Frente a la elección venezolana que tendrá lugar el domingo 28 de julio, la incertidumbre no es el resultado electoral, sino la actitud que asumirá ante el mismo el presidente Nicolás Maduro. Las encuestas muestran en forma coincidente que el candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia, obtendría más del 50% de los votos, mientras que el propio Nicolás Maduro, que va por su tercer mandato, tendría aproximadamente la mitad, el 25%.
Se trataría de un triunfo categórico, con un sistema de doble vuelta que favorece a la primera minoría, algo irrelevante en este caso porque González Urrutia superaría ampliamente el porcentaje necesario para ganar en primera vuelta. El régimen chavista tiene un cuarto de siglo en el poder y su fracaso en lo económico y social es la causa principal de este resultado negativo.
La pregunta clave es si las Fuerzas Armadas seguirán teniendo el firme y constante alineamiento con el régimen. El fracaso en provocar una disidencia en el campo militar ha sido clave para la permanencia del régimen. No hay indicios concretos de que ello vaya a cambiar en esta oportunidad. Maduro ha amenazado con un “baño de sangre” para el caso de que el resultado favorable a él no sea respetado. Lula respondió categóricamente, diciendo que hay que aprender a perder y aceptar la alternancia en democracia. Boric se sumó a esta posición. Maduro, a su vez, le contestó que el chavismo, en un cuarto de siglo, había realizado treinta elecciones y que sólo había perdido dos de ellas, con un sistema electoral que según él funciona sin irregularidades.
Las alternativas que se abren son diversas y hasta pueden ser contradictorias.
- La primera es que tenga lugar un fraude electoral. No sería un recurso nuevo para el chavismo, que ya lo ha usado en el pasado. Finalmente habrá diversas delegaciones que intentarán supervisar el resultado. Las hay europeas y de la región, como la que envía Brasil. También concurrirán ex presidentes de centroderecha de América Latina. Pero la experiencia demuestra que esta supervisión tiene un efecto relativo frente al régimen venezolano.
- Otra alternativa es desconocer el resultado, caracterizándolo de “fraudulento” si es desfavorable a Maduro. Es un escenario más complejo para el oficialismo, que enfrentará protestas y movilizaciones, pero que puede esperar controlarlas mientras mantenga el sostén de las Fuerzas Armadas.
- Una tercera alternativa que se ha dibujado en las últimas semanas es que Maduro, frente a una derrota, se decida a entregar el poder, pero reteniendo el control de las Fuerzas Armadas. Paradójicamente, es la estrategia que utilizó Pinochet en Chile a fines de los noventa, que le permitió mantener el control del poder real durante casi una década.
- Se abre también el escenario de un conflicto interno sangriento y prolongado, que podría ser caracterizado como una “guerra civil de baja intensidad”. Pero para ello tendría que haber una división de las Fuerzas Armadas que le permitiera a la oposición el apoyo de una fuerza militar, lo que hoy no parece claro que sea posible. Sería una manifestación del mencionado “baño de sangre” planteado por el presidente venezolano.
- Hay quienes piensan que escalar el conflicto por la soberanía de Esequibo con Guyana podría ser el pretexto para no entregar el poder por parte de Maduro.
- Otros sostienen que podría denunciar de “golpista” a la oposición, justificando la represión y el eventual desconocimiento del resultado.
Sobre estas seis opciones hay que prever una intensa presión internacional liderada por Estados Unidos, pero que difícilmente llegue a la intervención militar, la que requeriría fuerzas estadounidenses. Aumentar las sanciones económicas parece ser de escaso o nulo resultado. Desde el punto de vista internacional, un conflicto en Venezuela favorece a Rusia, en momentos en que la guerra con Ucrania se encuentra en un “punto muerto”. Algunas de estas seis alternativas podrían combinarse simultáneamente. Cabe señalar que veintiún millones de venezolanos están en el padrón electoral. Sólo setenta y un mil de ellos, menos del 1%, está en el exterior y podrán votar. La casi totalidad de los migrantes no podrá hacerlo.
La oposición, que se impondría electoralmente, tiene un líder real, que es Corina Machado, y un candidato formal, que es Edmundo González Urrutia. No es una coalición de dos figuras, sino que es una popularidad delegada derivada de Machado, que es la figura política más popular de Venezuela, superando ampliamente a Maduro y a todos los posibles candidatos que tenía la oposición.
La repercusión internacional del proceso político electoral venezolano es seguido con atención en América Latina y el Caribe, y no deja de ser registrado sobre todo en el mundo occidental. El régimen venezolano se encuentra aislado. Es condenado por los gobiernos de derecha radical, como es el caso de Argentina y El Salvador, y por los de centroderecha, como los de Ecuador, Uruguay, Paraguay y Perú en América del Sur, y Panamá en Centroamérica. Maduro ha respondido con dureza a la crítica del presidente argentino Javier Milei, a quien calificó de “malparido, fascista y nazi”. Todos, con sus matices, exigen a Venezuela que realice elecciones libres. Sólo las dictaduras como Cuba y Nicaragua apoyan abiertamente a Maduro, lo que también comenzó a realizar el gobierno boliviano.
En cuanto a Estados Unidos, ha anunciado duras sanciones si el oficialismo venezolano reprime con violencia a la oposición, cualquiera sea el resultado. Pero esta intención no ha sido exitosa en el pasado.
* El autor es Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.