Malvinas en la cultura histórica nacional

La cuestión Malvinas como causa nacional revitaliza debates para desentrañar las razones que hicieron de ella el principal prisma de identidad política-cultural del sentido común de los argentinos. Sería recién a fines del siglo XIX, cuando la cuestión Malvinas adquiere el clivaje político y cultural que, en la práctica, justifica hasta hoy el reclamo del Estado argentino sobre el archipiélago y los mares del sur.

Malvinas  en la cultura histórica  nacional
Malvinas: cartel en el acceso a Punta Alta

La cuestión Malvinas vertebra la cultura política e histórica nacional. Año tras año el recuerdo del conflicto bélico desatado con el desembarco de las tropas argentinas en las islas renueva debates sobre los orígenes, implicancias y desenlace de la iniciativa del gobierno militar que sumergió al país en la guerra con Gran Bretaña, la segunda potencia de la OTAN.

Los significados de la efeméride del 2 de abril no son homogéneos: están quienes realzan el acontecimiento como ejercicio legítimo de la soberanía argentina sobre las islas usurpadas por el viejo imperio en 1833.

Otros la interpretan como un fatal arrebato de la última dictadura militar para domesticar la protesta social, que dejó como saldo un muerto en Mendoza, y frenar el reclamo de los partidos políticos para forzar la salida electoral y restablecer el estado de derecho.

También están quienes subrayan la manera en que el conflicto bélico bloqueó la vía diplomática que, desde 1965, había obtenido avances en los foros internacionales al reconocer la disputa de soberanía e invitar a las partes a negociar teniendo en cuenta la opinión de los isleños.

Pero ninguna evocación podrá equiparse a las de los familiares de los muertos en las islas y de los sobrevivientes, veteranos de guerra, convertidos en firmes custodios de la memoria individual, social y política.

En el cruce de esa variedad de recuerdos, la cuestión Malvinas como causa nacional revitaliza debates para desentrañar las razones que hicieron de ella el principal prisma de identidad política-cultural del sentido común de los argentinos. ¿Que expresa Malvinas? ¿Cuándo se convirtió en causa nacional?

Para responder tales interrogantes conviene emprender un viaje al siglo XIX, más precisamente a 1833, cuando el archipiélago fue ocupado por los ingleses convirtiéndose en un eslabón más de la expansión imperial británica en el nuevo orden internacional.

Para entonces, la destitución de las autoridades designadas por el gobierno de Buenos Aires no dio lugar a ninguna acción militar o diplomática hasta 1838 cuando el jefe de la confederación argentina, Juan Manuel de Rosas, y el agente diplomático en Londres, propusieron al gobierno ingles una “transacción pecuniaria” para saldar la deuda contraída en 1824.

La iniciativa que recogía la práctica de recomposiciones territoriales en el proceso de construcción de los estados nacionales no fue exitosa, ni tampoco volvió a integrar la agenda oficial.

En cambio, la defensa de la soberanía nacional ante el bloqueo anglo-francés de los ríos interiores en 1845 catapultó el reconocimiento de Rosas como firme defensor de los intereses nacionales y americanos frente a la agresión imperial europea.

Sería recién a fines del siglo XIX, cuando la cuestión Malvinas adquirió el clivaje político y cultural que, en la práctica, justifica hasta hoy el reclamo del Estado argentino sobre el archipiélago y los mares del sur.

Fue Paul Groussac, un escritor francés que dirigió la Biblioteca Nacional, quien plasmó en su libro Les Isles Malouines (1898), el argumento de la continuidad territorial de las islas con la Patagonia, la cual, vale recordar, había sido incorporada a la jurisdicción estatal una vez concluida la violenta campaña militar contra los indígenas de la Patagonia.

La originalidad de su tesis, como subraya Palermo, radicó en que colocó a Malvinas como pérdida y como derecho. Es decir, como territorio irredento que exigía ser reconocido y recuperado. Con ello, se ponía sobre el tapete el imaginario nacional fraguado por las elites políticas e intelectuales del siglo XIX, que habían sentado posición sobre el impacto del ciclo de guerras iniciado con las independencias en la progresiva disgregación de la unidad territorial -o de las provincias- que habían integrado el virreinato rioplatense.

La Primera Guerra Mundial arrojó novedades sobre la cuestión Malvinas: sobre todo, porque se articuló con la propaganda alemana antibritánica promovida por activistas nacionalistas refractarios de la política de neutralidad del presidente Yrigoyen.

En las marchas y reuniones callejeras organizadas para que el presidente rompiera relaciones con los Aliados de Gran Bretaña. María I. Tato señala como el slogan “que nos devuelvan las Malvinas” estuvo en boca de las multitudes urbanas.

En los años treinta, el reclamo sumó nuevas voces e intervenciones públicas: en particular, el tratado bilateral de comercio celebrado entre el gobierno argentino y el británico acentuó la prédica antiimperialista e incitó al senador socialista Alfredo Palacios a debatir la soberanía argentina sobre las islas en el Congreso.

Ese clima no solo impulsó la traducción del libro de Groussac, que hasta el momento había circulado en el mundillo intelectual, y su distribución en escuelas y bibliotecas populares. También disparó publicaciones de alto impacto en el público no necesariamente culto, escritos por activistas nacionalistas que sumaron argumentos y promovieron la composición de la “Marcha de las Malvinas” sin que se tradujera en la obligación de cantarla en actos escolares u oficiales.

El legendario dirigente, que había sido el primer diputado socialista electo en América Latina, también integró la Comisión Nacional por la Recuperación de Malvinas que se formó con la intención de negociar con el gobierno británico comprometido en la Segunda Guerra Mundial.

Una iniciativa que guardaría relación con el proyecto del presidente Perón de comprarlas en 1953 pero que fue desestimada por el gobierno inglés. A esa altura, Malvinas había inspirado a más de un poeta a componer versos que evocaban el paisaje y el dolor por las islas olvidadas.

Los años ‘60 y ‘70 dieron un giro sustantivo a la cuestión Malvinas en el plano diplomático y en la política doméstica encorsetada en la proscripción del peronismo, la politización de las juventudes de las clases medias y el regreso de Perón al país.

En 1965 las Naciones Unidas emitieron la resolución 2065 que reconocía la disputa por la soberanía de las islas y abría las puertas a negociaciones que se prolongaron hasta 1982.

Entretanto, la prédica nacionalista y antiimperialista irradiada por la revolución cubana y el proceso de descolonización a escala global, precipitó iniciativas de militares y militantes peronistas que osaron desafiar a los ingleses para que abandonaran las islas.

Pero sería en 1973, cuando la creciente movilización pro-Malvinas, gravitó en el Congreso nacional que instituyó el “Día de la Afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas”, y reglamentó que el 10 de junio debía ser conmemorado en todas las escuelas y reparticiones estatales del país y el exterior.

En 1978 cuando las dictaduras de Argentina y Chile habían militarizado sus fronteras por el litigio sobre el canal del Beagle, los manuales escolares exacerbaron la tesis de la usurpación inglesa sobre el archipiélago. De modo que no resulta sorprendente comprender el papel de la tradición escolar en la malvinización del imaginario nacional, y en la fervorosa adhesión social y política que el desembarco de las tropas argentinas en las islas despertó en 1982.

A lo largo de los 74 días transcurridos entre la euforia y la derrota militar, modelada por la propaganda oficial y los medios de comunicación, la movilización social y emocional de la contienda se tradujo en un sinfín de actividades.

De vuelta, como recuerda Lorenz, universidades y escuelas se convirtieron epicentros de experiencias vividas mediante la activación de mecanismos que pusieron en valor contenidos específicos acerca de la fauna, flora, geografía, canciones, literatura e historia de las islas, trazaron analogías entre los viejos y nuevos héroes de la nación e incitaron la creación de vínculos con soldados desconocidos a través de cartas intimas que glorificaban dar la vida por la patria.

La ebullición de las pasiones nacionalistas de aquellos días en las aulas universitarias hacía casi imposible formular preguntas y encontrar respuestas sobre las implicancias y desenlace de la guerra resuelta por la corroída dictadura militar: en su lugar, y mientras hubo quienes tejían bufandas y organizaban colectas, las conferencias de los profesores no sólo exaltaban la gesta, sino que rendían tributo a generaciones de maestras que no habían dejado de enseñar que “las Malvinas fueron, son y serán argentinas”.

* La autora es historiadora. Conicet y UNCuyo.

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