidos al precio de perseguir migrantes desesperados, vuelve más absurda la frase de Alberto Fernández sobre los “únicos” presidentes que quieren “cambiar el mundo”. Pero no es culpa del mandatario mexicano.
López Obrador es un exponente del priismo previo al gobierno de Salinas de Gortari. Hasta ese abrupto giro hacia el Consenso de Washington, el Partido Revolucionario Institucional era esencialmente pragmático y avanzaba, desde el estatismo de Lázaro Cárdenas y Plutarco Elías Calles, hacia el reformismo liberal de Miguel de la Madrid. En los noventa, AMLO siguió a Cuauhtémoc Cárdenas, sumándose al PRD.
Como gobernante del Distrito Federal, mostró un pragmatismo eficiente y exitoso. Sus políticas sociales fueron mantenidas por los sucesores en el cargo, a pesar de que antes las habían descalificado como “populistas”. Y su buena gestión se reflejó en una ola de inversiones privadas.
Radicalizó su discurso al crear MORENA, sobre todo porque enfrentó a la elite política corrupta y fraudulenta. Pero desde que llegó a la presidencia volvió a mostrarse como un líder pragmático. Esto no implica que esté gobernando bien sino que, bien o mal, intenta hacerlo con pragmatismo.
Si no rompe con el régimen de Maduro ni adhiere al Grupo de Lima, no es por practicar el izquierdismo filo-chavista de otros líderes latinoamericanos, sino por seguir la Doctrina Estrada, que guía la política exterior mexicana desde 1930, estableciendo la no injerencia en los asuntos internos de otro país.
Si viajó a los Estados Unidos y le hizo otro favor a Donald Trump, no será porque se volvió entreguista y abjuró de sus ideales, sino por gobernar como un pragmático que no escenifica ideologismos. Y si dejó pagando al presidente argentino, la culpa no es de AMLO sino de Alberto Fernández, por incurrir en derivas retóricas para agradar a una feligresía adoradora de poses ideologizadas.
* Politólo y periodista. Especial para Los Andes