Los administradores de la decadencia

Nuestra elite más que parasitaria es cancerígena: nos consumen para vivir ellos, pero no nos matan porque nos necesitan seguir consumiendo.

Los administradores de la decadencia
Imagen ilustrativa / Archivo

En un artículo que escribió durante los anteriores gobiernos K, el analista Sergio Berensztein se preguntó algo parecido a lo que queremos desarrollar en esta nota: ¿Y si la decadencia que vivimos no es un orden fallido, sino un nuevo orden donde la mediocridad constante no impide su prolongación por décadas?

Sería algo así como un país gobernado por los que podríamos llamar los administradores de la decadencia. Políticos que hacen lo mismo o peor de lo que hacen los gobiernos fallidos, pero capacitados para mantenerse firme en las peores tormentas, aún las autoinfligidas. Políticos que a cambio de que estemos cada día un poco peor nos garantizan no volver a estallar, no volver al 2001, o al menos volver a evitar que el país se anarquice de nuevo.

Ese es el papel que en el siglo XXI está cumpliendo el peronismo en la Argentina, algo que no pueden hacer  los no peronistas, que si lo intentan caen o se pulverizan electoralmente.

Sea verdad o no, el mito ya forma parte del sentido común nacional: el peronismo garantiza sobrevivir aún en malaria, los otros gobiernos garantizan igual malaria pero no sobrevivencia. Eso le da una robustez política colosal al peronismo del siglo XXI.

Por eso su distopía es posible: no cambiar nada simulando que todo cambia, haciendo de la decadencia virtud. O cuando menos: ¡mejor decadencia que muerte!, sugiriendo que no existe ninguna otra posibilidad.

Pero las naciones a diferencia de las personas no se mueren, porque si no la Argentina ya habría muerto mil veces desde 1975 en adelante que es cuando la decadencia ya no nos abandonó ni un segundo. Nunca más dejamos de vivir decayendo, con cada gobierno un poquito más. Siendo más pobres cada día, algo que además no se relacionaba con lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo, incluso en nuestro continente.

Hemos creado una clase política que sabe administrar la decadencia, que sabe cómo hacer para que cada vez estemos algo peor sin que todo se venga abajo. Una especialidad argenta. Si lo hacen los no peronistas, todo estalla, si lo hacen los peronistas se sobrevive a duras penas. Son los únicos que nos pueden gobernar pero a la vez son los que menos interés tienen en sacarnos de este estado de cosas, porque eso es lo que los beneficia. No nos damos cuenta pero les estamos pagando para eso: cada vez que un proyecto no peronista o peronista no populista fracasa, ellos vuelven para retornarnos a la placenta materna y así sacarnos los temores de haber intentado abrirnos a un mundo hostil. Y nosotros firmamos ese pacto mefistofélico: sobrevivencia mediocre a cambio de decadencia permanente, que evapora al menos en parte el horror que le tenemos a la anarquía, al caos, aunque no tanto al autoritarismo que lo toleramos con bastante resignación.

No fue eso el  peronismo previo al kirchnerismo. Puede haber tenido mil defectos y un millón de continuidades con el actual, pero la administración de la decadencia es una característica específica del kirchnerismo: siempre peor, tanto mejor. Ellos crecen mientras la sociedad decrece. Más que una elite parasitaria, es cancerígena, nos consumen para vivir ellos, pero no nos matan porque nos necesitan seguir consumiendo. Hasta que no superemos tal estado de cosas, este país no tiene destino. Seguirá viviendo mientras va muriendo, o agonizando sin morir, mejor dicho.

Veamos algunas de sus expresiones culturales que ya se van normalizando como el sentido común de esta Argentina alejada del progreso, o más bien protegida del progreso por sus nuevos padres (y madres) refundadores, o en realidad, regresivos.

* Estado.  Cristina Fernández, la verdadera ideóloga de este sistema, propone un neoestatismo frente al neoliberalismo, que insinúa acercarse al modelo escandinavo, pero que es su antípoda. Suecia es un Estado fuerte y muy activo, tan o más eficaz que la actividad privada en las prestaciones básicas y otras más. Muchos impuestos y mucha eficacia. Lo contrario al argentino que es un Estado grande casi con tantos impuestos como Suecia pero ineficaz en cumplir hasta las funciones más elementales.

*Salud y educación.  Ahora la vicepresidenta propone un sistema de salud estatal donde lo que quiere es un acuerdo compartido fifty- fifty entre sindicatos y nomenklatura política a cambio de dividirse las prepagas privadas. Un corporativismo estatista seguramente peor que lo bastante malo que tenemos actualmente.

También está el corporativismo educativo en el cual no manda el ministro Trotta sino el sindicato de Baradel, verdadero ministro ni siquiera en las sombras sino a plena luz. Su fin es que todo siga igual. Una cosa es defender el salario docente, otra es establecer y conducir la política educativa. Sin evaluación ni mérito ni esfuerzo ni control de calidad. Un autoritarismo libertario donde se permite todo a cambio de no cambiar nada.

Educación y salud en el modelo decadente nos proponen una alianza entre políticos y sindicalistas estatizando la decadencia. Ni siquiera Cuba.

* Jubilaciones. Intentar sacarle unos pesos a los jubilados porque el sistema ya no soporta que tan pocos paguen y tantos cobren, a Macri le costó varias toneladas de pedradas en el Congreso. Pero si el peronismo hace lo mismo o incluso peor, no pasa nada. Esa es una diferencia sustancial en lo que se relaciona con la gobernabilidad. El peronismo puede ajustar casi sin costo.

* Exportaciones. Para el kirchnerismo exportar es la maldición argentina. Si pudiéramos vivir con lo nuestro seríamos felices. O sea, hoy al granero del mundo lo conducen personas que piensan que más vale no exportar alimentos a 500 millones de personas, si con ello podemos parar un poco la inflación interna.

_* Pobreza.  Administrar la decadencia es usar el clientelismo para mantener en la pobreza permanente a la mitad del país, silenciados, ocultos, como ejército de reserva de la nomenklatura. Gente que vive fuera del mundo de la producción y del trabajo, viven del subsidio como forma de vida pobre, casi mísera pero posible.

* Estatizaciones. Con el menemismo vinieron las  privatizaciones donde vendíamos empresas públicas sin deudas para el vendedor: de ellas se hizo cargo el Estado. Y con el kirchnerismo aparecieron las estatizaciones donde el Estado se hace cargo de todas las deudas de las empresas privadas que expropiamos. Además privatizamos a precio de pena y estatizamos a precio de oro. Y en el medio están los intermediarios, o sea el poder político corporativo empresarial que cobra en ambas operaciones y que generalmente suele estar de ambos lados del mostrador.

* Mercado. El odio hacia la empresa Mercado Libre es otro paradigma que expresa el horror a la apertura, la globalización y la competencia. La más internacionalizada empresa nacional es odiada no por los supuestos impuestos que evade (ese es el argumento para la popular) sino por ser precisamente lo que es. No es que enfrente se le oponga un proyecto desconcentrado de pymes o cooperativas organizadas que bien se pueden integrar a un sistema global, incluso al propio Mercado Libre. Es un combate cultural entre Mercado Libre versus la Salada. El temor de abrirnos al mundo pero a la vez la ideología de encerrarnos en la marginalidad suponiendo que desde allí pueda surgir un proyecto nacional, cuando el único posible es el que elimine la marginalidad, que es lo que supo eliminar el país en el siglo XX; paso a paso, desde el liberalismo hasta el radicalismo y el primer peronismo. Ahora se quiere volver atrás, a una feudalización de las relaciones sociales, donde el modelo Insfrán de Formosa es ideal: modelo chino en lo político pero repudiando su economía competitiva, modelo cubano pero sin igualdad alguna, ni siquiera en salud y educación.

En síntesis, acá la elite consume al país como un monstruo que vive del esfuerzo ajeno. Ellos son la garantía de que jamás creceremos. No es que lo hayan sido siempre, sino que se colgaron de la decadencia que los antecedió para usufructuarla y mantenerla. Antes teníamos una decadencia  causa de nuestros errores, ahora es una decadencia producto de los intereses de la elite que nos administra. Para ser próspera ella, el pueblo tiene que ser lo contrario, y ellos deben mantener este estado de cosas.

Este modelo ultraconservador explicado por izquierda, satisface el conservadurismo de la clase política y el nominalismo de la clase intelectual. Una clase política e intelectual que crece a costa del decrecimiento general de la sociedad.

Si los argentinos aceptamos este destino latinoamericano (que el resto de los latinoamericanos ya ha dejado de aceptar) habremos rifado el futuro, sin por ello ni siquiera haber podido recuperar el pasado. Nos acostumbraremos a sobrevivir en vez de vivir, que es a lo que apuesta la actual elite gobernante (política, empresarial, intelectual y sindical) para eternizarse en el poder.

Mientras peor para nosotros, mejor para ellos. Como la mafia, nos hacen pagar una cuota mensual para protegernos de ellos mismos.

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