Mantengamos la distancia

Nos dan ganas de festejar por mil cosas, pero por ahora somos esclavos del virus y lo mejor que podemos hacer es no estar tan juntos

Mantengamos la distancia
La distancia, cuando es la adecuada, juega a nuestro favor, por eso hay que archivar el abrazo para cuando nos podamos saludar entrechocando los cuerpos.

El acercamiento es un peligro, estar al lado de un semejante es una tentación del virus para pasarse de un lugar a otro. Por eso aconsejan mantener la distancia a dos metros. Uno no va a andar con una cinta métrica para medir cuánto lo separa del otro, sería como curar el empacho, pero más o menos, a ojos de buen cubero puede darse cuenta si la cercanía no es conveniente.

Por eso son desaconsejadas las reuniones de amigos y las reuniones familiares. Uno desea retornar a aquella situación pre-pandemia, cuando nos juntábamos los domingos a lastrar los ravioles de la abuela o a asar trozos de una vaca inmolada para satisfacer nuestro apetito. Pero es muy peligroso y... mejor no lo hacemos, porque por uno solo que esté contagiado, aunque sea asintomático, puede dejar la tendalada en cama.

Es difícil contenernos cuando hay una manifestación ya sea en protesta de algo o en celebración de algo. Nuestro pensamiento nos impulsa a salir y sumarnos. En este caso la suma es riesgosa. Ese refrán que dicen damos cuenta que nos estamos cuidando, pero también estamos cuidando al otro que está cerca.

Yo sé que hay situaciones que merecen una marcha. Por reclamos de sueldos, una de las palabras más cortas de nuestro diccionario, por reivindicaciones laborales que en muchos casos faltan y perjudican. Pero las aglomeraciones son un caldo de cultivo del virus. El virus se aprovecha de las multitudes para seguir haciendo daño. Esto es irrefutable.

Pienso en las manifestaciones que se dieron por dolor ante la muerte del Morro García o el Loco Julio y se me pone la gallina de piel. Porque se juntaron cientos y cientos a manifestar su dolor y esto no hace más que extender los alcances del virus: entonces ya nadie está a salvo.

Ni qué decir con los que se juntaron en el centésimo aniversario del Tomba: eso fue un desenfreno que después repercute en los cálculos estadísticos, marcando un aumento de los casos. Veo las fotografías que marcan el acontecimiento y no puedo dejar de pesar que entre toda es multitud hilarante debió de haber varios contagiados que desparramaron el mal.

Lo que ocurrió en Santa Fe con la magnífica coronación de Colón en el campeonato de Futbol de Primera, fue un aquelarre. Media ciudad -la otra mitad es tatengue- salió a festejar a las calles y las calles se transformaron en una marea humana totalmente imposible de controlar. Y eso que Santa Fe presenta números inquietantes entre sus contagiados. Está bien, era la primera vez en 103 años que se coronaba Colón, pero debieron pensar en un futuro sano más que en un presente de gloria.

Ahora se está jugando la Copa América, una Copa América devaluada, sin público y con muchos inconvenientes para su realización. Parajódicamente se hace en Brasil, uno de los países que más contagios cuenta en el mundo entero. Pero el fútbol no se rige por las vacunas sino por el dinero, y la pelota tiene que seguir rodando.

Digo yo, si por casualidad ganamos la Copa América (tiene que ser una casualidad muy grande), ¿vamos a salir todos a festejar a las calles?

La distancia, cuando es la adecuada, juega a nuestro favor, por eso hay que archivar el abrazo para cuando nos podamos saludar entrechocando los cuerpos. Falta mucho para eso, por lo tanto, a dos metros, señor, a dos metros.

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