Taciturno y resignado, el General Adamov aguarda su destino en el salón de una casona aristocrática convertida en prisión por los Guardias Rojos. Observa a sus compañeros de cautiverio: se encuentran allí funcionarios, diplomáticos y altos oficiales del Zar, nobles y hombres de negocios, pero también delincuentes comunes. Contempla su desesperación, su rabia, su miseria, los intentos por congraciarse con sus captores y evitar la condena segura que los aguarda: juicio sumarísimo y ejecución.
Finalmente es llamado a comparecencia. Se pregunta de qué cargos será acusado. A fin de cuentas es un general “de escritorio”, abogado y profesor de la Academia Militar. No guarda ninguna esperanza, ni siquiera parece juzgar a sus captores. Sin embargo, un factor inesperado juega en su favor. El tribunal está en conocimiento de un antiguo expediente relativo a la guerra rusojaponesa de 1905, por el cual, en virtud de su condición de juez militar, se negó a procesar a dos marinos acusados de indisciplina por desobedecer la orden de un oficial despiadado.
El General Adamov es absuelto e inmediatamente liberado. Se dirige a su casa. Al llegar, la encuentra convertida en una vivienda colectiva en la que se alojan trabajadores con sus familias. La residencia ha sido expropiada. Busca refugio en casas de amigos, inútilmente, puesto que todos están sufriendo las consecuencias de la revolución: tienen miedo de las delaciones o de la confiscación. Es un hombre mayor, no tiene adónde ir. Deambula por la ciudad hasta que se le ocurre volver a la prisión. Allí se ofrece para realizar tareas de maestranza a cambio de techo y comida.
Sin embargo los bolcheviques tienen otros planes para él: lo envían al frente como oficial inspector en una unidad del Ejército Rojo. Adamov acepta y realiza su trabajo con aplicación y lealtad: detecta e investiga graves irregularidades en la conducta de las tropas, como asesinatos y robos a la población civil.
Esta es la trama de «El Séptimo Satélite» (Siedmoi Sputnik) una joya oculta del cine político dirigida por Aleksei German y Grigori Aronov en 1968. El desenlace no se los pongo para que la busquen y la vean. Vale la pena.
La bola y las élites
¿Por qué es interesante la historia del General Adamov (en ruso «del linaje de Adán», el primer hombre)? Porque revela un aspecto fundamental de la sociología política de las revoluciones.
Las ideologías revolucionarias usualmente promueven una renovación radical de la naturaleza humana: sostienen la idea de un «hombre nuevo» dotado de una moral inconmovible y de una entrega total a la causa, libre de todo interés mezquino y de la menor vacilación en el cumplimiento de su misión. De Robespierre a Ernesto Guevara, de Hitler a Ho Chi Minh, los grandes líderes revolucionarios han sido grandes moralistas, obsesionados con la virtud de los individuos o los pueblos que condujeron.
La realidad histórica es muy diferente. Las revoluciones consiguieron triunfar y consolidaron su nuevo orden gracias a la contribución decisiva de los hombres del Antiguo Régimen. Los «hombres nuevos» siempre fueron escasos, antes y después de la toma del poder. Es bastante lógico: la fase conspirativa del proyecto revolucionario sólo puede ser participada a unos pocos, los más fieles, los incondicionales. Una vez iniciado el fuego, el éxito de la revolución depende de la adhesión masiva de todo tipo de sujetos: fanáticos, conversos, oportunistas, engañados, distraídos, pusilánimes, delincuentes, aventureros, etc.
Es lo que en la Revolución Mexicana se conocía como «la bola»: el conjunto de gente sublevada y armada, de cualquier clase y condición, que se formaba en las zonas rurales. Vámonos con Pancho Villa, la célebre película de Fernando de Fuentes de 1936, retrata con crudeza y sin concesiones la vida y las aventuras de los hombres que integraron la División del Norte.
Pero si eso fue así en el plano de las masas, no lo fue menos en el de las élites. Las revoluciones fueron sostenidas por funcionarios, diplomáticos y militares del Antiguo Régimen. La revolución necesitó urgentemente cuadros y mandos que supieran operar el Estado y el Ejército.
Esa cooperación se dio de dos maneras. Por un lado contribuyeron solapadamente a la caída del Antiguo Régimen: los mandos militares y los miembros de la Duma encargados del aprovisionamiento de las tropas precipitan el colapso del Ejército del Zar. Por el otro, se sumaron a las filas de los nuevos dueños del poder: Bonaparte, Talleyrand, San Martín, Washington.
Platón explica que todo cambio de régimen político deriva de un disenso dentro de la élite dirigente. Ni clase, ni pueblo, ni nación: todos sujetos abstractos que sirven para legitimar las pretensiones de la facción disidente.
El espejo revolucionario
No parecen haber argumentos suficientes para calificar al gobierno de Milei como revolucionario, aunque sus simpatizantes así lo perciban y sus detractores piensen que es todo lo contrario: pura reacción o retroceso. O quizá sea porque el concepto de revolución sigue siendo estricto patrimonio de la izquierda. Sin embargo hay aspectos de su gobierno que pueden entenderse mejor valiéndose de la dinámica propia de las revoluciones.
Hace un par de semanas trascendió la filiación de algunos funcionarios del gobierno de reciente militancia kirchnerista o massista: el caso de Leila Giani en Capital Humano o los que están a cargo de la Aduana, provenientes del entorno de Guillermo Michel. El propio expediente de propuesta de Ariel Lijo como candidato a ministro de la Corte se puede explicar en este contexto. Hay casos como estos en la mayoría de las reparticiones estatales, también en el Congreso. No puede sorprender. El crecimiento electoral repentino y aluvional de la fuerza política que conduce Milei ha desbordado con mucho la formación de una estructura organizativa acorde con el desafío de conducir un país entero.
La pregunta que cabría hacer es ¿por qué no recurrieron a los cuadros y militantes de fuerzas políticas afines, como el PRO y otros sectores del extinto Juntos por el Cambio, que se sitúan en zonas más cercanas al programa de Milei?
La respuesta se puede encontrar en Maquiavelo. El genial florentino explica que quien consigue convertirse en príncipe gracias a los poderosos de ese principado tendrá un problema una vez en el poder: no habrá forma de satisfacerlos, porque sus expectativas de beneficios siempre estarán más allá de lo que el príncipe pueda concederles. Favorecer más de lo razonable a los poderosos es siempre una estrategia de altísimo riesgo.
Las viejas prácticas del príncipe
Pero además explica que uno de los recursos de los que dispone el príncipe para aumentar su poder es apoyarse en aquellos hombres que fueron sus enemigos, reales o potenciales:
«Los príncipes, y sobre todo los nuevos, han encontrado más lealtad y mayor utilidad en aquellos hombres que al principio de su gobierno habían sido considerados sospechosos, que en aquellos en los que al principio confiaban. Sólo diré esto, que el príncipe podrá siempre ganarse con gran facilidad a aquellos hombres que al comienzo de su principado habían sido sus enemigos, pues son los que, para mantenerse, necesitan un apoyo y están especialmente forzados a servirle con lealtad porque son conscientes de que necesitan cancelar con sus obras la mala opinión que de ellos se tenía; y así el príncipe saca de ellos más provecho que de aquellos que, sirviéndole con demasiada tranquilidad, descuidan sus negocios.» (El Príncipe, cap. XX)
Es, evidentemente, una jugada peligrosa, como lo es todo proceso de reforma estructural, tal como explica el propio Maquiavelo. No hay suficientes funcionarios de moral irreprochable ni entrega total: la revolución se vale de las pequeñas miserias de los hombres. Y si no son los hombres nuevos los que lleven a cabo las reformas, tampoco será posible esperar novedad en los métodos. Todo proceso revolucionario es tumultuoso, sucio, plagado de errores e improvisaciones, contradicciones y contramarchas, disputas internas y violencia superflua. No hay planes maestros ni hojas de ruta precisas. Quien afirma lo contrario está haciendo mala crítica historiográfica.
Sólo si el ambicioso plan de reformas de Milei logra consolidarse y perdurar en el tiempo le será posible contar con cuadros y militantes propios. Maquiavelo dice que las tropas más confiables son las propias: ni mercenarios ni ejércitos prestados. De lo contrario iniciará, más temprano que tarde, el trabajo de zapa de los arrimados al poder.
* El autor es profesor de Filosofía Política.