Como los músicos cuando lanzan un nuevo disco, Mauricio Macri salió de gira a presentar su libro. Pero es apenas una excusa. El ex presidente vino a Mendoza, como antes fue a Córdoba y después seguirá su derrotero ciudad por ciudad, a defender su gestión. A hacer lo que le gustaría que hagan quienes eran sus aliados. Y también a no perder centralidad política.
Para no perder ese protagonismo debe mostrarse activo, debe ostentar ambiciones y de allí la provocación, tal como él mismo lo define, del título: Primer tiempo.
Tal vez él tampoco quiera un segundo tiempo (las encuestas indican que la gran mayoría de los argentinos claramente no lo quieren), pero sin su autopostulación difícilmente lo considerarían y también le resultaría más difícil defenderse de las causas judiciales en su contra que se multiplican.
Los errores que Macri le achaca a su sucesor, Alberto Fernández, son los mismos que le puede hacer cualquier ciudadano más o menos informado. Aislamiento mundial, negación de la violación de derechos humanos de sus aliados, el intento de contener la pandemia con una apresurada cuarentena, la falta de un plan estratégico y una inflación desmedida aun sin aumentos tarifarios y en plena recesión.
Pero la inflación fue una de las tantas asignaturas pendientes de la gestión de Macri y la pobreza, que aumenta día a día a niveles que parecen insostenibles para cualquier sociedad, también creció durante su período, aunque él prometió lo contrario.
La generación de trabajo, tan presente en los discursos de unos y otros, es apenas un engaño discursivo que ninguna estadística respalda en este país desde hace una década.
Las promesas incumplidas en los temas que realmente importan y hacen la diferencia para los argentinos al final del día igualan al macrismo y al kirchnerismo, con más o menos apertura al mundo, con más o menos control del Estado, con más o menos sensibilidad social.
Hasta las torpezas discursivas emparentan a Fernández y Macri. El Presidente, adicto a la verborragia, tuvo la semana anterior varias para el olvido. El ex presidente, obligado a hablar mucho más de lo que le gusta por su gira mediática, minimizó el coronavirus hace tres días. Casi un año y medio después, repitió aquello de la “gripecita” de Ginés González García.
Hoy, su autocrítica es liviana y las argumentaciones, simplificadas. Sí hay que concederle que se somete al interrogatorio. Aunque demasiado tarde, Macri parece haber entendido que su triunfo en 2015 no fue por el rumbo que proponía sino por el hartazgo de la gente con el kirchnerismo.
El ex presidente dice que todo está dado para que en 2023 se produzca el “segundo tiempo” del cambio, tal vez con otro capitán, porque los argentinos van a estar más conscientes de la situación real y apoyarán la cirugía profunda que el país, a su entender, necesita para crecer 20 años.
Pero se resiste a nombrar a Horacio Rodríguez Larreta como ese otro capitán. El jefe de Gobierno porteño y María Eugenia Vidal son sus “hijos” y estando Macri “vivo”, no podrán heredarlo hasta que él lo decida. Al fin de cuentas, el Pro es su creación.
Así como era inconcebible el “peronismo sin Perón” que proponía Augusto Vandor a fines de los ’60, el ex presidente y sus escuderos quieren creer que hoy es imposible un “macrismo sin Macri”.
En el fondo, él se ilusiona con ser como Cristina. Pero ella tejió una red de leales y generó un núcleo duro del 25% que la hace imprescindible en cualquier acuerdo del amplio peronismo. Ya lo dijo Alberto Fernández: “Sin ella, no alcanza”.
Pero el Pro y Juntos por el Cambio exceden a Macri. Muy a su pesar, su liderazgo es uno más hoy y aunque podrá tener voz y voto en la decisión final, no es imprescindible. Y ese es su problema. ¿Acaso algún seguidor suyo dejaría de votar a Rodríguez Larreta si es la alternativa que puede derrotar al kirchnerismo? La respuesta es fácil: no. Él deberá aceptar que su tiempo pasó y así quizás obtenga la indulgencia de la historia, salvo que esté dispuesto a demoler su creación y matar a sus hijos.