Durante el siglo XIX se produjo un auge de diversas pseudociencias que pretendían conocer la personalidad de las personas a través de sus rasgos físicos, especialmente teniendo en cuenta la forma del cráneo.
En Argentina, los miembros de la generación del 37 mostraron apego por dichas doctrinas. Sarmiento, por ejemplo, exhibió un profundo conocimiento en la materia al momento de redactar su Facundo donde describe la cabeza del caudillo considerándola digna de un Napoleón.
Según Leopoldo Lugones la cabeza del padre del aula “era única en nuestra craneología célebre, es tan fuera de molde como su entidad espiritual. Nada es más curioso que ver cómo fue formándose entre las vicisitudes Como un caso de exhibición leonina, aparece en la historia nacional la cabeza de Sarmiento. Bien examinada, ella es un resumen de su carácter”.
Lucio V. Mansilla también dejó testimonio de la importancia que daban entonces a estas investigaciones:
“Todos ustedes saben -escribió- que la ciencia cuenta entre sus grandes representantes a Lavater y a Gall. Saben (…) que el primero ha intentado demostrar las relaciones que existen entre el carácter del hombre y la forma exterior de sus facciones; y el segundo, las coincidencias que existen entre ciertas protuberancias del cerebro y las inclinaciones naturales de nuestra especie (…) Lavater ha demostrado que todos nos parecemos a algún animal (…) y estudiando las costumbres de esos animales, ha llegado a esta curiosa conclusión: que el que tiene cara de mono es lascivo; que el que tiene cara de chancho, por ahí va; que el que tiene cara de zorro no carece de astucia; que el que tiene cara de pavo real, pavo es; y para concluir, que el que tiene cara de león es bravo…”
Por entonces el periódico Don Quijote, a cargo del español Eduardo Sojo, mostró al sobrino de Rosas caricaturizado como un carnero, enfureciéndolo a punto de pedir que el autor fuese preso:
“Un galleguito -escribió Mansilla sobre el dibujante-, una especie, como diría Sarmiento, de piojo fétido, capaz de envenenar, no con la mordedura, ¡con el simple contacto de sus patas! [...] El que pretende enlodarnos es un galleguito infame, que paga de esta manera la hospitalidad que recibe [...] El galleguito Sojo a cualquier casa a cualquier parte que vaya, siempre será el galleguito Sojo. Y encárguese cada uno de nosotros de darle una paliza, si lo tiene a mano, que yo, por mi parte, ¡he hecho ese compromiso y lo cumpliré!”.
A través de estas palabras descubrimos el lado B de don Lucio y comprendemos con claridad el mote de “loco” que llevó siempre con mucho honor.
*La autora es historiadora