Lejano rincón de patria, helado retiro del mundo por el que llora mi Argentina, donde dejaron cientos de jóvenes la vida, en tus entrañas congeladas quedaron la esperanza y valentía, de nuestros hermanos argentinos, soldados de mi tierra querida. (Fragmento del poema “Malvinas” de Juan Marcelo Calabria)
En la quietud del amanecer del 2 de abril, el suelo patrio se estremece al recordar a aquellos hijos valientes que, con el coraje que brota de la más profunda fibra argentina, se embarcaron en una gesta que marcaría sus vidas y la historia de nuestra nación. Hoy, evocamos con reverencia y emoción el Día de los Veteranos y Caídos en la guerra de Malvinas, una fecha que nos convoca a honrar la entrega y el sacrificio de los héroes que lucharon con bravura en el Atlántico Sur.
La guerra de Malvinas, que marcó la historia reciente de nuestro país, es una herida abierta producto de la irracionalidad y el absurdo de una clase dirigente, de aquellos días, carente de compromiso y valores públicos, pero al mismo tiempo ese conflicto que desafió la tenacidad argentina, nos dejó un legado de valor incalculable: la determinación inquebrantable de defender la soberanía y el honor de la patria por parte de jóvenes que henchidos por el amor a su tierra pelearon entregando su vida más allá de las irracionales decisiones de los que mandaban. Los soldados, jóvenes argentinos que respondieron al llamado de la nación, se convirtieron en símbolos eternos de patriotismo y heroísmo. Sus nombres resuenan en el viento que sopla desde las islas, llevando consigo las historias de vida y los sueños cercenados de cientos de familias argentinas.
El 2 de abril no es solo un día de memoria, sino también un momento de reflexión sobre la historia reciente, la identidad nacional y la importancia de la soberanía como un justo reclamo reconocido internacionalmente, pero que debe llevar siempre por delante, junto a la bandera de justicia y afirmación, el emblema de paz y diálogo recordándonos, en este mundo convulsionado, la tradición pacífica y humanitaria de nuestro país a lo largo de su existencia.
A casi dos siglos ininterrumpidos de reclamos por la soberanía argentina sobre las islas, desde aquel 15/01/1833 a escasos doce días de la usurpación británica de Malvinas en que las autoridades argentinas dieron los primeros pasos de un camino de reclamos diplomáticos y cooperación regional frente a la agresión colonial, este día en especial reafirma nuestro compromiso inalterable como pueblo con la causa malvinense y el reconocimiento eterno a quienes dieron todo por ella.
La evocación de esta emotiva efeméride nos lleva a mirar hacia atrás, a las páginas de nuestra historia escritas con la tinta del sacrificio y la esperanza. Nos invita a enseñar a las nuevas generaciones el significado del amor por la tierra que nos vio nacer y la responsabilidad de mantener viva la llama de la libertad y la justicia, pero siempre desde un legado de paz.
En cada acto conmemorativo, en cada homenaje rendido, y en cada palabra a un veterano de Malvinas, sentimos la presencia de aquellos héroes, quienes con su juventud y sus sueños, se enfrentaron a la adversidad en un escenario lejano y hostil, dejándonos una herencia de coraje y dignidad. El eco de sus voces se une al clamor por la soberanía, un reclamo que, como nación, llevamos adelante con firmeza y convicción. Así, la fecha que hoy evocamos, nos recuerda que la historia de Malvinas está tejida con el hilo de la resiliencia y la fortaleza argentina. Es un día para honrar a los que ya no están, pero cuyo espíritu sigue guiando nuestro camino. Es un día para recordar que, más allá de las adversidades, la pasión por la patria y la defensa de nuestros derechos prevalecerán siempre.
En este día de profunda memoria y respeto, nos permitimos también levantar una bandera, no de confrontación, sino de paz y esperanza. La guerra de Malvinas, con sus sombras y sus dolores, nos enseña una lección imperecedera sobre los horrores de la guerra, que nunca debe ser vista como la solución a los conflictos. Las vidas marcadas y las heridas abiertas nos recuerdan que el verdadero valor no reside en la beligerancia, sino en la valentía de buscar la paz por vía de del diálogo, la negociación y el derecho internacional. El reclamo por la soberanía de nuestras “hermanitas perdidas”- en palabras del gran Atahualpa Yupanqui -, debe ser siempre en términos de paz y diálogo internacional. La diplomacia y el entendimiento mutuo son las herramientas con las que debemos construir puentes, no solo entre naciones, sino también en los corazones de los hombres y mujeres que anhelan un mundo sin conflictos. La historia nos ha mostrado que la guerra deja cicatrices profundas, pero es la paz la que cura y une, una gran enseñanza especialmente para estos días difíciles.
Que el 2 de abril sea también un recordatorio para las generaciones venideras de que la grandeza de una nación se mide por su capacidad de fomentar la paz y resolver diferencias con sabiduría y respeto, que la gesta de Malvinas nos inspire, a todos los argentinos, a abogar por un futuro donde la soberanía se celebre con palabras de concordia y actos de fraternidad recordando por siempre aquellos ecos de valor y entrega, desde la justicia y la paz.
* El autor es historiador.