El pogromo exterminador de Hamas en el sur de Israel, fue el movimiento táctico. El objetivo estratégico tiene, como eslabón inicial, la abrumadora respuesta israelí y los ríos de sangre que hará correr en el pueblo palestino de ese territorio.
El siguiente eslabón es el desborde del conflicto a países vecinos, comenzando por Líbano y Siria, desde donde realizan ataques Hizbolá y las milicias pro-iraníes armadas por la Fuerza Quds, cuerpo de elite de la IRGC (Guardia Revolucionaria Islámica), el brazo militar que depende directamente del máximo líder de Irán, el ayatola Jamenei.
A medida que crezca el número de víctimas palestinas y la dimensión de la destrucción en Gaza, sumándose postales de muerte y destrucción en Líbano y Siria, empezarán a crujir los Pactos de Abraham, históricos acuerdos entre Israel y Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Marruecos, que se sumaron lo que hicieron Egipto en 1979 y Jordania en 1994: reconocer al Estado judío.
El Big Bang que comenzó con las masacres de civiles israelíes tendría, según el cálculo de sus ideólogos y estrategas, que impedir también el acuerdo hacia el que avanzaban Israel y Arabia Saudita. Y si es posible, revertirlo en acciones militares de los países árabes contra el Estado judío. En síntesis, al abrir las puertas del infierno se buscó incendiar Oriente Medio para que Israel arda en esas llamas hasta extinguirse.
Distinguir entre lo táctico y lo estratégico es crucial para los israelíes. El ataque exterminador contra civiles fue un pogromo destinado a desatar una furia ciega que responda, como en anteriores ocasiones, a la masacre sufrida provocando masacres aún mayores.
La de Hamas es una guerra a largo plazo en la que el arma más letal de los ultra-islamistas no son los cohetes Kassam, los proyectiles Katiusha y los misiles más potentes y de mayor alcance que reciben de Irán. Sus verdaderos misiles son los muertos y la destrucción que sufren los palestinos que habitan el territorio en el que impera desde que tomó el poder en el 2007 y masacró a los funcionarios y dirigentes de su rival: el partido Fatah, de Yasser Arafat y Mahmoud Abbas.
Hamás busca lo que busca el torero al agitar el paño rojo: provocar al toro para que embista contra él. La sacudida del paño es la táctica, la estrategia está en las embestidas del toro, en las cuales el torero le irá clavando banderillas hasta desangrarlo.
En las guerras de 1967 y de 1973, ejércitos árabes entraron a Israel a combatir contra el ejército israelí. Fueron guerras legítimas. Y habría sido una acción legítima de combate si los yihadistas que atacaron las moshavim (aldeas agrícolas), los kibutzim y las ciudades sureñas, en lugar de masacrar civiles hubieran atacado sólo objetivos militares. Pero lo que buscaban no era eso, sino masacrar civiles y del modo más cruel posible, para que Israel embista contra la Franja de Gaza y produzca las postales de horror que le darán el triunfo a Hamas en la dimensión de la opinión pública árabe y mundial, que es donde desarrolla su estrategia.
Hamás tiene algo en común con Netanyahu y su gobierno extremista: los dos quieren destruir los acuerdos de paz negociados en Oslo y en virtud de los cuales debe establecerse un Estado palestino, tal como lo establece la resolución de ONU de 1947.
Para el jeque Ahmed Yassin, miembro de la Hermandad Musulmana egipcia que, en los ‘70, fundó una organización religiosa de socorros mutuos que, durante la intifada de 1987, se convirtió en Hamás y creó su brazo militar, la milicia yihadista Ezzedim Al Kassem.
Dos enemigos planteó Ahmed Yassin: Israel, país al que se propone destruir totalmente, y la secular ANP (Autoridad Nacional Palestina) que también debe ser destruida para que en toda Palestina impere una teocracia, o sea un estado religioso, no secular como el que intenta construir el gobierno de Abbas en Cisjordania y Gaza.
Netanyahu y sus socios fundamentalistas también abjuran de los acuerdos de Oslo y procuran destruirlos, ninguneando a la ANP y plagando Cisjordania de asentamientos de colonos, hasta que el territorio sea inviable para que exista un Estado.
Por eso, el mejor desenlace de esta guerra infernal, y a la vez el menos posible, sería con la desaparición total de Hamas y con la posterior caída del gobierno ultraconservador y expansionista de Netanyahu y sus lunáticos socios.
Los israelíes cierran filas para enfrentar al enemigo que los masacró en su propio territorio. Pero es posible que, pasado este conflicto, vuelvan a las calles a protestar masivamente hasta que caiga el gobierno que preside un demagogo corrupto y sus fanáticos socios, abocados a reemplazar la democracia israelí por una teocracia hebraica.
* El autor es politólogo y periodista.