Los dilemas de Alberto

Hay algunos que imaginan que tras la pandemia se viene el fin del capitalismo en el mundo. Dicen que Alberto no cree eso. Más módico estaría entre quienes hablan de un “gran reinicio”. Pero tampoco lo deja muy claro: “Francamente, no creo en los planes económicos. Creo en los objetivos”, dijo en una entrevista con el diario de economía más influyente del mundo .

Los dilemas de Alberto
Alberto Fernández: “Francamente, no creo en los planes económicos. Creo en los objetivos”

Raúl Alfonsín cerraba sus discursos durante la campaña que lo llevó a la presidencia en 1983 con una oración que quería transformar en un credo de fe democrática. Se trataba de darle sentido a un sistema institucional que durante medio siglo había sido destrozado sucesivamente por golpes de Estado, proscripciones, violencia política, las más brutal represión y hasta una absurda guerra contra una potencia bélica mundial. Habían demasiada muerte y divisiones que reparar.

Y para eso recurrió al principio de todo. Cuando otra Argentina, también con heridas abiertas, intentaba transformarse en una república. “Si alguien distraído al costado del camino cuando nos ve marchar nos pregunta: ¿hacia dónde marchan todos juntos? ¿por qué luchan? Tenemos que contestarle con las palabras del Preámbulo. Que marchamos, que luchamos para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, decía.

La anécdota es significativa en dos dimensiones. La cita implica un horizonte al que aspirar, un estilo de vida a alcanzar, la promesa del futuro. El protagonista, en tanto, se transformaría en la persona que la sociedad elegiría para alcanzar esa meta. En términos de nuestra cultura política, el líder a seguir. Pero también por algo más: había un acuerdo mayoritario en que el camino de la democracia era el correcto para sacar al país de una crisis que había arrasado con valores básicos para la convivencia. Ese era “el orden” que se buscaba.

El presidente, Alberto Fernández, desempolva el recuerdo de Alfonsín cuando le parece oportuno, pero mantiene incógnitas. Una, crucial, es el rumbo económico de su gestión. Por efecto de la pandemia y de la cuarentena (que parecen, pero no son lo mismo) las perspectivas varían entre mala y muy mala. Los analistas estiman una caída de 6 puntos del PBI para este año. Ahora, si no se llega a un acuerdo para reestructurar la deuda externa y entramos en el noveno default de nuestra historia, el derrumbe llegaría a 14%. Un crash equivalente al de la Convertibilidad en 2001.

Otra, tiene que ver con el tipo mismo de democracia al que aspira. El tapabocas parece ser el uniforme de la nueva normalidad. Pero en la Argentina no alcanza con una vuelta a la normalidad ni con los tapabocas, las cosas irían más allá. Para los más radicalizados de su coalición hace falta un nuevo orden. ¿Apuntará a eso el menú de reformas que se prepara?: judicial, de la Corte, tributaria, ¿constitucional? Expropiaciones y estatizaciones, ¿entran en ese paquete? ¿Qué dirá el preámbulo del nuevo orden? ¿Qué valores encarnaría ese nuevo paradigma de convivencia social?

Entre estos alquimistas hay algunos que imaginan que tras la pandemia se viene el fin del capitalismo en el mundo. Dicen que Alberto no cree eso. Más módico estaría entre quienes hablan de un “gran reinicio”. Pero tampoco lo deja muy claro: “Francamente, no creo en los planes económicos. Creo en los objetivos”, dijo en una entrevista con el diario de economía más influyente del mundo .

Nueva normalidad, nuevo orden o como se quiera llamarlo, el país necesitará de un liderazgo claro, inspirador y unificador.”Ninguna sociedad concreta su destino con el odio como común denominador” acertó el presidente durante su discurso por el Día de la Independencia. El problema es que los dos bandos en los que, al parecer irremediablemente, está dividida la sociedad argentina desde los confines de nuestra historia, sólo coinciden en algo: los odiadores son los están en la vereda opuesta.

Asi, se ha perdido un elemento central de la democracia y la política, que es debate y confrontación, pero también acuerdo y consenso. La designación de María Teresa Day como ministra de la Suprema Corte de Justicia es un claro ejemplo mendocino de esa tara que tiene efectos sociales pero también institucionales.

La reunión virtual de Alberto y referentes del oficialismo con los líderes de la principal oposición legislativa se pareció más a un gesto que a otra cosa. Irá en serio sólo si el propio Presidente encabeza un diálogo tan necesario como dificultoso de no deponerse ideologismos berreta y pirotecnia tuitera.

Alfonsin no pudo encontrarle un rumbo a la economía. Pero cumplió el pacto que proponía con el Preámbulo y hoy se lo considera “el padre” de la restauración democrática. Alberto está frente a una tormenta perfecta ante la cual, por ahora, se presenta como quien vino para terminar con los odiadores seriales. Será un duro trabajo, incluso consigo mismo.

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