Los reclamos de distintas organizaciones sociales sobre la falta de alimentos en los comedores comunitarios mueven a varias reflexiones sobre nuestro país y lo sucedido en estos años del siglo XXI.
La Argentina fue desde principios del siglo pasado un país de clases medias que se fueron acrecentando hasta la década de los setenta. Una economía más diversificada que otras de la región, una adecuada inserción en el mundo antes de la crisis de 1929, capacidad de reacción ante esa crisis fueron claves para ello.
Después de la guerra se acentuó un modelo sustitutivo de importaciones que provocó un bajo crecimiento y desaliento a las exportaciones, pero que aún pudo mantener poder adquisitivo de salarios, nivel de empleo y junto al mayor acceso a niveles superiores en la educación permitieron mantener una movilidad social para arriba.
Nuestro país no ha logrado superar el agotamiento del modelo industrial basado en un mercado interno pequeño, como ya lo advertía Federico Pinedo quien en 1940 proponía un mercado común con Chile Y Brasil, que la crisis del petróleo en 1973 detonó.
Por influencia corporativa, prejuicios ideológicos, intereses diversos, ningún gobierno pudo, en algunos casos, o quiso en otros, intentar una genuina modernización de las estructuras productivas argentinas. Cuando hubo un inicio de reformas, en vez de corregir desvíos, perfeccionarlas, se prefirió el retroceso con una ignorancia de lo que sucede en el mundo que muestra un aldeanismo de las dirigencias patético.
Por eso que parte de la agenda hoy pase por los alimentos en los comedores comunitarios muestra con claridad el retroceso del país. Sin duda que en los ciclos económicos hay que contemplar las “externalidades”, los acontecimientos que están fuera del alcance de un estado, de un gobierno. El clima, restricciones al comercio, normas sanitarias, barreras arancelarias y para arancelarias, son elementos que no son tenidos en cuenta en los discursos de muchos, y tampoco en los que hoy gobiernan como las imperfecciones del mercado.
Hace 22 años la Argentina se benefició por un ciclo de cotizaciones para sus productos agropecuarios altos, sólo comparables a los transcurridos entre 1902 a 1914, con el incremento de la demanda asiática de alimentos. Por otra parte la supresión de retenciones a las exportaciones en el gobierno de Menem y la capacidad de los productores para innovar con nuevas técnicas de labranza, mejoras genéticas, fertilización y ampliación de las fronteras agrícolas logró un incremento notable del volumen de las cosechas.
Sin embargo en vez de consolidar este proceso, el gobierno de la diarquía K, con su mentalidad anacrónica solo propuso paliativos para la pobreza que la crisis del 2001 había generado junto a la crisis estructural que venía desde 1974. Sólo se le ocurrió promover el gasto público improductivo, con empleo público innecesario, en especial en las provincias, jubilaciones sin aportes, obras públicas de escasa rentabilidad social.
Para financiar los dislates se ahogó al sector más dinámico de la economía nacional, con retenciones crecientes, impuestos provinciales y municipales también en alza y sin contraprestación en mejoras del transporte terrestre, fluvial y de los puertos. La confiscación de los ingresos de los productores ha sido el peor ataque al federalismo, al afectar a los productores de los campos argentinos, dinero que debió ir a incrementar la producción, a inversiones para industrializarla o en ampliar el riego disminuyendo los riesgos de las sequías.
La Argentina exporta el 70% de su producción de cereales y oleaginosas como materia prima y el 30 % como productos elaborados de esa materia prima o carnes. En cambio en Brasil el 30 % se exporta como materia prima y el 70% como productos elaborados cifra que alcanza al 90% en los Estados Unidos.
A los dislates en economía se le agrega la crisis educativa, esa iniciada en los noventa con la transferencia a las provincias de la educación secundaria y terciaria. Las cifras sobre la baja graduación y la falta de conocimientos de los que concluyen estudios son concluyentes.
Alguna vez el que esto escribe en este diario señalaba que la magnitud de la corrupción y saqueo de la diarquía K había ocupado mas páginas que el desastre en las políticas de sus gobiernos desaprovechando la mayor oportunidad de dar un salto en su desarrollo que tuvo nuestro país desde el ciclo concluido en 1914.
Que tantas columnas en los diarios y minutos en los medios audiovisuales estén ocupados por la falta de alimentos en los comedores y donde la discusión pasaría solo por la ineficacia de la actual administración para satisfacer esa demanda, son la muestra cabal del fracaso de los gobernantes que dejaron el poder el 10 de diciembre pasado.
En veinte años de predominio político, con amplios poderes delegados por el Congreso, recibiendo un país en 2003 con capacidad instalada, autoabastecido de energía, y mercados que se abrían solo pudieron asegurar comedores para paliar la pobreza. Vergonzoso.
* El autor es miembro de número de la Academia Argentina de la Historia y del Instituto Argentino de Historia Militar.