Creo que la metáfora que pinta bien esta realidad actual es que usar las llamadas “redes sociales” es como pensar en voz alta.
Seguramente a todos se nos cruza algún pensamiento oscuro una o varias veces al día. Vienen de nuestra educación o de nuestros prejuicios; de nuestros traumas o de nuestras frustraciones, no lo sé. Determinar su origen es trabajo para psicólogos, eso no lo sé. Lo que sé es que existen. Diría que son inevitables, pero uno se los guarda para sí, no los expresa.
Pensar en voz alta es por lo menos de mala educación o de mal gusto, puede ser una imprudencia; a veces, una imprudencia grave y, en ocasiones, hasta un delito.
El hecho es que estos foros virtuales modernos amplifican ese pensamiento expresado y lo llevan hasta sitios insospechados. Encima, lo dejan registrado y con la firma del autor y en manos de cualquiera que desee leerlos y reproducirlos.
Vivimos, para colmo, tiempos de corrección política extrema.
Todos parecen haberse vuelto jueces, pero jueces al estilo de Charles Lynch que, en el apuro, no encontró el tiempo necesario para un juicio justo y, para no dejar impunes unos supuestos crímenes, ordenó ejecutar a sus prisioneros.
Así se vive hoy, de prisa. Nadie tiene tiempo de analizar.
Levantamos enseguida el dedito acusador y, en una sola maniobra, señalamos, condenamos y ejecutamos.
A veces ignoramos o toleramos crímenes peores igualmente documentados. Prefiero no dar ejemplos para no polemizar. Cada uno puede muy fácilmente hallar los que guste.
Abundan.
Estos rugbiers ya son “carne de hoguera”, como dice Guillermo de Baskerville en la famosa novela de Umberto Eco. “No los salva ni Tarzán”. De hecho, el escarnio público ya se concretó y también fueron sancionados por la UAR con una suspensión. No van a poder jugar el último partido y hasta se rumorea que sus compañeros consideran no presentarse a jugarlo.
Es un desastre para el rugby argentino que acontece justo cuando se habían obtenido resultados históricos, y puede haber más consecuencias y sanciones para los señalados culpables.
Habitan nuestra sociedad otros personajes. Son muchos, a los que, misteriosamente, este improvisado “gran jurado popular” les otorga licencia para lo que fuere, incluso se encarga de “linchar” a los pocos que pretenden señalarlos.
A veces la sociedad se divide entre los que se afanan por condenar y ejecutar a determinada figura y quienes se empeñan en defenderla.
Rápidamente el “gran jurado” se forma en esos casos en dos cuadros antagonistas, casi se olvida del “acusado” y cada miembro se concentra en solidarizarse con los de “su bando” para atacar juntos a los “del otro bando”.
El espectáculo resulta cómico y grotesco.
No hago, hasta este punto, juicios de valor. No estoy opinando sobre el hecho en sí ni sobre quién está en lo cierto y quién se equivoca. Sólo analizo la realidad que vivimos.
Pensar desprevenidamente en voz alta nunca fue una buena costumbre.
Queda demostrado que hoy por hoy es, además, peligrosísimo. Nada recomendable.
Quizás pueda obtenerse de esta horrible experiencia alguna cosa buena. Por ejemplo, desentrañar un poco aquello que oigo tan a menudo de labios de diverso origen: “Es lo que yo pienso. Estamos en democracia (o en un país libre) y cada uno opina lo que quiere y tiene derecho a expresarlo”. Esta muletilla se intenta para justificar a veces los dislates más absurdos o las expresiones más agresivas.
Como siempre, la alusión a la libertad nos pone en un análisis difícil. Yo creo que el dilema de ser libre aun molestando o agrediendo la libertad de nuestros vecinos, se resuelve por el necesario, imprescindible, complemento de la libertad, la responsabilidad.
Quien no es responsable no es realmente libre, no sabe serlo. Podemos decir que se encuentra suelto, que no tiene ataduras ni freno. Ser libre es Muy otra cosa. Ser verdaderamente libres es ser dueños de nosotros mismos, administrar realmente nuestros pensamientos, ideas y sentimientos. Ser libres es en una palabra, autogobernarse.
Expresar cualquier pensamiento vulgar, o algo peor (como los de esos famosos “tweets”) con total impunidad, no significa ser libre. Muy por el contrario, significa ser irresponsable (y algo peor, en este caso).
“Seamos libres, lo demás no importa nada”, Gral. José de San Martín, Mendoza, el 27 de julio de 1819. Digamos hoy: “seamos todos responsables, porque eso importa, y mucho”.
*El autor es mendocino radicado en Sherbrooke, Quebec.